Puñaladas de realidad del azote

Desde que le metió un golazo a Arconada en 1987 en un embarrado Atotxa, con aquel buen Sporting de Novoa, Maceda, Cundi, Joaquín, Mesa y Eloy, Marcelino
García
Toral ha encontrado la fórmula para ser un irritante azote de la Real. Ha conseguido regar esa condición desde sus primeros pinitos en el banquillo, con un puñado de equipos, muchos de ellos inferiores a la Real como el Recre o el Racing. De hecho, fue de los visionarios que comenzó a atisbar la caída a los infiernos de aquella desdichada Real de Bakero y Lotina que descendió. Sólo se habían disputado tres partidos, pero el Nostradamus de Villaviciosa clavó la primera daga de realidad en el corazón de los realistas relatando en MD que veía a la Real como enemigo directo del Recre, un recién ascendido, y que veía imposible que estuviera entre los 10 primeros. Los números txuri urdin ante el técnico del Athletic son tenebrosos: en 22 duelos, 12 victorias del equipo de Marcelino (Recre, Zaragoza, Sevilla, Villarreal y Valencia), ocho empates y dos derrotas.

Hasta diciembre de 2020, y mucho más tras el sencillo triunfo de la Real ante el Athletic de Garitano, la convicción guipuzcoana en ganar la final era absoluta, indestructible. Una vez más, llegó para romper la armonía un Marcelino que, como entrenador del Zaragoza, dijo ver un penalti claro de Bravo a Ewerthon en una evidente acción limpia del chileno. Aquel empate postrero fue el descabello de las opciones de ascenso de una Real frustrada en su segundo año en Segunda.

Un título a los 14 días

Algo debe tener quien cambia de esa manera la dinámica de un equipo como ha hecho Marcelino. El Athletic del otoño de 2020 era pusilánime y vulnerable. A este de 2021 le cuesta ganar, pero es una fortaleza difícil de conquistar. 14 días necesitó Marcelino para alzar un título tras acceder a su nuevo cargo. Es la Supercopa, claro, nada que ver con la tradicional Copa o la inalcanzable Liga, pero el hecho de ver a unos jugadores elevando un trofeo al cielo empapados de gloria y trozos de plástico resplandecientes cambia tendencias y alimenta autoestimas. Era cuestión de ganar dos partidos, pero contra el Real Madrid y el Barcelona. Sí, fue victorioso el aterrizaje marceliniano en el Athletic, ese equipo sobre el que había dicho que “los árbitros le favorecen muy a menudo”. Era 2014, guiaba al Villarreal y se había cruzado en su camino Gil
Manzano.

Éxito y polémica. Su carrera siempre ha estado intrincada en este binomio. En la última jornada de la 2015/16, con su Villarreal ya cuarto, alineó jugadores inhabituales ante el Sporting, el equipo de su corazón que se jugaba la salvación con el Rayo y del que había afirmado que quería que no bajara. Pasó lo que debía pasar y su mujer, Mar
García, se vanaglorió en Facebook: “Me voy de Asturias con el trabajo hecho!!! Os dejamos en Primera”. Marcelino, movidas y vino. Hace dos años, tras una campaña fetén en el Valencia, al que hizo campeón de Copa -“fue y será siempre el día más grande de mi vida”- y envió a la Champions, rajó sobre fichajes, consciente de que la guillotina de Peter
Lim estaba activa. Caput.

La mayor amenaza txuri urdin, su azote, se sentará en el banquillo, pero el mejor corolario es recordar que en aquel encuentro en el que le limpió las telarañas de la portería de Atotxa su equipo perdió 2-1.


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