Habían pasado cuatro meses desde que presidente y directivos de la SGAE fueron detenidos por supuesto desvío de fondos cuando el músico Miguel Ríos publicó en este periódico, el 23 de septiembre de 2011, un artículo sobre el clima habido en la Asamblea Extraordinaria de la entidad (Crónica de una bronca anunciada), cuyo comienzo (“¡Aquello fue la hostia!”) sirve para explicar lo que ocurrió en los años calientes de la Sociedad General de Autores, presidida por el músico Teddy Bautista. Decía Ríos: “No sólo pedían la cabeza del Bautista, también pedían la de Salomé. Qué batiburrillo”. EL PAÍS ha reconstruido ahora, mediante conversaciones y gestiones desarrolladas durante meses con acusados, testigos y expertos conocedores de los hechos, la anatomía de ese caso que terminó en nada. Algunos de los consultados no accedieron a contar su experiencia.
La Audiencia Nacional absolvió en marzo de 2021 a Bautista y a otros nueve imputados por el supuesto desvío de fondos de la entidad que dirigió hasta 2011 (apropiación de 47,6 millones de euros), y estableció que sus decisiones de contratación fueron avaladas por la sociedad y repercutieron en un beneficio para ella. La Fiscalía pedía penas desde 12 años y medio a 2 años de cárcel para los acusados. Esa sentencia absolutoria se sumaba a otra, de unas semanas antes, que le exoneraba de administración desleal por la compra de los teatros Lope de Vega y Coliseum, también mientras presidía la SGAE. El fiscal pedía esta vez cuatro años de prisión. Otras sentencias anteriores habían absuelto a los músicos Caco Senante y Ramoncín.
La SGAE era en 2011, añadía Miguel Ríos en su artículo, “probablemente la marca más desprestigiada de España”, “una sociedad que se había equivocado demasiado, que había vivido en una insoportable arrogancia, bajo la égida de un tipo [Teddy Bautista] que empezó muy bien y terminó detentando un poder tan omnímodo que cuando lo conminaron a que dejara el puesto de Presidente del Consejo de Dirección después de haber sido encartado por un juez por no sé cuántos presuntos casos ilegales, les dijo, a lo Flaubert, la SGAE soy yo”.
La sede de la SGAE en Madrid.SAMUEL SÁNCHEZ
El juez Pablo Ruz ordenó el 1 de junio de aquel año que la Guardia Civil registrara a primera hora de la mañana la sede de la SGAE. Allí detuvo para interrogarlos a algunos de los altos directivos de la sociedad. Miguel Ríos decía en aquel artículo que antes de ese episodio de detención y posterior juicio, que terminó el 17 de marzo de 2021 con la absolución de todos los encausados, “la sociedad civil” les había dado la espalda, “manipulada por intereses concretos”: “Operadores que ofrecían lo que no poseían, internautas del gratis total y algunos medios de comunicación que frivolizaron con la piratería hasta que empezaron a padecerla”. Casos como los derechos que se aplicaron a “las peluquerías, los conciertos benéficos y lo indiscriminado del canon digital” no fueron tratados “con cintura” por “ausencia de una política de comunicación que tratara de explicar a la gente (…) que todos los oficios tienen que ser recompensados con un salario”.
Este es el extracto de las declaraciones sobre las heridas que hubo y las que persisten sobre todo entre los que fueron acusados.
