Ramsés XIII y la sensual B. B. eslava

Barbara Brylska en 'Faraón'.
Barbara Brylska en ‘Faraón’.

Más acá de sus valores culturales, la ficción sobre el Antiguo Egipto ha contribuido decididamente a construir nuestro imaginario erótico de esa sociedad desaparecida, cuya vida sexual, paradójicamente, nos dicen los estudiosos, era menos exuberante de lo que el cine ha dado a entender. La Cleopatra de Elizabeth Taylor, la Nellifer de Joan Collins en Tierra de faraones o el Ramsés II de Yul Brynner en Los diez mandamientos (hablamos mucho de sus pectorales con Terenci) hicieron bullir a su manera el Nilo. Entre mis personajes favoritos en ese sentido figuran -además de la insoslayable Anck-su-namun de Patricia Velásquez en La momia, cuyo contoneo ramésida trasciende dioses, tumbas y sabios- la Nefer de Bella Darvi en Sinuhé el egipcio y la Kama que interpreta Barbara Brylska en Faraón.

Se da la circunstancia de que las dos últimas, femmes fatales ambas, son criaturas literarias, respectivamente de las novelas homónimas de Mika Waltari (donde originalmente se llamaba Nefernefernefer: en el cine lo acortaron para no parecer todos tartamudos) y Boreslav Prus. Faraón (1966), de Jerzy Kawalerowicz, está considerada bastante unánimemente como la mejor película que se ha hecho jamás sobre el Antiguo Egipto, y yo voto a favor. El director polaco, con la ayuda del escenógrafo Shadi Abdel Salam, (director él mismo de la extraordinaria Al-mummia, maravillosa película en blanco y negro sobre el hallazgo real de un escondite de momias de primera), consiguió revivir el Egipto faraónico con una exactitud, una sobriedad y una clase sensacionales. Si Karnak no era así, señores, merecía serlo.

Kawalerowicz no se aparta de la sustanciosa novela histórica (y política: el inmovilismo del Estado ante el intento de reformarlo, el conflicto entre poder secular y religioso) de 1895 de su compatriota Prus (Edhasa,1995), un monumento literario alabado por Czeslaw Milosz y que, aunque esto no es como para ponerlo como frase publicitaria en la faja, era al parecer la novela favorita de Stalin. Pero le insufla una vida y un realismo que te hacen sentir que estás de visita en el mismísimo Egipto de hace tres mil años. Las escenas de la carga de los soldados egipcios entre las dunas, la de los carros en el desierto (se rodó en el de Kyzyl Kum, “arena roja”, en Uzbekistán), la de la momificación del viejo faraón, las tan claustrofóbicas del laberinto del Fayum, o la del ejército detenido ante dos escarabajos peloteros, mientras los sacerdotes interpretan qué diablos significan (el episodio está en la novela), son antológicas.

En medio de la trama del pulso por el poder entre el alto clero, representado especialmente por el gran sacerdote de Amon, Herhor -un exitoso personaje histórico-, y el joven heredero y luego faraón Ramsés XIII-un rey imaginario: solo hubo 11 con ese nombre-, se cuela la historia de pasión del príncipe reformista por la sacerdotisa fenicia Kama, un nombre que es toda una declaración de principios. La aparición de la chica, preparada por los enemigos del príncipe para impresionarlo, no impresiona menos al espectador. Prus es bastante contenido en la novela: “Y en la franja luminosa apareció una mujer desnuda, de extraordinaria belleza, con una cinta dorada alrededor de las caderas. Ramsés se le acercó y la cogió por una mano. Ella no huyó”. Kawalerowicz, por su parte, dota la escena de un erotismo inolvidable. Aprendes casi más ahí que en In Bed With The Ancient Egyptians (Charlotte Booth, Amberley, 2018, un excelente ensayo sobre el asunto). Barbara Brylska surge de la oscuridad con una enorme peluca morena y prácticamente nada más en un canto a la trasparencia del lino atestiguada en pinturas y relieves, y qué relieves los de Brylska.

Zanjados unos problemillas como la obligada virginidad de la sacerdotisa y el hecho de que Ramsés tiene otra favorita, la judía Sarah (Krystyna Mikolajewska), que le ha dado un hijo (la película muestra las tensiones que había en los harenes reales, donde se originó la conspiración que le costó la vida a Ramsés III), Kama se convierte en amante del príncipe.

La actriz polaca Barbara Brylska (Skotniki, cerca de Lodz, 1941: ciertamente, una mala fecha para nacer en Polonia), ya tenía una carrera cuando la escogió Kawalerowicz. Había empezado a los 15 años y hacía teatro, cine y televisión. Pero los trabajos que la hicieron famosa, “la B.B. eslava”, llegaron después: en 1972 protagonizó Anatomía del amor, un filme con escenas de alto voltaje erótico que puso su granito de arena en la revolución sexual de la época en la Europa del Este (yo estuve en Polonia en un stage de Pantomima en 1977, pero debí de llegar ya tarde). Y sobre todo tuvo su gran oportunidad cuando en 1975 el director Eldar Ryazanov la llamó a Moscú para protagonizar Ironiya sudbyi, ili iyogkim param!, que parece aquello que decía John Cleese en Un pez llamado Wanda pero que significa Ironía del destino, o ¡disfruta del baño!, una comedia que se hizo extraordinariamente popular y en la que interpretaba a Nadia, un personaje de gran sensualidad que se convirtió en el icono de la nueva mujer soviética, lo que no deja de ser paradójico si eres polaca. En 1976, Brylska fue elegida la actriz más popular de la URSS.

La carrera de aquella chica que encarnó a la amante del faraón de una manera que no deja de conmovernos por su misterio y carnalidad ha proseguido a lo largo de una setentena de películas y producciones televisivas. Su vida ha tenido altibajos profesionales y sentimentales, como la de todos, y una tragedia: la muerte de su hija de veinte años, modelo y actriz, en accidente de coche… Pero de alguna manera, Barbara Brylska sigue eterna allí en el celuloide, despreocupada, peligrosa y esbelta como una pantera del Punt, encarnando la sensualidad y la emoción del Antiguo Egipto, a los pies de un faraón y en el corazón de todos nosotros.


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