El calendario propone y los hechos disponen. Era el día de la puesta en marcha de la España baloncestística. Soltaban amarras dos de nuestros buques insignia, colectivos de referencia con hojas de servicio extraordinarias. Pero entre medias del primer examen apareció Luka Doncic y lo puso todo patas arriba. Su actuación fue de tal calibre, tan devastadora, que antes de pasar a hablar de Ndour y Ricky Rubio, algo hay que decir de este chaval.
Como le pasa a Astérix con Obélix, Doncic nunca deja de sorprendernos. Lo lleva haciendo desde que debutó con 16 años en el Madrid. En el primer balón que recibió dijo ‘aquí estoy yo’ y clavó un triple. A partir de ahí, lo que todos conocemos, una ascensión meteórica sin límite a la vista. Ahora está embarcado en una misión patriótica que tiene metida entre ceja y ceja. La inició con éxito en el preolímpico de Lituania, y si nos atenemos a su debut, está decidido a completarla en Tokio llevando a su selección hasta el podio. Viéndole hacer añicos a un hueso como Argentina, yo no apostaría en su contra. Como dijo en la tele Berni Rodríguez durante la exhibición: “Es tan bueno que hasta da rabia ver lo fácil que lo hace todo”.
Seguro que habrá que volver a Doncic en algún momento, por lo que me limitaré a señalar un aspecto que creo fundamental. El inmenso valor de Luka no se fundamenta solo en sus números individuales, que resultan estratosféricos, sino también por el beneficioso efecto que provoca en sus compañeros, dos cosas que no siempre vienen de la mano. Con su comportamiento nada egoísta les da el suficiente carrete como para mantenerlos plenamente involucrados en el juego. Y estos, sabiendo que tienen un superhéroe a su lado, se suman a la causa liberados de exigencias y plenos de confianza, lo que afina mucho la puntería. Un dato. Doncic le ha metido 48 puntazos a Argentina, pero es que el resto del equipo ha aportado 70. Eslovenia al completo está on fire y ya sabemos quién es el pirómano. A ver quién es capaz de apagarlo.
Vayamos con las dos Españas, a las que les unía una misma circunstancia. Empezaban con el rival más accesible del grupo. Lo han pasado peor las chicas, que están viviendo un verano complicado. Retirados apellidos ilustres como Xargay, Nichols o Cruz, en cuatro días se perdieron de una tacada Europeo y Mundial, lo que es posible que haya dejado alguna herida por cicatrizar. Mientras tanto, Alba Torrens, de importancia capital en la pista, intenta volver a coger el hilo, perdido con su positivo por covid. Afortunadamente, donde no llegó una demasiado ansiosa Alba si lo hizo Laura Gil y sobre todo Ndour, ahora mismo la pieza angular del equipo. El jueves toca Serbia, una vara de medir más precisa. Hasta entonces, todo supuesto, que diría Rajoy.
En cuanto a los hombres, faena de aliño. Rompió el partido antes del descanso y luego contemporizó lo suficiente para que todos estirasen las piernas, calentasen muñecas y Ricky Rubio confirmase que se encuentra en estado de gracia. Después de una temporada muy compleja en lo físico y anímico, ha llegado a Tokio fino, acertado y sabio. Con él en la pista se juega a las revoluciones precisas y la maquinaria fluye adecuadamente. Muy agresivo de cara al aro, retomó el hilo de Pekín 19, donde fue campeón y MVP. A Pau le bastaron 14 minutos para confirmar que se le siguen cayendo los puntos de los bolsillos, el Chacho apuntó buenos detalles y en general todo el equipo pareció preparado para lo que viene. Primero una dolorida Argentina y algo más allá, el huracán Doncic. Casi nada.
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