La matriculación para hacer Formación Profesional está abierta en toda España; y la de estudios universitarios, está próxima a iniciarse, después de que todos los alumnos finalicen la EvAU. Es decir, ha llegado uno de los momentos más complejos para la mayoría de los adolescentes: ese en el que tienen que decidir qué quieren estudiar. Una de las decisiones más importantes que van a tomar en su vida y que no solo afecta a los chavales, que van de los 16 a los 18 años. También a sus padres, que vemos cómo un mar de dudas se apodera de sus cabezas… y de las nuestras, por supuesto.
Pues bien, es un momento para estar con ellos y ayudarles, pero dejándoles espacio y libertad. Lo explica Ana Cobos, orientadora y presidenta de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogía y Orientación de España: “Nuestra función como padres debe ser la del acompañamiento, pero la responsabilidad de la decisión debe ser de los alumnos”. Zigor Maritxalar, CEO del Grupo Implika (centro de estudios especializado en FP), experto en Educación, Gestión Empresarial y Habilidades Directivas, está de acuerdo y puntualiza que nuestra labor es “asesorar y orientar, pero nunca imponer. Tenemos que partir de esa base. Es muy habitual que se tienda a alentar a los adolescentes para que estudien lo que se considera, a título personal, que puede tener mayores salidas laborales o aquellas profesiones mejor valoradas socialmente”. Craso error. Más ahora, cuando el futuro es más incierto que nunca y no sabemos qué profesiones van a tener más salidas laborales dentro de 10 años.
Lo más importante es hacer acopio de mucha información. “La evolución de la tecnología y la digitalización de los últimos años afecta a los requerimientos por parte del mercado; y las formaciones se han adaptado para dar respuesta a esta demanda. Como padres es importante estar informados sobre las nuevas disciplinas y entenderlas en un contexto global de oportunidades”, afirma Maritxalar. Este experto tiene claro que otra de las funciones claves de los progenitores es, una vez recopilada esa información, “saber anteponer los datos y la información objetiva a una opinión personal que suele estar basada en la experiencia propia o en los conocimientos de un mercado profesional desfasado”.
Cobos estima que la información que más debe importar a la hora de elegir la profesión y el camino para llegar a ella es “la que los chicos y las chicas tienen sobre sí mismos. Es interesante que se pregunten quiénes son y quiénes quieren ser. Cuál quieren que sea su proyecto de vida”. En ese sentido es importante saber qué se les da bien. “Generalmente coincide con lo que más les gusta, porque son dos criterios que se retroalimentan”. Pero cuidado, lo que a uno se le da bien no tiene por qué ser su afición. Lo explica Maritxalar “Las aficiones pueden ser un buen punto de partida. Sirven para identificar talentos naturales pero no tienen por qué ir unidas al desarrollo de una carrera profesional. Hay que ser prudentes con esto y hacer preguntas concretas de futuro, el interés que demuestre en querer investigar más sobre su afición o querer dedicarle más tiempo será decisivo para saber si puede subir de nivel y convertirlo en su profesión”. Además, hay que considerar que los adolescentes pueden cambiar de afición más rápido que de humor…
Que los padres mantengamos una mentalidad flexible es muy importante. Por eso el CEO de Implika opina que “es recomendable evitar los prejuicios ante algunos sectores laborales y favorecer la reflexión de los jóvenes sobre sus fortalezas, debilidades, metas y estilo de vida”. A lo que Ana Cobos añade: “Lo importante es saber a qué te quieres dedicar y que lo que estudies esté en función de tu proyecto de vida. El estudio debe ser un medio para llegar a ser lo que quieres. Si eso te lo va a dar una carrera universitaria, estupendo. Si te lo va a dar una Formación Profesional, ese es el camino”. Y ahí aparece otro de los prejuicios más habituales.
Los estudios universitarios no son el único camino de sus hijos para llegar a su meta. De hecho, en los últimos 10 años las matriculaciones en FP se han incrementado en un 77%. Para Maritxalar una de las razones es “el alto índice de empleabilidad que tiene hoy por hoy la FP. Hablamos de que cuenta con un 55,10% de inserción laboral según los últimos estudios presentados por el consejo de Cámaras de Comercio”. Pero hay más: “La existencia de titulaciones de alto nivel de especialización y la conexión directa FP-Universidad como itinerario formativo convierten este nivel de estudios en una alternativa inteligente y pragmática al Bachillerato”.
No todo son ventajas. “Aún queda mucho para poder darle a la FP el reconocimiento que se merece y que necesita. Por ejemplo, hacen falta ciclos porque, en realidad, tenemos casi la misma oferta educativa que en 1992, pero con distintos nombres. Necesitamos más variedad de ciclos y que estén implantados en más centros educativos. Pero es que además, los profesionales que salen de la FP tienen unas condiciones laborales muy malas”, afirma Cobos.
Maritxalar va en la misma línea: “El mercado laboral se actualiza y evoluciona; y lo mismo debe ocurrir con la formación. Pero hay una falta de sincronización entre la oferta formativa y la demanda de empleo. Hay titulaciones que se han quedado obsoletas con respecto al entorno de trabajo actual, a pesar de que en los últimos años ha habido un incremento significativo de titulados dentro del área tecnológica”. Pero no son suficientes para cubrir el déficit de talento digital que la Comisión Europea sitúa en torno a 500.000 puestos de trabajo.
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