Producción rural: para el bien común y la soberanía | Artículo

Julio Moguel

 I

El reloj empieza a marcar la hora de los balances anuales de gobierno, y, en este caso, el balance de los tres años del gobierno de la 4a Transformación. La información “dura” empieza a fluir, con datos estadísticos y de otra naturaleza que permiten empezar a tener una mayor certeza sobre la direccionalidad y pertinencia –o no– en la que se desarrollan algunos de los programas clave de la actual administración.

Con todo, aún es pronto para los “balances globales”, pues será a principios del tercer trimestre del presente año cuando ya podremos hacer valoraciones finas y con los datos duros correspondientes en torno, por ejemplo, al crecimiento del PIB en el 2021, a variaciones en el comportamiento del flujo de remesas, al cumplimiento –o no– de lapsos y objetivos en torno a determinados programas especiales del gobierno, etcétera.

Pero no quisiera dejar de adelantar, con datos duros ya en la mano, lo que es y ha significado un programa prioritario de gobierno, con la idea de atajar –o debatir, en su caso– algunas ideas vagas o genéricas que, más ligadas a prejuicios o a ejercicios especulativos, se han adelantado críticamente con respecto a algunas de las políticas públicas hacia el campo. Me ubicaré específicamente en el programa “Producción para el bienestar”, encuadrado en la subsecretaría de Autosuficiencia Alimentaria de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader), programa-paradigma, en mi opinión, de los procesos reconstructivos del agro mexicano.

Cuartoscuro

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II

Pero antes de entrar a valorar el mencionado programa gubernamental quisiera hacer un señalamiento teórico o general en torno al “tema campesino”, pues sin dicho marco global poco se entenderá en torno a lo que es un debate central en lo que se refiere a las transformaciones del México de nuestros días.

Lo que pudiera parecer incomprensible y absurdo para los teóricos del neoliberalismo –o para algunos teóricos de la izquierda marxista que se han ubicado sistemáticamente en la convicción de que los campesinos tienden a proletarizarse, y, con ello, a desaparecer– es que esta mole poblacional no sólo no desaparece sino que “existe” y se multiplica. Veamos.

De acuerdo con el Servicio de Información Agropecuaria y Pesquera (SIAP), los productores de pequeña y mediana escala (más del 80% cuentan con predios de hasta 5 hectáreas y el 16.2% tienen más de cinco, sin que ninguno sobrepase las 20 hectáreas), actualmente existentes en México, aportan alrededor del 54 por ciento del valor de la producción nacional de los principales 35 cultivos, con productos exportables que están por encima de dicho porcentaje. Entre otros: maíz, frijol, café, agave, aguacate, mango, cebada, limón y naranja. Pero hay otro dato de gran significación aportado por el SIAP: estos pequeños y medianos productores generan el 85% del empleo pagado en la agricultura.

Frente a tales realidades, los gobiernos anteriores siguieron seducidos por la neoclásica teoría de “las ventajas comparativas”, convencidos, por lo demás, que subsidiar o apoyar a los grandes productores “de más alta productividad” –sin importar el hecho de que éstos no pasaban de ser más del 20 por ciento de los productores totales– permitiría generar rentabilidades mayores y más rápidas para beneficio del país, más aún si éstos, con máximas y mejores condiciones para exportar, ayudarían a generar flujos de divisas que de algunas manera “compensarían” o “neutralizarían” la caída o baja de divisas que ya se sufría en esas fechas en los saldos de las importaciones relativas al recurso petrolero.

Que el tema no constituía una asignatura menor para el pensamiento y debate de nuestros días quedó plenamente fijado en un posicionamiento y debate que, iniciado desde los años setenta del siglo pasado por autores como Ernest Feder, Rodolfo Stavenhagen y Armando Bartra, ha sido revivido y enriquecido en nuestros días (2016) por el muy relevante libro Peasant Poverty and Persistence in the 21st Century, coordinado por Julio Boltvinik y Susan Mann (libro en el que vuelve a tener un papel muy relevante la aproximación teórica de Armando Bartra).

Armando Bartra. Foto: Cuartoscuro

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III

El “Programa para el bienestar”, al que nos hemos referido en la primera parte, echó por la borda en definitiva el esquema de “las ventajas comparativas”, concentró el cien por ciento de su presupuesto (el presupuesto más significativo dirigido al sector) en los pequeños y medianos productores (el 83.8% de los productores inscritos en el programa cuentan con predios de hasta 5 hectáreas, el 16.2% tienen más de 5 pero no más de 20 hectáreas), retomó el objetivo decisivo de la “autosuficiencia alimentaria”, y, desde sus prioridades de apoyo o de subsidio productivo incluyó a los núcleos o a los productores indígenas, “los más pobres entre los pobres” del campo mexicano (cumplido el segundo año de operación, el padrón de apoyos del programa registra en su lista de beneficiarios a un millón 313 mil indígenas de 18 entidades del país).

Más aún: el programa definió un apoyo preferente a la mujer campesina (atiende a 749 mil mujeres, que representan el 32.6% del padrón, lo que supera en más de 25% lo que llegaron a hacer Procampo/Proagro, sus “similares” correspondientes en los gobiernos anteriores), y resolvió en lo fundamental uno de los más graves problemas a los que se enfrentaban con anterioridad las sociedades campesinas, a saber: la sistemática falta de “oportunidad” en la recepción del recurso (Procampo llegó a ejercer el 55% de su presupuesto en el último trimestre). La diferencia resulta ser abismal: en 2021 “Producción para el Bienestar” dispersó el 90% del presupuesto asignado durante el primer trimestre del año.

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IV

El programa “Producción para el bienestar” rompe con la lógica “meramente asistencial”, pues entra directamente en el campo de “lo productivo”, con asistencias técnicas y con esfuerzos máximos para acompañar procesos organizativos que permitan a las sociedades campesinas encontrar la vía de su revitalización comunitarista y de su complejo proceso de reconstrucción global.

Y logra finalmente enhebrar la aguja en un sentido radical: considerar en definitiva que “la mayor rentabilidad” de la inversión no se encuentra en el apoyo a los grandes productores, pues “el atraso” relativo de los pequeños y medianos productores, dado el olvido o la falta de apoyo que sufrían, les permite, a contrapunto, que la inversión en sus esfuerzos productivos les permita generar “un potencial enorme de aumento de rendimientos por hectárea, muy superior al de los productores de mayor escala”.


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