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Raphael Minder, el hombre que habla de nosotros en el extranjero: “Me llama la atención lo difícil que es que un político pida perdón en España”


Raphael Minder (Ginebra, 1971) vive (y trabaja) en un piso en el madrileño barrio de Chamberí con vistas a los tejados y las torres del norte acuadalado de la ciudad. Minder es alto y calmado, afable, tiene un acento extranjero difícilmente identificable, tal vez por la vida itinerante que ha llevado por varios países. En el hall de su domicilio cuelgan dos placas doradas de pared donde se lee: The New York Times. Eran las placas que había en las oficinas que antes, en pleno s. XX, su periódico tenía en la ciudad. “Eran otros tiempos, tiempos de periodismo más opulento, ¡el corresponsal tenía chofer!”, dice Minder.

Ejerce el periodismo desde 1993, ha estudiado en Oxford y Columbia, y ha pasado por medios como Bloomberg News y The Financial Times, trabajando en lugares como París, Bruselas, Sidney o Hong Kong. Lleva diez años como corresponsal en España y Portugal de The New York Times y con este motivo publica ¿Esto es España? Una década en la corresponsalía (Ediciones Península) donde recoge sus impresiones sobre el país y algunos de los temas más candentes que ha tratado, de la crisis financiera al independentismo catalán (por lo que le han criticado ambos bandos), del juez Garzón a la memoria histórica, de la Marca España al potencial del vino, la mermelada o la trufa, o sobre la forma de financiar la cultura en España, entre otros asuntos.

Tuvo la oportunidad de venir a Madrid o irse a Fráncfort. ¿Por qué elegió esto? La vida es algo más que solamente trabajo, y nadie me había dicho que Fráncfort sea la joya de Europa, ni mucho menos. Tenía claro que España era un país con un atractivo obvio: calidad de vida, intereses, cosas que conocer. Me parecía que, aunque Fráncfort podría ser un puesto más importante, la cobertura aquí iba a ser más diversa. Allí es economía y banca, y yo llevaba haciendo información económica muchos años. Me pareció bien poder hacer en España algo de fútbol, algo de museos, algo de danza española… Veía más variedad y aprendizaje de cosas nuevas.

Pero nada más llegar se encontró con la debacle económica de aquellos años. Nadie tiene una bola de cristal. Es como si me persiguiera la nube de la economía por todas partes (risas). Sabía que Europa iba a pasar un mal momento, después de la caída de Lehmann Brothers, pero no pensaba que aquí el problema iba a ser tan pronunciado.

¿Qué impresión tuvo cuando llegó? No tuve tiempo para hacer lo que en inglés se llama soft landing, un aterrizaje suave, tomarme unas semanas para buscar barrios y casa, haciéndome con el ambiente. Fue llegar y al día siguiente ya estar con el tema del juez Garzón y la semana siguiente con temas económicos. Salté directamente a lo más profundo de la piscina. Fue un aterrizaje abrupto, con temas muy importantes y sensibles.

¿Es solitaria la vida del corresponsal? Lo es en el sentido de que no tienes una relación tan estrecha con la redacción. Luego depende de la ciudad… Yo estuve en Hong Kong y allí hay un club donde los corresponsales van a charlas y presentaciones, y se toman copas y cervezas. El edificio es muy bonito, de estilo colonial, y todo el mundo lo quiere conocer. Se puede trabajar y disfrutar al mismo tiempo, que es lo que nos gusta a los periodistas. En España hay varias asociaciones, como el Círculo de los Corresponsales… Creo que por mi pasado, por mis orígenes, por mi familia. Siempre me he considerado un extranjero en otro país. Soy suizo, pero hijo de inmigrantes; dejé mi ciudad natal, Ginebra, a los 11 años. La universidad la hice en Oxford, Gran Bretaña… siempre en otro lugar. Mi lengua natal es el francés, pero siempre he trabajado en inglés. Me ha resultado muy natural trabajar en un país que no es mi país, un idioma que no es mi idioma, y con jefes que están en otro país. No tengo raíces profundas.

¿Damos demasiada importancia en España a lo que la prensa extranjera dice del país? Sí, eso pasa muchísimo, más que en otros países. Se suele hacer la cobertura de lo que ha dicho la prensa extranjera sobre temas que ya se han cubierto aquí de sobra. Es curioso. A mí no me interesa, en general, el artículo sobre el artículo. En abril hubo un debate sobre la pandemia en el Congreso y Pablo Casado sacó como seis artículos en los que la prensa extranjera decía lo mal que España lo estaba haciendo. Pero la prensa extranjera no estaba diciendo eso, estaba dando las mismas cifras que se daban en España.

