Los efectos de la pandemia, el desprestigio de los políticos, el deterioro económico, el aumento exponencial del paro son factores determinantes que acaban empujando a amplias capas de la sociedad en brazos de figuras carismáticas y regímenes autoritarios. Este mensaje se difunde una y otra vez, como si las cosas en política fueran hechos científicos calculables. Es un mensaje peligroso y falso, en el que los profetas se alzan encantados sobre sus pedestales llamando la atención de los ciudadanos. En realidad, en lugar de prestar atención a esos presuntos científicos del porvenir sería mejor atender a los maestros que se limitan a sacar enseñanzas de la experiencia. Ni la pandemia ni el deterioro económico tienen por qué conducir al aumento de las propuestas autoritarias, porque, entre otras cosas, si algo ha demostrado la experiencia es que esas propuestas y esos regímenes no solucionan los problemas sino que los empeoran definitivamente. El crac económico de 1929 ayudó a la subida al poder de Hitler, nombrado canciller en enero de 1933, recuerdan. Cierto, pero olvidan que el mismo crac llevó dos meses después, en marzo de ese año, a Franklin D. Roosevelt a la Casa Blanca, cuando el país padecía ya un 25% de paro. Uno, autoritario, destruyó Alemania y mató a millones de sus ciudadanos. Otro, demócrata, rehízo Estados Unidos y promovió el bienestar de los suyos. Necesitamos menos profetas y muchos más maestros que expliquen lo que hicieron Roosevelt y su gente.
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