El premio Nobel de la paz de 2021 Dmitri Muratov, director de Nóvaya Gazeta, publicó el primer día de la invasión rusa de Ucrania un editorial en vídeo titulado En contra de la guerra. Un par de días después el vídeo fue sustituido por una foto de su cariacontecido director bajo un escueto texto: “Material borrado por orden de la fiscalía y Roskomnador (supervisor federal de los medios)”. No fue el único medio. Las autoridades han ordenado este fin de semana a cerca de una decena de televisiones y periódicos rusos que eliminen todo el contenido donde aparezca la palabra “guerra”, un tabú para el Kremlin.
El castigo por no obedecer es el bloqueo de la web y multas de decenas de miles de euros. En los recursos presentados por Roskomnadzor, el regulador acusa a la prensa de que “bajo la apariencia de mensajes fiables, hay información socialmente significativa que no corresponde con la realidad”, y pone como ejemplo denominar a la oficialmente “operación especial” rusa como un “ataque, invasión o declaración de guerra”.
Esta última palabra ha sido sustituida por eufemismos incluso en las portadas de los medios críticos, aunque alguno recurre a trucos, como recordar que “no es una guerra, es una operación especial”, para traerla de nuevo ante los ojos de los lectores. Solo Meduza —fundado por periodistas rusos en Letonia— titula su especial como “Guerra: ataque ruso a Ucrania”.
En cualquier caso, no es el único tipo de censura sobre un conflicto de cuyas bajas no da detalles el Ministerio de Defensa ruso, que solo informa de que “lamentablemente, hay compañeros muertos y heridos”. Apenas Nóvaya Gazeta y algún medio más ilustran con muertos o vehículos y casas destruidos la realidad de la guerra. Incluso con combates en las mayores ciudades de Ucrania, dos importantes diarios como Vedomosti y RBK no tenían ni una sola imagen de destrucción, ni una sola voluta de humo, en sus webs este domingo.
No es una situación nueva. Si una imagen vale 1.000 palabras, las dos últimas grandes catástrofes vividas por Rusia deberían haber hecho correr ríos de tinta para entender la dimensión de sus tragedias. Una pandemia y una guerra que en el día a día, en la calle, parecen ocurrir en un lugar lejano, pues lectores y espectadores no ven las imágenes de ello.
Cuando comenzó la expansión del coronavirus por el país, los canales de Telegram y Twitter fueron, con la honrosa excepción de algún medio independiente, el único sitio donde se podía ver los pasillos saturados de enfermos de muchos hospitales provinciales, e incluso el suelo de algún sótano desbordado por las bolsas de cadáveres, como en la ciudad de Barnaúl. En dos años de pandemia, todas las imágenes de los centros médicos y cementerios han sido tan asépticas como los uniformes del personal que salían en ellas pese a que el país ronda un exceso de mortalidad de un millón de fallecidos, según el recuento del diario —declarado agente extranjero— The Moscow Times.
Y con la guerra de Ucrania ha sido un caso similar. Tras cuatro días de invasión, las imágenes más duras y que podrían remover conciencias no aparecen en los informativos y nadie pregunta si hay víctimas entre los propios soldados rusos.
Las televisiones nacionales están controladas o directamente por el Kremlin o por empresarios cercanos al poder. Los únicos fallecidos que muestran sus imágenes son de las zonas separatistas del Donbás para justificar la guerra o de las películas con cierta intención propagandística que producen, como Sonata siria o Turista, una película épica sobre los mercenarios rusos en República Centroafricana. El canal estatal Pervy Kannal, el mayor del país, llama a esta invasión “operación bélica especial para la defensa de las repúblicas de Donetsk y Lugansk” y la califica como una “intervención humanitaria”.
Este canal y Rossiya 24 no muestran la destrucción de la guerra y reiteran los mensajes oficiales en sus informativos y debates. Entre ellos, que el Gobierno ucranio está manipulado por fuerzas “neonazis” y ha emprendido un “genocidio” contra la población rusoparlante, la misma que precisamente vive en ciudades bombardeadas por Rusia como Kiev y Járkov.