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Miguel Ríos. Directivo de la SGAE tras la época de Bautista. El día del registro “pensé que era el fin de la SGAE… Tenía muchos enemigos, poderosos usuarios y medios de comunicación en contra, que no querían que siguiera funcionando como lo hacía porque les costaba dinero”. ¿Y ahora? “Nada que ver con los años de gloria. El mercado está como está y entonces era un mercado potente. (…) Los años anteriores a la intervención habían sido los de máxima recaudación. Entraba muchísimo dinero porque la creación lo generaba”. Aquella situación, la crisis económica que estaba en marcha y la covid “han hecho que ahora nuestro oficio recaude menos; las redes nos pagan las migajas, y aunque sigue teniendo un potencial importante, ha disminuido la recaudación (…) Fui amigo de Teddy, colaboramos durante años. Pero tuve un desencuentro que cambió mi punto de vista. Eso no me impidió colaborar cuando me pedía cosas para la Casa. Siempre lo consideré totalmente lícito como mi representante… En aquel artículo [en EL PAÍS] no lo dejaba mal: hablaba de la megalomanía en la que había caído, no porque él no fuera un buen gestor e importante dinamizador de la SGAE, que lo fue, sino porque veía que se había extralimitado en sus funciones (…) Hubo una maceración del acoso realmente dirigida por los medios que tenían intereses directos contra la SGAE, algunos más que otros. Se empezó a sembrar la duda sobre si de verdad era ético todo lo que estábamos haciendo”. Asistí atónito a “la lapidación de Ramoncín… Alguien muy vehemente, impelido a representarnos a todos de forma voluntarista. ¡Le llegaron a tirar piedras en Viña Rock! Y de nuestra profesión no salió ni una palabra. Fuimos muy cobardes, muy malos compañeros, unos mierdas. Porque al margen de que puedas estar en las antípodas del pensamiento o la forma de entender la actuación de Ramoncín en la SGAE, lo que le hicieron fue un acto fascista”. “Fue una pena que tuvieran que pasar ese calvario [los acusados] porque entiendo que, como dice la sentencia, no había caso. Tengo la impresión de que Eduardo siempre se ha creído mejor que el resto. Era su virtud y su defecto porque lo mantenía trabajando como un loco durante 24 horas y al mismo tiempo se fagocitaba a sí mismo. Pero nunca he pensado que se mereciera entrar en la cárcel por su gestión que, de alguna forma, si no estaba consentida por todos, sí estaba consentida por muchos. Aunque tampoco estoy de acuerdo, y así voté cuando me tocó, con el supersueldo de jubilación que le adjudicaron cuando era el baranda de la SGAE. No estaba dirigiendo Bankia”.
Francisco Galindo, director de la Fundación Autor, en su despacho, en 2019.CLAUDIO ÁLVAREZ
Francisco Galindo. Secretario general de la entidad en la época. “Cuando una sentencia es firme no hay nada que añadir y mucho menos opinar”. “Los años que precedieron a la intervención fueron tiempos de enorme consolidación de las nuevas tecnologías, que además tuvieron una enorme repercusión en el ámbito de la propiedad intelectual (…) con lo cual las entidades de gestión, y la SGAE a la cabeza de ellas, se convirtieron en los enemigos públicos destacados. La Sociedad no sólo tiene que aplicar el mandato legal, sino que además debe hacerlo enfrentándose a los más grandes y populares representantes de la nueva era digital (Telefónica, Microsoft, Apple, Basf, Philips y un larguísimo etcétera (…) La SGAE denunciaba el sometimiento generalizado de los autores al oligopolio del nuevo mercado digital, insuficiencia de la legislación existente para proteger adecuadamente al mundo de la cultura, entrega de hecho de los Estados y los medios de comunicación a los grandes monopolios tecnológicos (…) Resultaba sencillo, casi obligado, inducir una antipatía generalizada hacia la SGAE y verla, de hecho, como un parásito que vivía a expensas de la nueva tierra prometida. Eran todavía muchos los intelectuales, políticos, propietarios de medios e incluso periodistas que consideraban un deber social acabar con las entidades de gestión, no solamente en España, pero sí especialmente” (…) El de la SGAE, tal vez, haya sido uno de los mejores ejemplos de linchamiento social inducido… A la vista de la información contenida en las sentencias, fácilmente se podría decir que todo aquello fue desmesurado. No obstante, parece un procedimiento excesivo y poco justificado, aun sin la ventaja de conocer hoy el contenido de esas sentencias, asumir ya entonces que una entidad como la SGAE, fundada en 1898 y tutelada por el Ministerio de Cultura, necesitase un tratamiento tan sumario para llegar a auditar sus procedimientos y garantizar que no se fuera a llevar a cabo una destrucción de pruebas”. (…) “Fueron muchos años de esa relación con Teddy Bautista… Trabajamos codo con codo durante un larguísimo periodo de tiempo y bajo su dirección y liderazgo la SGAE se transformó y pasó a ser una de las entidades más importantes y respetadas del mundo. Como jefe, el presidente era incansable e inagotable, al menos conmigo, todo debía estar argumentado, documentado y por escrito: se lo leía todo. Eran horas y horas de despacho al máximo nivel. Por eso creo que aquella relación original es de las que imprimen carácter, por mucho tiempo que haya pasado”.
