Portugal se enfrenta al dilema de integrar a la extrema derecha o aislarla en las instituciones

Portugal se enfrenta al dilema de integrar a la extrema derecha o aislarla en las instituciones


Portugal ha dejado de ser un territorio libre de populismos. Las últimas elecciones confirmaron el meteórico ascenso del Chega, fundado en 2019 por André Ventura, que había llegado más lejos como comentarista televisivo del Benfica que como militante de la derecha agrupada en torno al Partido Social Demócrata (PSD). Ambos rasgos explican la naturaleza del nuevo partido: Ventura aprovechó su experiencia mediática para obtener un gran eco a fuerza de propuestas incendiarias contra los gitanos y las personas que necesitan subsidios sociales y usó la experiencia política para armar una organización con sus principales banderas: liberalismo económico, conservadurismo moral, nacionalismo y guerra cultural a la izquierda, ya fuese la que entroncaba con la Revolución Francesa o la que nació en la Revolución rusa.

El Chega se convirtió el pasado 30 de enero en la tercera fuerza parlamentaria. Aunque perdió más de 85.000 votos respecto a las presidenciales de 2021, su salto en la Asamblea de la República, al pasar de uno a 12 diputados, le convirtió en uno de los grandes vencedores de la noche junto al Partido Socialista (PS), que logró la mayoría absoluta, y la Iniciativa Liberal, que creció de uno a ocho escaños. Uno de los debates que atraviesa estos días la política y el periodismo en Portugal es la relación que ha de establecer el sistema con una formación fundada para atacarlo: el aislamiento alemán con AfD (Alternativa para Alemania) o la integración italiana con La Liga.

Como otros partidos populistas, el Chega es antisistema en la teoría, pero no en la práctica. André Ventura nunca ocultó en campaña que aspiraba a ser ministro si la derecha moderada del PSD le necesitaba para gobernar; y reclama ahora para su grupo las cuotas institucionales que le corresponden legalmente. La Constitución portuguesa establece que los cuatro partidos más votados tienen derecho a una vicepresidencia en la Mesa de la Asamblea de la República y que las presidencias de las comisiones “se reparten por los grupos parlamentarios en proporción al número de sus diputados”.

Por lo tanto, PS, PSD, Chega e Iniciativa Liberal tienen una vicepresidencia reservada, aunque no garantizada, ya que los aspirantes deben superar una votación sobre su idoneidad ante la Cámara. Es improbable que Diogo Pacheco de Amorim —propuesto por el Chega para ese puesto y que en los años setenta perteneció a un movimiento que promovió atentados y ataques contra organizaciones de izquierdas— se convierta en vicepresidente de la Asamblea. No sería la primera vez que se tumba a un candidato.

Consciente de ello, Ventura ya ha dado pistas sobre su plan alternativo si fracasa Pacheco de Amorim: presentar a Gabriel Mithá Ribeiro, un historiador nacido en Mozambique que se ha convertido en uno de los principales ideólogos de la formación ultra. Mithá no arrastra pesos del pasado y coloca a sus adversarios en la encrucijada de rechazar a un diputado de origen africano.

“La democracia es el régimen de todos. Incluso de los no demócratas”, escribió en un artículo en Público el sociólogo António Barreto, “esos no pueden ser excluidos, marginalizados o prohibidos a no ser por un crimen o violación de la ley. Pero la demagogia no es crimen. El nacionalismo no es crimen. Por eso, el Chega y afines deben ser derrotados en las elecciones y en el debate, no a través de procedimientos antidemocráticos”.

La línea alemana de Costa

No hay duda de cuál será la estrategia del primer ministro, el socialista António Costa, quien ha escogido la línea dura alemana. Tanto en campaña como en la noche electoral, dejó claro que marginaría al Chega de su diálogo con el resto de formaciones. Es evidente que ha cavado un foso entre él y Ventura. De la ronda preparatoria de la próxima legislatura —que ha llevado al palacio de São Bento a agentes sociales y líderes políticos— ha excluido al fundador del Chega con el argumento de que no existía “convergencia ninguna” con el partido para preparar el nuevo ciclo político y distinguiendo estas audiencias de los encuentros institucionales a los que acude Ventura.

“Es coherente con la promesa que hizo en campaña de que no contaba con el Chega para nada; tiene sentido que Costa tenga la libertad de no invitarles a las reuniones antes de la formación de su Gobierno. Si ahora invitase al Chega, estaría quebrando una promesa electoral”, sostiene por teléfono Marina Costa Lobo, politóloga del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa.

“Tengo una perspectiva italiana, me suena extraño este cordón sanitario”, señala Riccardo Marchi, un investigador del Instituto Universitario de Lisboa especializado en el estudio de la extrema derecha. Marchi publicó en 2020 el primer libro sobre Chega en Portugal y desató una polvareda entre especialistas, que consideraban que blanqueaba el partido de Ventura. “Esta distinción que existe en la literatura científica fue incorporada en Alemania en 1945. Diferencia a los partidos que son subversivos y quieren destruir la democracia de aquellos que son de protesta y quieren reformas radicales, pero aceptan las reglas del juego democrático. Chega las acepta y participa de ellas”, responde por teléfono.

“Por encima de todo es un proyecto de poder personal de André Ventura, que se ve a sí mismo como elegido por Dios para liderar una mítica e inverosímil IV República”, señala Miguel Carvalho, periodista del semanario Visão, que ha investigado en profundidad a los círculos de la extrema derecha en Portugal y que destaca la inestabilidad interna de la formación. “Si se queda solo, hablando para sí mismo, sin eco y sin otra opción que mirarse en el espejo, sus debilidades aparecerán a la vista”, reflexiona en un correo electrónico. El periodista considera que el Chega carece de un proyecto ideológico sólido más allá del activismo mediático. “Dentro del universo de la derecha radical populista europea, es uno de los partidos más débiles en ideas y discusión programática”, indica.

Carvalho huye de las etiquetas simplistas: “Llamarlo partido fascista o de extrema derecha puede tener un fondo de verdad, pero está muy lejos de ser toda la verdad. Su electorado, más allá de sus tribus más o menos racistas, xenófobas o fanáticas, tiene características comunes a otras fuerzas: la desilusión con los aparatos partidarios y con cómo se gestiona el Estado y el bien común”.

Una observación que también destaca en su artículo el sociólogo António Barreto: “El éxito, aunque muy relativo, del Chega tiene que ser entendido en el marco de las crisis que atraviesan las democracias. Estas están en el origen de una deriva populista, no democrática o antidemocrática, de izquierda o derecha. En todo el mundo, la democracia es contestada por las aspiraciones insatisfechas, por la desigualdad creciente, por la sociedad digital, por los valores dominantes de lo efímero y por el producto mercantil… Los sistemas democráticos han hecho explotar las aspiraciones y los deseos, que después no consiguen satisfacer”.

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