Dozhd, la única televisión independiente de Rusia, sí muestra los efectos de los bombardeos. Su director, Mijaíl Zygar, llamó a parar la guerra. “Esta es nuestra vergüenza, pero lamentablemente también la de nuestros hijos, una generación de rusos muy jóvenes y no nacidos, que tendrán que asumir la responsabilidad de ello”, escribió en su página personal y agregó: “No nos creemos las afirmaciones de Vladímir Putin de que el pueblo ucranio está bajo el dominio ‘nazi’ y necesita ser ‘liberado’. Exigimos el final de esta guerra”.
En cuanto a la prensa, en Rusia apenas resiste un puñado de medios independientes y los que no tienen la etiqueta de agente extranjero son una excepción. Novaya Gazeta abrió su edición impresa este viernes con el titular “Rusia bombardea Ucrania” sobre un fondo negro donde estaba escrito en ruso y ucranio el mensaje de su director: “La redacción considera esta guerra una locura. La redacción no considera a los ucranios enemigos ni la lengua ucrania la lengua del enemigo”.
Novaya Gazeta es de los pocos medios que hablaba de “la guerra de Putin”. Otros medios son mucho más asépticos al utilizar el lenguaje oficial: “La operación militar en Ucrania”, titulan a sus respectivos especiales Kommersant y RBK, y Gazeta lo llama “Operación en Ucrania”. En el caso de Kommersant, del magnate Alisher Ushmánov, muy próximo al Kremlin, sí han mostrado imágenes duras en un pequeño rincón de su web.
Pese a las presiones, muchos periodistas se han pronunciado por su cuenta contra la guerra. La reportera Elena Chernenko promovió este jueves un manifiesto por la paz al que se adhirieron 296 profesionales de los medios rusos antes de que su promotora decidiera darle carpetazo por los problemas que había provocado.
“Nosotros, corresponsales de los medios rusos y expertos que escribimos sobre la política exterior de Rusia, condenamos la operación militar lanzada en Ucrania. La guerra nunca ha sido ni será una forma de solucionar conflictos y no tiene justificación”, rezaba el encabezamiento de una lista en la que no solo firmaron periodistas de medios críticos, sino también muchos de los medios antes citados y de agencias de información estatales como TASS.
“Elena ha tenido problemas”, contaron a este periódico fuentes cercanas a la periodista. Tras ser acusada de no ser profesional por las autoridades, su promotora pidió que no se castigase al resto de firmantes.
La carta abierta de estos periodistas no ha sido el único manifiesto de un colectivo profesional ruso contra la guerra. La comunidad científica y los reporteros de esta área publicaron otra declaración en un tono incluso más duro. “Los intentos de usar la situación de Donbás como pretexto para lanzar una operación militar no inspiran ninguna confianza (…) y habiendo desatado la guerra, Rusia se condena al aislamiento internacional, a ser un Estado paria. Esto significa que nosotros, los científicos, no podremos trabajar con normalidad”, denuncia el sector, que advierte de que se avecina “una mayor degradación cultural y tecnológica para Rusia” tras haber dado “un paso a ninguna parte”.
Más de 5.500 detenidos por protestar contra la guerra
REUTERS
Las autoridades rusas han detenido a más de 1.700 personas este domingo por salir a la calle en unas 46 ciudades del país para protestar contra la guerra emprendida por Putin en Ucrania. Desde el inicio de la invasión de la antigua república soviética el pasado jueves, más de 5.500 manifestantes han sido detenidos por las fuerzas de seguridad por manifestar su descontento y exigir la paz, según el portal OVD-Info, una de las principales fuentes para seguir la represión de las manifestaciones en Rusia.
Las marchas de este domingo han coincidido con el séptimo aniversario del asesinato del político de la oposición Boris Nemtsov. Algunas de las detenciones se han registrado en un memorial improvisado junto a la sede del Kremlin, donde fue asesinado.
Las manifestaciones contra la guerra se han extendido a todo el mundo, en ciudades de Alemania, Francia, Australia, Estados Unidos, y también España. Pero en ningún lugar del mundo clamar por la paz resulta tan peligroso como en Rusia.
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