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Quartararo, el nuevo campeón de MotoGP al que su padre le prohibió comer en McDonald’s


A Fabio Quartararo siempre le gustó ser diferente. Vestir distinto. Llamar la atención. Reír con todo. Y con todos. Los tatuajes que cubren su brazo derecho no enmascaran su dulzura. Y no han conseguido todavía hacer desaparecer de su rostro el acné. Todavía recuerda, mucho, al niño que fue hace no tanto. Cuando celebraba ser un chaval que, impulsado por su talento, había escapado de casa todavía muy joven. “Cuando eres pequeño y tienes 13 o 14 años es muy divertido, te puedes chulear delante de tus amigos” cuenta sobre aquellos años en que se fue a vivir a Altea. Hoy, acompañado de toda su familia en Misano, donde se ha proclamado campeón del mundo, el primer francés, el sexto piloto más joven en lograr el título (22 años), asume que ya no es tan divertido vivir solo, lejos de sus padres. Reside, solo, en Andorra. Pero es el sacrificio que decidió hacer para lograr su sueño. Y ahora cobra todo el sentido. Allí, donde apenas se junta con otros pilotos más que para alguna comida, nunca para entrenarse, puede salir de casa montado en su moto de trial. Y estar centrado en su objetivo. Ganar.

Quartararo asume que no fue natural separarse cada fin de semana de su madre desde que tenía tan solo siete años. Con esa edad montaba en la furgoneta de su padre y se recorría España, de circuito en circuito, para correr en moto. En Francia no había suficiente competencia para hacerle crecer, estimó la familia. Y el sacrificio fue común. “Luego, cuando volvíamos a casa, durante la semana, me tenía que poner a entrenarme con mi hermano mayor. Mi padre me decía que estaba gordo. Así que tuve que dejar de comer McDonald’s”, contaba, la risa estampada en la cara, tras ganar el título.

Fabio es un tipo feliz y sencillo. “Se lleva bien con todo el mundo, y todos le aprecian porque no se cree una estrella”, cuenta su amigo y asistente, Tom Mauvat. Talento precoz -fue campeón de España en su primera temporada y con solo 13 años, lo que le obligó a permanecer en la categoría pequeña, donde repitió corona con 14-, fue uno de los últimos pilotos que llegó al Mundial con apenas 15 años. Hace solo seis temporadas desde que irrumpió en la categoría de Moto3 con ganas de comerse el mundo. Llegó de la mano de Emilio Alzamora, el representante de Marc Márquez. Y las comparaciones empezaron a resultar inevitables. “Fue una gran motivación el hecho de que me compararan con un piloto tan grande, pero también llegué a sentir mucha presión”, concedía el chico tiempo atrás.

Irrumpió en el Mundial con un objetivo: ganar el título. Pero se quedó a medio camino: dos podios fueron todo su botín hasta su segunda temporada en Moto2, donde encontró la paz en un equipo que no le exigía la victoria. Por eso llegó. Tarde. Pero lo suficientemente pronto como para enderezar su carrera. Todavía se recuerda en la parrilla de salida de Argentina, aquel año 2018, en la 28ª posición. Estaba al lado del coche de seguridad. “Temí que hasta él me adelantara”, bromeaba. Pero en el equipo de Luca Boscoscuro nadie le amenazó con perder la plaza si no lograba una victoria. Y aquella otra manera de vivir la competición le devolvió la paz. Ganó un domingo de junio en Montmeló. Y empezó a recuperar la confianza perdida.

Y a captar las miradas de los cazatalentos de los equipos. Como Johan Stigefelt, director del Petronas, el equipo satélite de Yamaha que le hizo debutar en MotoGP a los 19 cuando ni siquiera el jefe del equipo sabía si ese tal Quartararo era italiano o español. Su fichaje fue un bombazo. Subió al podio hasta en siete ocasiones, peleó cuerpo a cuerpo con Márquez y se dejó llevar por las lágrimas en Tailandia o Misano, donde el 93 le remató en la última vuelta. Carreras que le hicieron sentir muchas emociones encontradas. Y que le ayudaron a crecer.

Asumió, además, que tenía que trabajar con un psicólogo para controlar la rabia y la frustración cuando no le salían las cosas. “Me enfadaba mucho cuando la moto no me iba. El psicólogo me ayudó muchísimo a estar más tranquilo en los momentos críticos. Cambió mi carrera deportiva”. Lo demostró el curso pasado. Cuando se le escapó el campeonato en las últimas carreras. La Yamaha que en 2019 le permitía un pilotaje tan suave que muchos veían en él al mejor Lorenzo, se había vuelto ruda y difícil.

Su estilo, muy cercano al de la nueva generación que alumbró Márquez, de tirar del cuerpo para minimizar las limitaciones de la moto, se ha vuelto más agresivo. Y él, con una M1 que vuelve a encajar con su pilotaje, un piloto más constante y regular. Explosivo a una vuelta. Sereno e inteligente en carrera. Sus cinco triunfos esta temporada son una buena muestra de ello. Cuando Bagnaia empezó a apretarlo, él bajó el balón al suelo y asumió que su ventaja al frente de la clasificación le permitía correr sin comerse demasiado el coco. Como hizo este domingo en Misano, donde remontó de la 15ª a la cuarta posición final. Y acabó celebrándolo con fuegos artificiales después de que un error de su rival en los últimos giros le allanó el camino hacia la corona.

Curioso -”Cuando tiene la oportunidad de ir a algún sitio nuevo, o de conocer a alguien, a algún futbolista, por ejemplo, lo disfruta. Lo escudriña todo”, cuenta Mauvat-, apasionado de los deportes y enganchado a las redes sociales, como los chicos de su generación, Fabio es un culo inquieto. “No sabe estar en casa sin hacer nada”, añade su amigo. Ahora tiene campo abierto para jugar. Y la excusa perfecta para cenarse una hamburguesa.

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