Radar Covid no ha funcionado. Pero la tecnología que había detrás ya prepara la próxima pandemia


En noviembre un ciudadano cayó y murió frente al pub Sixties de Mainz (Alemania). La policía buscaba testigos y pidió permiso a la Fiscalía para acceder a la aplicación Luca, empleada en Alemania para rastrear contactos de personas con covid a través de códigos QR. Uno de esos contactados por la policía fue Oliver Mattern, que declaró en un medio local: “¿Cómo puede ser si solo las autoridades de salud pueden ponerse en contacto conmigo?”. En principio, por ley, el acceso a Luca está limitado a las autoridades sanitarias pero la Fiscalía encontró un motivo para obligarles a compartirlas con la Policía.

“La oficina de salud médica, que es la encargada de hacer el rastreo de contactos, simuló un contagio en el local a fin de poder acceder a los datos de Luca”, explica Lorena Jaume Palasí, fundadora del organismo sin ánimo de lucro Ethical Tech Society y residente en Alemania. “Se los pasaron y ellos después a la policía. A nivel legal es interesante porque la interpretación de la Fiscalía requeriría un fallo judicial, que de momento no existe”, añade. Ahora que se ha destapado el tinglado, los datos han sido borrados.

Un uso así de datos privados es precisamente el que se temía que pudiera ocurrir cuando emergió, en marzo de 2020, la opción tecnológica del rastreo de contactos: que policía o empresas usaran datos geolocalizados o de redes de amigos para investigaciones. La aplicación Luca no es de esas. Usa códigos QR en lugar de bluetooth. La app original en Alemania de rastreo es Corona-Warn-App.

En España con la llegada de la ola de ómicron en las últimas semanas ha habido bromas en Twitter sobre Radar Covid. Las aplicaciones de rastreo de contactos, como esa aplicación, presentada en su día por el Gobierno como una herramienta esencial para combatir la pandemia, han tenido ciertamente un papel menor y desigual en los países que las han utilizado.

Pero la explotación ilegítima de datos de Luca revela la dificultad para lograr el equilibrio ideal entre una solución de rastreo respetuosa con la privacidad, útil para las autoridades sanitarias y aceptada por la población. No es sin embargo una tarea imposible si tenemos en cuenta la velocidad y la tensión bajo la que ocurrió todo el proceso de adopción de estas aplicaciones.

Ahora, casi dos años después, hay algo más de tiempo para adaptarse al futuro. La tecnología que hay detrás de las aplicaciones de rastreo en bluetooth, basada en muchos casos en un protocolo llamado DP3T creado por un equipo liderado por la ingeniera española Carmela Troncoso, sigue evolucionando para ayudar en próximas olas o pandemias con un diseño más adecuado.

Tiene que estar la app del radar covid echando humo.

— personanormal (@sincarisma) January 10, 2022

1. Por qué no funcionaron las aplicaciones

Las dos grandes carencias de las aplicaciones nacionales fueron la adopción y el encaje con el sistema de salud pública: “Las aplicaciones no han tenido éxito por dos motivos”, dice Troncoso. “Primero, la adopción. Tiene sentido: si la gente a tu alrededor no la tiene, la aplicación no te va a ayudar. Y dos, la dificultad para integrarla en el sistema sanitario. No es solo por burocracia, sino por la falta de un tejido digital”, añade.

Una de las sorpresas evidentes para los creadores del código, como Troncoso, fue entender que para la adopción masiva de una tecnología así su trabajo no era lo más difícil. “Cuando nosotros como programadores diseñamos todo esto pensamos que la parte fácil era hacer llegar el código [que daba el sistema sanitario] a los usuarios infectados para que pudiesen subir su clave. Pues no, esa era la parte difícil, ya que depende de la integración con el sistema sanitario”, añade.

2. La mayor paradoja: altruismo contra necesidad

Un temor extendido para no descargarse Radar Covid era el supuesto peligro de regalar los datos o de ser espiado. Pero no se han encontrado abusos en las aplicaciones hechas a partir del protocolo DP3T que adoptaron Google y Apple para sus móviles. Sin embargo, con las de QR o con otros sistemas, sí.