El exministro Javier Moscoso, en su casa de Madrid, en 2019.Julian Rojas (EL PAÍS)
Javier Moscoso. Exasesor de la SGAE. Fue ministro, fiscal general del Estado, y en los años noventa formó parte de los asesores de la entidad. Aquella denuncia siempre le pareció “improcedente”. Los cobros por los que fue denunciada están avalados por “la ley de propiedad intelectual y en la cultura española, francesa, o alemana desde siempre”. La comunicación pública de un autor, hasta los 70 años de su muerte, “necesita licencia, la da la SGAE y se tiene que pagar”. Un juez debe intervenir “los instrumentos probatorios si hay delito”, así que en este caso, como no lo había, “adoptó una actitud excesiva, desproporcionada, no tenía fundamento en absoluto porque esos derechos están amparados por la ley… En bodas y bautizos se puede o no poner música; y si se pone, hay que pagar las tarifas”.
Caco Senante. Miembro del equipo de Bautista. Músico canario (Una gaviota en Madrid). “Tenía la absoluta certeza de que se estaba manejando algo que no era cierto… Cuando entró la Guardia Civil se dijo que había un desfase de 300 millones de euros. No podía cuestionar lo que hubiera, pero sí sabía que Teddy no se los había llevado… Me quedé con la sensación de que mis compañeros de profesión no estuvieron a la altura de las circunstancias. Cualquier colectivo que sufriera aquel atropello se enfrenta y exige explicaciones. A la SGAE llegaron cincuenta tipos armados y un despliegue de medios informativos previamente avisados. Se pretendía acabar con la SGAE. Y al final ganaron (…) Los nuevos dirigentes [de la sociedad] empezaron a pactar una serie de acuerdos con emporios de comunicación y empezaron a negociar de una manera diferente, siempre favorable para ellos y desfavorable para los autores. Ahí empezó a cambiar todo”.
El exdirector de SDAE (filial digital de la Sociedad General de Autores), José Luis Rodríguez Neri, en la Audiencia Nacional, en 2020.FERNANDO VILLAR (EFE)
José Luis Rodríguez Neri. Director de Tecnología y de la Sociedad Digital de Autores y Editores. Fue el único encarcelado (un mes), y habla por primera vez de estos hechos. Mantiene aún querellas para restablecer, dice, su buen nombre y su patrimonio. Lo verdaderamente importante, agrega, más que lo que sucedía en la SGAE, ocurrió en el Ministerio de Justicia, que se pasó “tres años investigando denuncias falsas que después adoptaron como suyas, especialmente en el juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional y en la Fiscalía Anticorrupción”. Lo que importa también, denuncia, “es lo que pasó en los medios de comunicación que participaron interesadamente en la pantomima, sin dejar fuera al Ministerio de Cultura”. Tras el asalto se crea la comisión gestora, y Neri dice: “La SGAE se dedicó crear informes/pruebas contra nosotros, todas ellas falsas, por los directivos y la mayoría de los consejeros que tomaron el control, y todo esto a petición del juez Ruz”, alimentando así la instrucción y la gestión del fiscal, “creando una farsa que finalmente devino en estafa como se desprende de la sentencia”. Los que tuvieron que ver con el caso (los jueces Garzón y De la Mata, y el fiscal Alonso Carbajo) “iniciaron el asunto partiendo de acusaciones falsas de las asociaciones de internautas y otros, y lo convirtieron en una farsa que duró diez años”.
El registro se produce por orden del juez Ruz. “Podía habernos llamado a todos a declarar en vez de tenernos ochenta horas incomunicados en un calabozo (en mi caso, treinta días de cárcel) sin hacer ninguna investigación previa”. ¿Por qué cree que fue usted el que recibió un trato más duro? “Necesitaban un chivo expiatorio. Cargaron contra mí y contra mi familia directa. No sólo me metieron a mí en la cárcel, porque no tuve 300.000 euros para pagar la fianza. La SGAE no tenía malversación de fondos y decidieron que le pegaban en mi culo una patada a Teddy Bautista. Y como solo conmigo no era suficiente, metieron a toda mi familia en el asunto”.
Sintió, dice, “un vacío terrible” en el calabozo, pero en la cárcel halló alivio, “imagínese cómo estaba en el calabozo”. Luego “apareció un odio irresistible; tuve que hacer un tremendo esfuerzo para convertirlo en furia”; y luego en energía para conseguir que se abrieran los servidores de la SGAE, clonarlos y aclarar lo que hubiera ocurrido. (…) Yo era un profesional reconocido y valorado. Me convertí en un paria un minuto después. Con 59 años me quedé sin salario, sin profesión… Tras el juicio de 2015 convencí a unos amigos para montar un negocio de agricultura de precisión con drones. No funcionó. Luego asesoré a algún amigo en temas de informática. Después me tuve que prejubilar e intentar vivir con 1.300 euros. Ahora ya tengo 68 años… La sentencia alivió mi furia… Tengo algunos tics que quitarme, quizá voy para mayor, me voy quedando sordo y grito”.
