En esta pandemia Portugal ha pisado el cielo y el infierno. El bautizado como “milagro portugués” mantuvo a raya el coronavirus durante la primera ola, pero casi un año después este país de más de 10 millones de habitantes está a la cabeza del planeta en contagios y en media diaria de muertos. Ha tenido que pedir auxilio internacional. “La palabra ‘milagro’ fue la peor que pudimos utilizar porque aquello se consiguió con trabajo”, lamenta Aurora Viães, del gobierno local del municipio norteño de Vila Nova de Cerveira, donde un geriátrico ha pasado de no conocer la covid a que todos sus residentes y trabajadores cayeran enfermos.
Los datos son pavorosos. La mitad de las muertes por covid en Portugal se han producido en enero y la incidencia por 100.000 habitantes a 14 días llega a cifras nunca vistas: 1.438, seguido por Israel con 1.060 y Republica Checa con 902, según los datos recogidos por la Universidad Johns Hopkins. El máximo lo tiene el Ayuntamiento de Penedono, en el norte del país, con más de 7.400 casos. El número de muertes por covid por cada 100.000 habitantes también deja al país a la cabeza del mundo en la última semana, seguido por Líbano y el Reino Unido, según la misma universidad.
Los epidemiólogos coinciden con los ciudadanos a la hora de señalar el detonante de esta explosión vírica. Portugal fue, junto a España, el país europeo que estableció restricciones más laxas en Navidad. En Nochebuena la movilidad fue total, el toque de queda se redujo al mínimo y no hubo siquiera límite de personas en las casas. “Salvar la Navidad fue un gran error; lo sabíamos pero no esperábamos que llegase a ser de esta magnitud”, confiesa Ricardo Mexia, presidente de la Asociación Nacional de Médicos de Salud Pública de Portugal. Mexia critica que las restricciones se relajaron sin que el país hubiese logrado salir del todo de la segunda ola. El periodo de fiestas arrancó en Portugal con 3.000 infecciones al día, “un número alto pese a que la trayectoria era descendente”, explica el epidemiólogo.
Los hospitales no estaban preparados para lo que se les venía encima y han colapsado, sobre todo en el área de Lisboa, de donde se han derivado pacientes a Oporto e incluso a la isla de Madeira. Una cola de 30 ambulancias cargadas de pacientes esperaba turno hace solo unos días en las urgencias del hospital de Santa María de la capital lusa. Ahora el punto más crítico está en las UCI. “Estamos agotados y se prevé que aún pasemos más de dos o tres semanas de mucha presión”, advierte María Manuel Varela, enfermera de cuidados intensivos del hospital de Évora.
Son 1.200 las camas disponibles, buena parte de ellas improvisadas en los últimos meses. Más de la mitad estaban reservadas para infectados, pero la eclosión de casos ha desbordado tal previsión y este viernes eran 904 los contagiados en estas unidades. El principal problema es la falta de personal. “Hay hospitales que duplicaron y triplicaron camas con los mismos equipos. Faltan enfermeras y médicos y estamos reclutando de otras áreas. Los formamos con la documentación que aporta la Sociedad Portuguesa de Cuidados Intensivos para que estén preparados”, cuenta la enfermera Manuela Varela, vicepresidenta de esta sociedad científica.
Cuando estalló la pandemia, el país luso contaba con el menor número de camas de cuidados intensivos por población de Europa, según admitió el propio Gobierno. Es precisamente a estas unidades adonde se ha destinado el primer refuerzo llegado del extranjero. Un equipo sanitario procedente de Alemania aterrizó en Portugal el pasado miércoles. Son 26 profesionales, entre ellos seis médicos, que han llegado cargados con 40 ventiladores móviles y 10 fijos, 150 bombas de infusión y otras tantas camas hospitalarias.
Los sanitarios alemanes se han instalado en un centro privado de Lisboa para poner a funcionar ocho camas de UCI en un área inutilizada hasta ahora por falta de personal. Allí permanecerán tres semanas, pero serán relevados de forma sucesiva cada 21 días hasta marzo si es necesario. Su llegada es el resultado de la llamada de auxilio que la ministra de Salud lusa, Marta Temido, lanzó el 25 enero. El Gobierno gallego también ha ofrecido acoger a enfermos lusos en las camas de UCI del hospital de Vigo y Austria anunció este viernes que recibirá a pacientes portugueses.