La clave aquí es mirar el beneficio que aportaba cada aplicación. Radar Covid solo te informaba de un posible contagio. Las apps de certificados permiten entrar en bares y conciertos. No hay color en el beneficio. “Desde el punto de la tecnología ha sido un éxito”, dice Troncoso. “La tecnología hace lo que debe de hacer y evita lo que debe evitar. Es una demostración perfecta de que se pueden conseguir los objetivos sin riesgos. Es la primera vez que se hace algo así a una escala tan grande y funciona. En diciembre recibí muchas preguntas de periodistas sobre el fracaso. No he visto ningún fracaso. Creamos algo que es difícil de extender, que es difícil que se creen más cosas sobre ella, que se pueda expandir y pervertir su función. Ha evitado cualquier riesgo y ha tenido influencia positiva”, añade.

Llega a funcionar Radar Covid y nos suena más el móvil que la luz de la isla de las tentaciones 😂

— Álvaro Medina (@alvaro_medinas) December 20, 2021

Aún así, la falta de conocimiento sobre el comportamiento del virus al principio supuso un problema añadido para adaptar estas aplicaciones: “Dado que los aerosoles son el principal elemento de transmisión”, dice Bart Preneel, jefe técnico de la aplicación belga Coronalert, “deberíamos haber agregado desde el principio una función de registro para bares, restaurantes y transporte público”. “A principios de 2021 se hizo un diseño ajustado con la privacidad llamado CrowdNotifier, pero hubo poco interés en agregarlo porque todos creían que la pandemia casi había terminado. Francia y Alemania agregaron esta funcionalidad pero de una manera menos respetuosa con la privacidad”, añade.

3. ¿Pero qué debe de hacer una tecnología de rastreo?

Aquí entramos en el gran debate de fondo tecnológico de este sistema. Internet y los móviles nos han acostumbrado a que el rastreo y la acumulación de datos siempre es posible. Eso tiene un problema y una ventaja: el problema es el ocaso de la privacidad y la ventaja es entender mejor fenómenos sociales.

Una aplicación así hubiera debido dar una información valiosa a epidemiólogos. Pero esa misma información socialmente útil hubiera sido una mina para policías y empresas que quieren comerciar con esos datos. “Los expertos médicos no están contentos porque querían una aplicación que recopilara más datos. El problema es que más datos significan mayores riesgos de privacidad. Y como consecuencia, menos personas usarán la aplicación. La aplicación Luca muestra que sus temores son correctos: si se recopila demasiada información, esta información será potencialmente abusada por otros, como las fuerzas del orden”, explica Preneel.

La solución DP3T se ideó para trazar contactos pero lo iba a hacer de un modo en que no se recopilaran los datos y no pudieran ser explotados: “Esta tecnología no ha llegado más lejos porque este era su recorrido: ayudar con esto y desaparecer”, dice Troncoso.

Pero como sociedad no estamos acostumbrados a eso. Estamos más habituados a lo que ha ocurrido con Luca: ”Luca y las aplicaciones de certificados son sistemas sin protección técnica a la hora de ser usado para otras cosas. En Alemania, T-Systems y SAP se asocian con empresas de ticketing para hacer la verificación automática [de un certificado] cuando compras la entrada para ir a un concierto. Resulta que las empresas de ticketing pagan por este servicio. Es un cambio en la arquitectura: pasamos de un sistema descentralizado, público, con garantías de privacidad, a un sistema donde la verificación la realiza una entidad central que cobra por el servicio”, dice Troncoso.

De ahí que en el fondo el debate de fondo que debe emerger es qué tipo de sociedad digital queremos: ¿una donde podamos fiarnos de la tecnología pero muestre sus limitaciones u otra donde nos acerquemos peligrosamente al ojo que todo lo ve? “Soy optimista, porque creo que con capas de varias medidas de seguridad es posible brindar un servicio como el rastreo de contactos sin comprometer la privacidad”, dice Ieva Ilves, asesora del presidente de Letonia y miembro del equipo que impulsó Apturi Covid, la aplicación de rastreo letona. “Es como si entras en la clínica y no dudas de que el médico filtre tus datos de salud. Estas capas no solo son técnicas, aunque también vemos un gran progreso aquí (cómo cifrar, descentralizar, anonimizar los datos), sino también cómo garantizamos la propiedad de los datos, la transparencia, la responsabilidad legal y la ética”, añade.

