Por qué la pandemia podría ser la salvación de los ODS


A estas alturas es posible afirmar que buena parte de la Agenda 2030 no estará cumplida para esa fecha. Me dirán ustedes que menuda noticia, considerando la lentitud exasperante con la que ha venido caminando la comunidad internacional en asuntos capitales como el del calentamiento global o las desigualdades. Pero la debacle de la pandemia puede extenderse ahora a otros objetivos y metas sin los cuales este ejercicio no es más que un monumental saludo a la bandera.

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Una revisión a vuelapluma de algunos de los datos disponibles más recientes muestra el siguiente panorama (fuentes: Informe ODS 2021 de la ONU, OMS, Fondo Mundial, McKinsey, cálculos propios):

  • Pobreza extrema: hasta 124 millones de personas más, retroceso de cinco años en los avances globales.
  • Hambre: 161 millones más, retroceso de 16 años.
  • Educación (tomo el indicador de nivel mínimo de competencias en grados uno a ocho): más de 101 millones, retroceso de 20 años.
  • Salud: tres millones de muertes. Primer paso atrás en la lucha contra el VIH, la malaria y tuberculosis en dos décadas.
  • Empleo: más de 255 millones de trabajos perdidos, cuatro veces el total de la Gran Recesión.
  • Rescate: 10.000 millones de dólares, de los que el incremento de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) constituye el 0,00000015%.

Pero la covid ha provocado un segundo terremoto, esta vez de carácter ideológico. La respuesta estatista de los últimos meses —despliegue fiscal, gobernanza de los comunes, conciencia colectiva de emergencia, vinculación estrecha con la ciencia y la tecnología— contrasta de manera cruda con el contexto político de la Gran Recesión, en el que fueron negociados y aprobados los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS): disciplina fiscal, retraimiento del Estado, cierta fatiga de la cooperación internacional y una agenda política de espaldas a la ciencia.

Esta es la paradoja de la pandemia con respecto a los ODS: lo que supone un problema mayúsculo en el corto y medio plazo podría acabar salvando el conjunto de la agenda en un plazo más largo. Al fin y al cabo, este vehículo fue diseñado para las autopistas políticas que han desplegado ahora los Estados, y no para el camino de cabras de un neoliberalismo vergonzante.

La pregunta que haría Keynes es si en ese largo plazo alguno de nosotros seguirá vivo

La pregunta que haría el economista Keynes es si en ese largo plazo alguno de nosotros seguirá vivo. No se trata solo de los centenares de millones de vidas condenadas a la pobreza y al sufrimiento como consecuencia de este shock histórico. Tan solo eso debería servir para replantear la estrategia. Se trata también de los famosos puntos de no retorno, de los que oímos hablar con más frecuencia a medida que se acerca la cumbre del clima. Si a este cóctel agregamos la amenaza de una proliferación pestífera del nacionalpopulismo –aislacionista y anticientífico–, dentro de una década esta conversación podría ser muy diferente.

Dicho de otro modo, no tenemos tiempo para esperar al largo plazo. Como en aquellos tours épicos de mediados del siglo pasado, nos toca ir cambiándonos de ropa sin dejar de pedalear. La adaptación óptima de la Agenda 2030 se basa en un ejercicio delicado que permita salvaguardar las prioridades existentes e incorporar algunos mecanismos financieros e institucionales que las vinculen con las prioridades poscovid y las doten, de este modo, de tracción política.

Y como sé que la frase anterior podría haber sido pronunciada en el Parlamento, permítanme utilizar un ejemplo para explicar que no todo es humo. El cuadro adjunto resume (de forma gruesa) la evolución de las prioridades en la agenda de la salud global. La clave de la última columna no está solo en incorporar más asuntos, sino en que cada uno de ellos vinculan a la comunidad internacional –Norte y Sur– de un modo que no habíamos visto ahora. Y es ese vínculo el que nos puede salvar.

Termino con un argumento que hemos repetido en este blog: de todas las herramientas que tienen a su disposición los gobiernos para hacer frente a este reto, la de la cooperación al desarrollo es una de las mejor dotadas. Su experiencia en ámbitos capitales de este proceso no debe ser desaprovechada: alianzas de improbables, innovación de políticas, transferencia de conocimientos y capacidades, movilización social, nuevo marco narrativo, modelos complejos de gobernanza. Por no hablar de su capacidad para compensar las tentaciones utilitaristas de los Estados con el compromiso altruista de sus sociedades.

¿Tenemos en España el sistema de cooperación que necesitamos para responder a este desafío? No. Por eso hace falta reformarlo con urgencia.


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