En el hospital de Santa Luzia de Viana do Castelo, en el distrito sanitario Norte que está a la cabeza en número de casos, los trabajadores aseguran que esta semana ha sido “más tranquila”. Lo dicen en un día, el miércoles, en el que la ocupación de su UCI alcanza el 96%, según los responsables del centro. Vitor Jeremias, conductor de transporte de emergencias, acaba de dejar a un enfermo de covid procedente de Ponte de Lima en unas urgencias que hace nada estaban atestadas de infectados, la mayoría octogenarios.
“No deberían haber dejado tanta movilidad durante las fiestas navideñas. Como en la primera ola fue bien, la gente se confió”, opina Isabel Durais, vecina de Fiz, a 15 kilómetros de Viana, mientras espera en urgencias por su hijo, que se ha roto una pierna. Ella brindó en Nochebuena y Fin de Año solo con quienes convive para no poner en riesgo a su madre, de 80 años. Pero la mayoría de sus compatriotas, censura, no hizo lo mismo.
El miedo que se esfumó
El ánimo de los portugueses hacia el virus ha ido cambiando. El primer caso de coronavirus se detectó en Portugal el 2 de marzo, un mes después que en España. Esta llegada tardía y un confinamiento en primavera respetado con disciplina por su población ayudó a contener los contagios y erigió al ejemplo luso en modelo internacional. “La gente tenía mucho miedo. En una población tan católica y tan unida a la tradición religiosa de despedida de los muertos, las imágenes dramáticas de España e Italia con los hospitales colapsados y las filas de féretros causaron pánico”, explica la concejala de Vila Nova de Cerveira Aurora Viães.
Con el regreso a las calles y la reapertura de la actividad económica, el terror se fue esfumando, la fatiga pandémica hizo mella y los mensajes públicos se suavizaron. La concejala Viães asegura que en su municipio vio cómo aumentó el número de ciudadanos que buscaban resquicios legales para salir de casa y desdeñaban los riesgos por no haber sufrido casos cerca. Hoy recibe llamadas de vecinos desesperados que no pueden acompañar a sus familiares hospitalizados que están a punto a morir. “La comunicación falló”, concluye.
En las fiestas navideñas “el mensaje [de las autoridades] tenía que haber sido más claro para que la gente evitase reunirse”, concuerda el epidemiólogo Ricardo Mexia. El traumatólogo gallego Pepe Muras, que ejerce en Portugal desde hace años, percibe falta de valentía en los políticos para mantener las restricciones cuando los datos empezaron a mejorar en diciembre. “¿Acaso están contentos los hosteleros ahora por haber podido abrir en Navidad y Fin de Año?”, se pregunta sobre un sector que, al igual que las escuelas, ha sido cerrado y al que solo se le permite servir comida para llevar.
La pandemia ha sorprendido a Portugal con la sanidad malherida, una década después del paso de la tijera de la troika sobre el gasto público. Solo unos meses antes, dos hospitales habían cerrado sus urgencias por falta de médicos y se sucedían las dimisiones de jefes sanitarios hartos de trabajar con equipos obsoletos. La prensa informaba incluso de casos de pacientes obligados a esperar cuatro horas dentro de las ambulancias al no haber camillas.
Para Jorge Roque da Cunha, secretario general del Sindicato Independiente de Médicos, la covid ha puesto a prueba un “frágil” sistema de salud que “no fue reforzado” cuando la economía mejoró. El déficit de inversiones en equipos, subraya, es “de décadas” y los médicos, que acumulan cansancio y horas extra, “no tienen buenas condiciones laborales”.
La falta de personal sanitario es acuciante incluso fuera de los hospitales. Al rescate del geriátrico Lar de Maria Luisa de Vila Nova de Cerveira donde se contagiaron todos los residentes y trabajadores tuvieron que acudir estudiantes y enfermeras voluntarias. A solo 25 kilómetros, en Paredes de Coura, en otro centro de mayores llamado Casa da Misericórdia donde se han infectado decenas de personas, el padre Manuel Alberto Domingues ha lanzado en las redes sociales un llamamiento desesperado: “Precisamos urgentemente profesionales de enfermería a título voluntario, de prestación de servicios o en otra situación”.
Información sobre el coronavirus
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