Las escuelas son especialmente resistentes al virus, como ha demostrado la prueba de estrés de la vuelta a clase después de Navidad. La ministra Isabel Celaá puso este miércoles el dato sobre la mesa: tras el repunte de enero, ahora solo el 1,4% de las aulas están cerradas. La explicación se encuentra en el bajo nivel de transmisión que se produce en los centros educativos. Según la información presentada por la Generalitat de Cataluña, basada en más de un millón de pruebas PCR realizadas desde principios de curso a alumnos y trabajadores de colegios e institutos, un infectado solo contagia de promedio a 0,4 personas dentro del espacio escolar.
Cataluña tiene la segunda mayor población escolar de España: 1,38 millones de estudiantes en enseñanzas de régimen general. Es la única autonomía que utiliza el sistema de los grupos burbuja en todas las etapas, desde infantil a bachillerato y FP. Ello implica que cuando se detecta un positivo, el aula a la que pertenece se pone en cuarentena y a todos sus miembros se les practican pruebas PCR. Y es la comunidad que ha elaborado los análisis más completos sobre el impacto de la pandemia en las aulas.
Los resultados del último, presentado por los departamentos de Educación y Salud, reflejan que en un 80% de los casos el positivo (tanto de alumnos como de trabajadores) no contagia a nadie. Cuando sí lo hace, la media de contagios se sitúa en 1,8 casos. En total, cada infectado contagió de promedio a 0,42 personas en el primer trimestre y a 0,37 en lo que va del segundo.
La información es coherente con los resultados de un macroestudio sobre contagios en las aulas catalanas, todavía no publicado, en el que ha trabajado, entre otros, el epidemiólogo y pediatra Quique Bassat, del Instituto de Salud Global de Barcelona. “Esto indica que hay una baja transmisibilidad. En el adulto, sin hacer nada, lo que podemos llamar tasa secundaria de ataque se sitúa entre dos y tres. Tomando precauciones, como ir todos con mascarilla, esa tasa baja probablemente al 1,5 o similar. Que en las escuelas sea del 0,4 es muy buena noticia, y también refleja lo que se está haciendo en ellas para prevenir la transmisión. No solo es que los niños sean inherentemente menos infecciosos, son las dos cosas”, afirma Bassat.
Adolescentes
El dato proporcionado por la Generalitat no hace distinciones por edades, pero por lo que ha observado Bassat en el estudio paralelo, el contagio en los grupos de alumnos más pequeños es significativamente menor que entre los mayores, lo cual, afirma, no es sorprendente. “Los adolescentes son más parecidos a los adultos, tanto por hábitos como por fisionomía, así que tiene lógica que contagien de una forma más similar”.
Siendo seguramente la comunidad donde mejor puede analizarse la transmisión intraescolar (gracias al hecho de que al haber grupos burbuja en todos los niveles se hacen PCR a todas las clases cuando se encuentra un positivo, algo que en el resto de España, en el mejor de los casos solo ocurre en infantil y primaria), el epidemiólogo advierte de que en la etapa de secundaria existe el sesgo de la semipresencialidad, que Cataluña implantó a mitad del primer trimestre. Y que supone que los alumnos pasan menos tiempo en los centros.
El dato de transmisibilidad permite comprender mejor, con todo, prosigue Bassat, por qué hay pocos brotes en las escuelas y por qué los que hay no son grandes. “No hay ejemplos en los que se pase de un caso a 18, sino que tras un caso pasamos a ninguno o uno o dos como mucho. Después de cuatro meses de clases, no hemos tenido situaciones como las de las industrias cárnicas, los gimnasios y otros lugares donde se reúnen los adultos”.
La información de la Generalitat también vuelve a poner de manifiesto la correlación que existe entre el aumento de casos en las escuelas y la incidencia comunitaria, confirmando aparentemente que los centros educativos no amplifican la epidemia, sino que reproducen lo que sucede en su entorno. “Cuando volvimos de las vacaciones de Navidad, los primeros días fueron horribles porque había un montón de grupos que entraban a confinarse”, dice Bassat, “pero estamos hablando de uno de los momentos de mayor incidencia de la pandemia, y la situación no ha ido en aumento, sino en descenso”.
La incógnita de la variante británica
“Lo único que podría hacer que cambiaran las cosas sería la variante inglesa”, cree Quique Bassat, jefe del programa de malaria del Instituto de Salud Global de Barcelona. “Que es más infecciosa parece que está claro. La pregunta es si ese aumento también afecta a los niños y hace que se conviertan en algo parecido a lo que eran los adultos con la variante tradicional”.
Algunos datos del Reino Unido sugieren que lo es, pero como el país cerró las escuelas no hay suficiente información, afirma. “Aquí, de momento, no lo hemos visto, lo cual es bastante tranquilizador, pero es importante monitorizar. Cerrar los centros educativos es una medida de precaución, seguro, pero hay que ponerlo en la balanza con el derecho de los niños a la educación presencial. Y mientras no se demuestre que los estamos exponiendo a un mayor peligro del que conocemos hasta ahora o que causan un aumento de transmisión comunitaria, creo que debemos ser firmes en mantener las escuelas abiertas”.
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