¿Qué fue de la burguesía? El término ha caído en desuso en favor de una “clase media”, en singular o en plural, que lo cubre casi todo, especialmente cuando se une a “clases trabajadoras” a las que casi nadie quiere ya pertenecer. Aunque todas, medias y trabajadoras, se hayan venido a menos con la crisis, con la desigual recuperación —ahora amenazada con un nuevo frenazo global— y con la automatización de cada vez más tareas, pese a que nazcan otras nuevas.
En su Manifiesto Comunista, Karl Marx y Friedrich Engels alabaron a la burguesía, “la primera en mostrar lo que puede aportar la actividad del hombre. Ha logrado maravillas que superan con creces las pirámides egipcias, los acueductos romanos y las catedrales góticas”. Lo que Marx despreciaba era la “pequeña burguesía”. El sociólogo Barrington Moore llegó a afirmar que “sin burguesía no hay democracia”.
Gran parte de aquella burguesía se definió en términos de lo que hoy llamaríamos emprendimiento y propiedad. Sin embargo, muchos hijos de los que hoy ya no llamamos burgueses no logran siquiera hacerse con una vivienda propia y no heredan como antes a una edad relativamente temprana ante la longevidad de sus padres. Pero sí mantienen en muchos estratos un espíritu emprendedor, más fácil de materializar por ejemplo en Estados Unidos que en Europa, no digamos que en España, donde aún hay que liberar muchas fuerzas para convertirla en “nación emprendedora”. Pero de la mano, de nuevo, de la revolución tecnológica está naciendo una nueva burguesía, a menudo en vaqueros y camiseta, en principio con estilos antiburgueses, pero que, por ejemplo desde Silicon Valley, viene a representar algunos valores de la antigua. No es una revolución, sino una transformación.
Pero ahora la competencia es global. A través de la globótica, como la llama el economista estadounidense Richard Baldwin, gente formada de otros países compite a distancia por tareas de clase media. Con el peligro de un choque global de clases medias, entre las que suben y quieren seguir subiendo en el mundo en vías de desarrollo y las que bajan y no quieren seguir bajando en el mundo desarrollado, como hemos planteado.
A la vez que más desigualdad, ha habido una amplia democratización de bienes y actividades que antes podían parecer burgueses o aristocráticos, incluso del automóvil, aunque ya no interese a los jóvenes tanto como a sus padres. Se han democratizado las comunicaciones, la gastronomía, los viajes y muchas otras cosas, gracias al abaratamiento de la tecnología y al low cost.
¿En qué se diferencian hoy los más acomodados o los que quieren diferenciarse? Elizabeth Currid-Halkett (The Sum of Small Things. A Theory of the Aspirational Class [La suma de cosas pequeñas. Una teoría de la clase aspiracional]) ha estudiado en EE UU el cambio en los hábitos de consumo de las nuevas élites, lo que llama la “clase aspiracional”. No es únicamente una cuestión de dinero. Se forma por la conciencia colectiva de conocimientos adquiridos, un capital cultural muy alto, que ha requerido unos procesos sociales, hábitos de consumo y educativos diferenciados.
Según esta autora, al menos en EE UU, en 1996 los ricos (1%, 5% y 10%) gastaban cuatro veces más que el resto en el llamado consumo conspicuo (ropa, relojes, coches y otros bienes socialmente ostentosos) y ganaban cuatro veces más que la media nacional. Hoy los ricos ganan más de seis veces la media nacional y gastan solo tres veces más en el mencionado consumo material cargado de significadores sociales.
En EE UU, las nuevas élites se diferencian por lo que invierten en conocimiento y capital cultural. Muy esencialmente, en lo que invierten en la educación de sus hijos, desde el preescolar hasta los colegios y las universidades. Las clases altas han aumentado sus gastos en educación en un 300% en algo más de 20 años, mientras que estos gastos no han crecido para las otras clases sociales. Una tendencia que está prendiendo también en Europa pese al predominio de la educación pública en muchos países. También en los seguros médicos o en los planes de pensiones. Es decir, en un consumo no conspicuo, en inversión en futuro y estatus. Y vendrán los mejoramientos cíborgs y derivados de la ingeniería genética.
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