4. El problema no es solo tecnológico

Una esperanza habitual para la tecnología es que sea una “bala de plata” que lo soluciona todo de un golpe. A menudo esa es la ilusión de gobernantes que esperan que una inversión pequeña les resuelva una pandemia. “Mucho de todo esto pasa porque creemos que lo digital va a resolver lo social. Es una de las críticas que recibieron las aplicaciones. Quitan el foco de otras soluciones difíciles que requieren más inversión. Muchas conversaciones que teníamos con rastreadores nos decían: ¿podemos solucionar el problema de que la gente miente? No, ni esta aplicación ni ninguna otra. La tecnología no es el camino para resolver esos problemas. Hay que buscar por qué la gente miente y solucionarlo”, dice Troncoso.

5. ¿Pero entonces esto sirve para pandemias?

Los expertos creen que sí: “Me temo que futuras pandemias requerirán el rastreo de contactos. Y parece difícil imaginar que volveremos a los viejos tiempos de rastreo manual de contactos con llamadas o sms”, dice Preneel. “Es probable además que en los próximos cinco años, los teléfonos cambien de BLE (bluetooth de baja energía) a UWB (banda ultraancha); esto puede resultar en estimaciones de distancia más precisas”, añade.

El equipo DP-3T no ha abandonado su trabajo. Con la presión del confinamiento el objetivo era sacar algo que fuera aceptado y no acabara convirtiéndose en una nueva herramienta de rastreo social. Ese ha sido el gran éxito. “Esta tecnología es una intervención que hace una sola cosa. Para la gente del campo médico esto fue un shock. Cuando haces rastreo con papel los datos tienen un doble uso: rastrear y entender la enfermedad. Nosotros creemos que si quieres algo para entender la enfermedad debe de ser distinto. Porque la infraestructura que se crea cuando lo haces en papel y entrevistas a 100 personas es muy distinta a cuando le dices a toda la población que se coloque algo en su móvil”, dice Troncoso.

Es decir, sí puede servir. “Seguimos trabajando sobre cómo llevarlo sitios con menos infraestructura o menos teléfonos”, dice Troncoso. “¿Puedo hacer una combinación con un dongle [un aparatito independiente del móvil que llevaríamos todos]? Era impensable en marzo de 2020 al tener solo 15 días y no poder dar un dongle a todo el mundo, pero a largo plazo por qué no pensarlo”, dice Troncoso

6. ¿Y si se pudiera empezar de nuevo?

Además de los problemas con el sistema sanitario o la falta de adopción, Troncoso vio algo más en su trabajo de 2020 que le dejó preocupada. Para que DP-3T funcionara, Google y Apple debían adaptarlo para sus móviles. Esta vez estaban de acuerdo, pero a Troncoso le sorprendió el poder de estas dos empresas. Quizá es la enseñanza que más le preocupa de todo este proceso.

“Si pudiera hacer un cambio, sería para haber evitado la demostración de poder de Google y Apple. La capacidad que tuvieron para decidir qué va a pasar, cómo y cuándo. DP-3T también influyó, pero era un compendio de gente internacional apoyada por 300 expertos. Este poder es problemático y me abrió los ojos en muchas cosas y si volviera atrás no sé si puedo decir que lo haríamos distinto porque el tiempo era el que teníamos, pero mirando el futuro hay que pensar sobre el poder de las grandes tecnológicas, el poder que da ser el dueño de la infraestructura”, explica Troncoso.

Estamos al inicio de un mundo digital. Este proceso ha permitido ver costuras del futuro y que los conflictos serán mayores de lo que hemos visto: “El objetivo que teníamos no era solo producir la tecnología sino que la información llegase al público, con reflexiones en Parlamentos y en la calle. Es en el fondo el debate de cómo construir un mundo digital. La arquitectura de los sistemas digitales tiene un gran componente político. Es por ejemplo saber el impacto que tiene que toda nuestra infraestructura la vaya a llevar Google”, dice Troncoso.

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