Antonio Ruiz Onetti, en mayo de 2020.JuanJo Martín (EFE)
Antonio Onetti, guionista, actual presidente de la SGAE. “Jamás pude imaginar que en esta Casa hubiera delincuentes… Me pareció una aberración que el enemigo público número uno de los españoles fuera el presidente de la institución cultural privada más importante de este país… Yo no estaba de acuerdo con el proyecto Arteria [adquisición de teatros], de cuya desinversión me hice cargo, porque me parecía una gestión muy presidencialista y ejecutiva por parte de Teddy, pero eso no significaba que porque él decidiera una cosa u otra fuera un delincuente o un santo. No creo que fuera ningún tipo de administración desleal, solo que yo no compartía una omnipresencia que socialmente estaba resultando antipática para la entidad (…) Hubo una manipulación extraordinaria de la que los mayores perjudicados fueron los imputados, juzgados y denostados públicamente. Han sufrido diez años de desprestigio y muerte social. Sufrieron lo indecible para ser absueltos porque finalmente no había nada de lo que se les acusaba”. En cuanto a la SGAE, “la propiedad intelectual sufrió ese desprestigio y hubo quien se benefició claramente de ello. Perdimos el canon durante años y los perjudicados fueron los autores que no cobraban sus derechos. No eran impuestos ni tasas, eran derechos, los que la ley les concedía”.
Teddy Bautista, en el hotel Santo Mauro de Madrid, en julio de 2019.Samuel Sánchez (EL PAÍS)
Teddy Bautista. Músico. Ahora prepara su nuevo disco, Ciclos 4.0. “Nunca había visto un despliegue de esa magnitud. Las puertas estaban abiertas, pero los guardias subieron por las rejas. Ya en mi despacho un guardia civil me dice que cuando el cuerpo hace estas cosas entran cuatro o cinco expertos. (…) Buscaban cualquier documento que ayudara a la tesis del fiscal: que estábamos cometiendo un delito de fraude… ¡Un desfalco de 400 millones; más de lo que recaudábamos, facturábamos y repartíamos en un año! (…) Sentí que aquella burbuja se pincharía con sólo acercarle un alfiler… Al salir para ir a declarar ante el juez todos los medios ya estaban esperando la llegada de la policía judicial… Ahí entendí todo”.
“El juez Ruz me puso la grabación de algunas conversaciones rutinarias con Neri… Salí sabiendo que éramos un daño colateral: el objetivo era la SGAE. Mientras organizo con los auditores el esclarecimiento de todo esto, noto que algunos altos directivos (Paco Galindo, secretario general de la Sociedad, y Pablo Hernández, director de los servicios Jurídicos) estaban desautorizando lo que yo decía. No los habían citado en una pesquisa que exigía pruebas de manipulación de cifras o de deslealtad empresarial”.
“Antes de este terremoto se habían puesto de acuerdo para que yo desapareciera, para que yo dimitiera. Ante la Guardia Civil me empiezan a poner muy mal a Neri, al que yo defiendo entre otras cosas porque descentralizó y democratizó la tecnología del grupo SGAE, y ante mi asombro el abogado que me había puesto la SGAE me dice que no defienda a Neri.
“Fueron años muy duros, hasta que llegó la sentencia… Habían dibujado una caricatura hasta hacerme parecer como un corrupto. (…) No soy perfecto ni lo seré, pero me he guiado por mis principios, que vienen de lo que he mamado. (…) Algunos periodistas no persiguieron la verdad, se conformaron con amplificar el rumor o la ordalía… Luego del asalto gana Rajoy y en su primer Consejo de Ministros elimina la copia privada y les quita a los creadores —no sólo a la SGAE— 120 millones de euros al año”.
Al final de la entrevista, Teddy exclama: “¡Cómo se puede tener durante diez años a once personas, sus cuentas congeladas, sus vidas congeladas, cogidas por el cuello! ¿Se puede hacer eso? ¿Se puede mantener durante tanto tiempo esa sospecha para que luego no haya sido nada?”.
Han pasado diez años, mucho más que lo que ha tardado en olvidarse, excepto para los que han vivido el largo juicio.
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