¿Qué tiene que ver la leche de crecimiento con el cerebro de los niños?

Los niños comen lo que los padres quieren comer. Si ellos llevan una alimentación saludable y equilibrada, con toda probabilidad, su prole también lo hará. Si en casa renquean algunos alimentos y hay una ingesta excesiva de otros, casi siempre los de un perfil nutricional menos saludable, los pequeños probablemente tendrán carencias de algunos nutrientes y superávit de otros. “Usualmente en España los niños empiezan el destete a los seis meses. Entre esa edad y el año entran en el patrón alimentario familiar. Observamos que ya desde la incorporación de la alimentación complementaria hay carencias: se toma un exceso de proteínas, sobre todo de procedencia cárnica, pero faltan frutas y verduras”, explica Ángel Gil Hernández, presidente de la Fundación Iberoamericana de Nutrición (FINUT), catedrático de Bioquímica y Biología Molecular por la Universidad de Granada y coordinador del Comité Científico del Estudio EsNuPi.

Los controles pediátricos a esa edad se limitan a pesar y medir a los pequeños. Mientras esté en los percentiles normales, el niño irá superando los exámenes con su pediatra sin sobresaltos. No se incluyen análisis que verifiquen si está realmente ingiriendo los nutrientes necesarios para su óptimo desarrollo. Que no consiste solo en ir pegando estirones visibles de esos que hacen que los pantalones no valgan de un mes para otro. Entre el nacimiento y los dos años tiene lugar la fase primaria de crecimiento cerebral en términos de peso. Este proceso seguirá su curso hasta la adolescencia, pero ya pueden observarse los primeros estadios de mielinización de los lóbulos frontales (la mielina es la capa aislante que protege a las neuronas y aumenta su eficacia de transmisión). Esta región del cerebro es clave para actividades cognitivas como la atención, la resolución de problemas o la planificación. Algunos estudios incluso apuntan una asociación de estas estructuras de la corteza prefrontal con el sistema límbico, donde el desarrollo de la función cognitiva de alto nivel también se corresponde con el desarrollo social, emocional y conductual del niño.

Desde la incorporación de la alimentación complementaria hay carencias: se toma un exceso de proteínas, sobre todo de procedencia cárnica, pero faltan frutas y verduras

Ángel Gil Hernández, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular y presidente de la FINUT

Son años cruciales, por tanto, para el desarrollo intelectual del niño que siembran las bases de su futuro desempeño cognitivo. Y hay un nutriente capital para el desarrollo del cerebro: los ácidos grasos omega-3 de cadena larga, en concreto, el ácido docosahexaenoico (DHA).

Los omega-3 para el corazón y el cerebro

Las sucesivas campañas sobre la salud cardiovascular han calado en el ciudadano medio, y hoy todo el mundo sabe de los beneficios de los ácidos grasos omega-3 en la salud cardíaca. Bastante más desconocido es su papel esencial para el funcionamiento normal del cerebro. El DHA es el principal ácido graso omega-3 en la materia gris del cerebro y representa aproximadamente el 15% de todos los ácidos grasos en la corteza frontal humana.

Si es muy importante para cualquier ser humano, tanto más para los niños cuyo cerebro está en constante evolución y se desarrolla casi por completo en los 10 primeros años de vida. Sin embargo, el Estudio Nutricional en Población Infantil Española -más conocido por sus siglas (EsNuPi)-, publicado en la revista internacional Nutrients y llevado a cabo por la Fundación Española de la Nutrición (FEN) y la Fundación Iberoamericana de la Nutrición (FINUT), revela un dato preocupante: 4 de cada 10 niños españoles entre 1 y 10 años lleva una dieta elevada en grasas saturadas, pero deficitaria con respecto a las recomendaciones internacionales en ácidos grasos esenciales y poliinsaturados, como los omega-3, especialmente el DHA. Ese mismo estudio poblacional revela que los niños consumidores de leches infantiles enriquecidas (cuyo perfil graso está modificado) ingieren 4,5 veces más omega-3 DHA que la población infantil general, acercándose más a la ingesta recomendada.

La guerra del pescado con los más pequeños

El pescado azul suele ser la principal fuente de DHA en una dieta saludable. Boquerones, sardinas, salmonetes, salmón o truchas son los mayores exponentes de ese grupo de alimentos en la dieta infantil hasta los 10 años, ya que la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) recomienda limitar el consumo de otros grandes pescados azules, como el emperador o el atún rojo. Casi todos presentan un escollo enorme para los más pequeños: las espinas.

Lograr que los coman convierte comidas y cenas en hora de conflicto y, al final, muchos padres los sustituyen por otro tipo de proteína más fácil, como la carne. “En muchos casos a los padres les resulta difícil introducir estos alimentos en la dieta de los niños con la frecuencia que sería necesaria para alcanzar las ingestas diarias recomendadas. El Estudio EsNuPI muestra que utilizar alimentos fortificados y enriquecidos como los lácteos, tan presentes e importantes en la dieta de los niños, es una estrategia útil y eficaz para ayudar a alcanzar las ingestas adecuadas”, explica la doctora Rosaura Leis, coordinadora de la Unidad de Nutrición Pediátrica del Complejo Hospitalario de la Universidad de Santiago de Compostela y una de las autoras del trabajo.

Aunque lo ideal sigue siendo incorporar el pescado de forma habitual en la dieta de los niños, hay estrategias para asegurar parte de los nutrientes que el desarrollo cerebral del niño necesita en sus primeros años de vida. Una es cambiar el vaso de leche habitual por un vaso de leche de crecimiento (de 1 a 3 años), como Puleva Peques. Con este gesto se aporta el 65% de la cantidad diaria recomendada de Omega 3 DHA de manera eficiente y sin dramas. Además, añade otros micronutrientes clave para el crecimiento infantil, como el calcio, 13 vitaminas, entre ellas A, C y D para ayudar a la función normal del sistema inmunitario, y Hierro que ayuda al desarrollo cognitivo. No contiene azúcar añadido y tiene una composición nutricional más adaptada que la leche de vaca a las necesidades nutricionales del niño.

¿Está tomando mi hijo el suficiente DHA?

En muchos hogares la dieta de los más pequeños viene a ser algo así como los términos de un armisticio entre niños que hacen ascos a muchos alimentos, por no hablar claramente de guerra abierta al pescado, y padres que llegan a casa agotados y no tienen fuerzas para enfrentarse a un tema tan espinoso (y nunca mejor dicho). Es normal quedarse con la duda de si la dieta de sus hijos satisface los niveles mínimos de DHA y hierro o si se queda corta.

Para facilitarles la tarea Puleva pone a su disposición en su página web una calculadora de DHA y hierro. El acceso es gratuito y su uso, muy intuitivo. Basta con ir respondiendo a seis preguntas acerca de cuántas raciones semanales come su hijo de pescado (blanco y azul), legumbres, verduras de hoja verde, carne, huevos y lácteos. No se tarda más de dos minutos en rellenar los seis apartados. Los resultados se cotejan con las raciones recomendadas por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) para la edad del menor e indican el porcentaje de ambos nutrientes en la dieta del niño.


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