Por qué los radiadores de Nueva York fueron diseñados para estar encendidos con las ventanas abiertas


Cualquiera que haya estado en uno de esos viejos apartamentos de Nueva York los ha visto y sufrido. Son unos radiadores de metal, bonitos, pero desmesuradamente grandes y ruidosos situados la mayoría de las veces debajo de las ventanas. Funcionan a vapor, no tienen termostato y calientan tanto que no es raro ver las ventanas abiertas incluso en los días más fríos de invierno. Cuando descubres uno en tu habitación sabes que tienes dos opciones: asarte de calor o congelarte.

Los sistemas de calentamiento por vapor fueron creados en el siglo XIX. La New York Steam Company comenzó en 1882 a ofrecer sus servicios en Manhattan desde estaciones situadas en el subsuelo y es todavía un sistema habitual de calefacción hasta el punto de originar una de las imágenes más reconocibles de la ciudad. Las nubes de vapor saliendo de las alcantarillas no son escapes, sino que se deben habitualmente al agua externa que hierve al entrar en contacto con las tuberías.

Hoy, Consolidated Edison opera la calefacción urbana comercial más grande del mundo, que ofrece servicios a más de 100.000 establecimientos comerciales y residencias en la zona que va desde Battery Park, en el extremo sur de Manhattan, hasta la Calle 96. Además, muchos edificios tienen sus propios sistemas individuales. Casi 13,5 millones de toneladas de vapor fluyen cada año y se calcula que el 70 % de las construcciones de la isla se calientan usando este tipo de instalaciones. El derroche energético es tan grande que una ley local de 2016 obliga a que los grandes edificios se sometan a una auditoría energética. Al menos 23.400 bloques han sido revisados debido a esta norma.

Pero todo eso no explica por qué los arquitectos de principios del siglo XX decidieron poner en las viviendas aquellos cacharros, tan aparentemente inadecuados para los espacios que ocupan.

Al parecer ese hecho en concreto puede atribuirse a la gran epidemia de 1918, la mal llamada Gripe Española, según explicó a The New York Times Dan Holohan, un experto en la historia de los sistemas de calefacción y autor de 19 libros sobre el tema, entre ellos El perdido arte de la calefacción a vapor (1992). “Lo detecté por primera vez investigando para mis libros sobre la ingeniería de la década de 1920. Los autores mencionaban la necesidad del ‘aire fresco en movimiento’ y advertían de que tanto las calderas como los radiadores debían ser mucho más grandes porque era obligatorio mantener las ventanas abiertas por orden de la Junta de Sanidad”. El problema, contaba Holohan, es que esas fuentes no explicaban por qué era tan vital el movimiento constante de aire fresco que hubo que imponerlo con una normativa municipal.

La pandemia de gripe de 1918 fue la más grave de la historia reciente. Según el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos mató a 50 millones de personas en todo el mundo y afirman que “500 millones, o un tercio de la población mundial, se infectaron con este virus”. Aproximadamente, 675.000 estadounidenses murieron durante la pandemia. Las autoridades sanitarias dedujeron que la circulación de aire evitaría la transmisión de la enfermedad. De la misma forma que ocurre actualmente, las ciudades se apresuraron a trasladar todas las actividades, desde las clases hasta los juicios, a espacios abiertos.

En invierno la necesidad de aire fresco no disminuía. Según la investigación de Holohan, el Consejo de Salud de la ciudad de Nueva York ordenó que las ventanas permanecieran abiertas en todo momento para proporcionar ventilación, incluso en los días más fríos. Por eso los ingenieros idearon sistemas de calefacción diseñados para esa situación extrema. Los radiadores se diseñaron para que los apartamentos se mantuvieran calientes el día más frío del año con todas las ventanas abiertas. Aunque la gripe española remitió en 1920, las normas de ingeniería que dictaban el tamaño excesivo de los radiadores se mantuvieron. Esos cacharros son, por lo tanto, el último vestigio de aquella pandemia, prácticamente olvidada hasta la llegada de la covid-19.


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