Putiferio


El pasado 29 de septiembre, en intervención ante el Congreso de los Diputados, la señora Míriam Nogueras, portavoz de Junts per Catalunya, aseveró, en referencia a la detención en Italia de Carles Puigdemont: “Lo que hemos visto estos días es, en boca de periodistas italianos y periodistas españoles, un putiferio”. Tomo la cita del Diario de Sesiones, y hago esta precisión porque en algún corte de vídeo fácilmente recuperable en la Red se ha suprimido (¿buscando rotundidad?; ¿con intención de adjudicar directamente a la diputada la elección del sustantivo que va a ocuparme?) el inciso “en boca de periodistas italianos y periodistas españoles”.

Y, sin embargo, esa apostilla resulta esencial. Pues, en efecto, el empleo de la palabra putiferio, que en español también existe —es, justamente, un préstamo del italiano, lo que llamamos un italianismo—, viene de la prensa de aquel país. En concreto, hasta donde se me alcanza, de un artículo aparecido en La Repubblica. Se explica en él que, pese a haber confirmado el Tribunal Supremo español la validez de la orden de detención, ninguno de los países recientemente visitados por el expresidente catalán la había ejecutado. Sí en cambio Italia, sin interferencias políticas —dice el rotativo, remitiendo a fuentes gubernamentales—, “ma con un provvedimento di polizia che ha comunque scatenato un putiferio”.

Las palabras de la diputada de Junts suscitaron murmullos en el Congreso, como el Diario puntualmente refleja. Y la presidenta Batet la reconvino: “Señora Nogueras, creo que ha utilizado algunos términos absolutamente inadecuados para el decoro y la dignidad de esta casa, como recordaba ayer”. No sé a qué otros “términos” se estaría refiriendo doña Meritxell como “inadecuados”, pero es claro que putiferio se lo pareció.

Y, sin embargo, ¿qué significa putiferio en italiano? Es en esa lengua palabra de etimología controvertida —lamento no poder entrar aquí en detalles— pero desde luego nada tiene que ver, ni nadie la vincula, con puttana, voz que, por lo demás, tiene esa t “doppia” que aleja a los hablantes de eventuales tentaciones asociativas.

Nosotros, en cambio… El caso, lingüísticamente, es precioso; pues en español el resultado del préstamo —regalo, más bien— que nos ha hecho la lengua de Dante (más nítido imposible: significantes idénticos en ambos idiomas) lo hemos echado a mala, a malísima parte.

En la lengua hermana, putiferio es “litigio, disputa, scenata violenta e rumorosa”, “confusione, disordine, baraonda”, según el diccionario Treccani. Nada que ver con las meretrices. Una sencilla (y coloquial) traducción de putiferio a nuestra lengua sería esta: follón.

Nosotros, en cambio, los hablantes de español, el pueblo soberano —no en vano el fenómeno tiene un estupendo nombre técnico: etimología popular—, los dueños del idioma, han —hemos— asociado putiferio con puta. Ni más, ni menos. Y se han —nos hemos— quedado tan anchos. El terremoto semántico que tal asociación ha provocado ha sido espectacular.

Como seguimos sin tener un diccionario histórico, para ofrecer la trayectoria de putiferio en nuestra lengua habría primero que trazarla. (Inútil, desde luego, buscarla en Corominas). Quede para otra ocasión.

Porque en este artículo de urgencia lo importante es el final de la trayectoria. La Academia ha recogido muy tarde la palabra putiferio: en la última edición de su diccionario, la de 2014. Y lo ha hecho dándola como sinónima de puterío en las tres acepciones de esta: ‘prostitución’, ‘conjunto de personas que ejercen la prostitución’ y ‘situación de desmadre’. Es bastante dudoso, para mí, que puterío comparta la tercera, pero no puedo entretenerme a dilucidarlo. Lo que sí es claro es que putiferio en español puede significar también ‘desmadre’, buen equivalente de follón. Más exactamente, que empezó significando eso. Por ejemplo en Los parias (1903) del colombiano José María Vargas Vila: “la crónica […] era rica en incidentes cómicos, en putiferios vergonzosos, en escándalos tragi-grotescos”.

El Diccionario del español actual de Seco, Andrés y Ramos se había adelantado a la Academia, ya en su primera edición (1999). La palabra se define en él como equivalente de puterío en las dos acepciones de esta en el mismo diccionario, ‘prostitución’ y ‘conjunto de prostitutas’. Lo que, claro es, se ilustra con textos. Baste aquí, para la primera de aquellas, este de Alfonso Paso (¿se acordará alguien de él?), de una comedia de 1976: “Hay el putiferio de los veinte duros, que es una gilipuertez, y el putiferio de los seis millones, que es un alto asunto financiero”.

Con el DEA en la mano, pues, ni rastro del ‘follón’. Y sin embargo, queda algún autor que conoce el sentido digamos etimológico o primigenio de la palabra, el no sexualizado que tiene en italiano, y gusta de emplearlo. Así, Arturo Pérez-Reverte, muy aficionado al vocablo. Hace cosa de un año declaraba: “En este tinglado y putiferio político en el que estamos inmersos, el rey Felipe VI a mí me parece buena persona. Me parece un buen referente y árbitro”.

A mí también, por cierto.

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