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¿Qué pasará con la aldea global?


Que no se entere Google de que esta columna arranca con TerraVision, el invento sobre el que se basó Google Earth. Tienen la historia en la serie El código que valía millones, pero se la resumo yo: unos jóvenes alemanes desarrollan una pionera innovación y luego llega el gigante americano y se la apropia. Aparte de las reseñas sobre la ficción televisiva, no se molesten en buscar mucho más. Ya se ha encargado Google de borrarla del mapa (nunca mejor dicho). Siempre sorprende el impactante poder de las grandes tecnológicas, más aún con la penetración generalizada de la inteligencia artificial. Hasta hace poco pensábamos que internet sería el colofón de la aldea global. Hoy forma parte del proceso de fragmentación en bloques al que se encamina el orden mundial, con visiones muy distintas sobre la propia naturaleza del poder y sobre cómo ejercerlo.

La Red se ha convertido en el campo de batalla entre unas empresas cada día más poderosas y unos Estados que se sienten amenazados. Mientras en Occidente, abrumados —de boquilla— por los excesos tecnológicos se apela a la regulación para sujetar las riendas de un mercado desbocado —ahí están las millonarias multas europeas—, en China han decidido cortar por lo sano. El brusco final empresarial de Jack Ma, el creador del imperio Alibaba, acusado de abuso de poder, ha sido todo un aviso a navegantes. Los Estados autoritarios siempre han controlado el acceso a los contenidos de internet, pero la Red en sí no es propiedad de nadie y lo es de todos. Su anárquica gobernanza es lo que la ha hecho única. China ahora está construyendo una nueva arquitectura de la red que pueda controlarse desde el Estado, base de una nueva gobernanza digital. El resultado podría ser la desconexión de la world wide web; un mundo de internets nacionales, cada una con sus reglas. Pero no se trata de una autarquía tecnológica. La cibersoberanía china, como la llaman, busca seguir extendiendo su dominio fomentando la dependencia de terceros países y la división en bloques. Rusia, con menos músculo, también está trabajando en ello.

La futurista estadounidense Amy Webb ha descrito en Los nueve gigantes tres escenarios —optimista, pragmático y catastrófico— hacia donde podríamos ir si logra coordinarse mundialmente, o no, el desarrollo de la inteligencia artificial y sus aplicaciones. Muchos de sus argumentos son sumamente distópicos —como la idea de unos EE UU ocupados digitalmente por China—, y van dirigidos a alertar a su país sobre las ambiciones de Pekín. Pero su defensa de establecer mecanismos de debate global sobre estos temas no está desencaminada. Si pese a la fragmentación seguimos intentando arreglar juntos el cambio climático, deberíamos poder hacerlo también con la gobernanza digital. Si no, estaremos abocados a elegir entre el poder absoluto del mercado y el poder absoluto del Estado.

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