Denota cierto complejo de inferioridad, parece que si lo dicen desde fuera tienen más razón. No creo que llegue a inferioridad. Pero, por ejemplo, en Estados Unidos no parecen muy interesados en saber cómo se ven sus elecciones desde fuera. También entiendo que España tiene una relación un poco paradójica con su importancia y a veces se infravalora, se autocastiga, casi se flagela por cosas que no importan tanto.

¿Por ejemplo? Pues se piensa que la política española es muy pobre, pero hay muchísimos países con una política así de pobre, o peor. Yo no veo algo tan destacable en esto: no creo que los EE.UU. de Trump, el Brasil de Bolsonaro o la Gran Bretaña de Johnson sean modelos de cohesión política y actuación coherente.

En su libro dedica también un capítulo a la Marca España donde pueden verse esas ganas de relevancia internacional, de cuidar la imagen del país. Se creó una oficina de la Marca España y yo no sé si los problemas de España se solucionan por ese camino. Todos los países se promocionan, y España se promociona muy bien, pero no lo reconoce. Eso es lo que me sorprende. Si España fuera tan desastrosa a nivel de marca no vendrían más de ochenta millones de visitantes en un año normal. No son masoquistas. Tienen una imagen positiva de lo que van a encontrar.

Se ha visto involucrado en polémicas, sobre todo con el tema catalán. Hay que tener la piel bien dura para ser corresponsal en momentos de alta crispación. Si estuviera aquí en la década anterior, cuando todo parecía ir bien, hubiera habido menos presión, excepto en momentos puntuales. Ahora estamos en momentos de debate identitario, que son siempre muy tensos. Ahí, no puedes hacer algo que sea del gusto de todos, no hay consenso, más bien al contrario. Puedes navegar tu barco lo mejor posible, pero son aguas turbulentas: cada uno quiere imponer su relato. Que todos los bandos se quejen lo veo como un buen barómetro. Además, el periodista es como el médico o como el bombero: es más recordado por sus errores que por sus aciertos.

¿Cómo ve la crispación política en el caso español? La crispación es grande en muchos países, por temas distintos. El Brexit ha generado en Gran Bretaña una crispación parecida, con familias que no se hablan y amistades rotas. Son las mismas historias que he escuchado en Cataluña. En los parlamentos, lo mismo, un debate muy poco elevado con insultos y difamaciones: felón, traidor, golpista, fascista… Si la clase política no da el ejemplo, ¿qué le puedes pedir a la sociedad?

¿Tiene algo que ver Internet en esa crispación? Muchísimo. Es el pensamiento sin filtro, una manera de desahogarse para mucha gente. Donald Trump es el primer ejemplo. En Internet, además, tenemos el anonimato, estamos muy lejos de asumir responsabilidades.

¿Es difícil colocar artículos sobre España en The New York Times? Siempre hay que tener en cuenta lo que pase en el resto del mundo. Quizás tú tengas un artículo de relativa importancia que se quede fuera porque esa semana lo importante son las elecciones estadounidenses o la dimisión de Theresa May por el Brexit. Así que hay que estar informado de manera global: el mundo es mi referente a la hora de saber qué tipo de preocupaciones van a mover la agenda de la redacción. Luego hay temas que se pueden tratar desde muchos sitios, estás en “competencia” con otros corresponsales: puedes escribir de inmigración desde Melilla, Lampedusa o Lesbos.

Entonces, ¿qué interés tiene la información sobre España en el panorama internacional? Por un lado, hay noticias curiosas, en España pasan cosas insólitas, es un país con mucho color, no es nada gris. Como el caso del pequeño Nicolás que, más allá de la anécdota, dice mucho de cómo funciona la sociedad: el clientelismo, los privilegios, la importancia de los contactos, el nepotismo. El respeto a la jerarquía. Es interesante de España, por otro lado, cómo ha cambiado en poco tiempo haciéndose un país moderno, aunque hay cosas del pasado que no cambian y hay gente que se aferra a sus privilegios.

¿Como qué? Me llama mucho la atención la impunidad política, lo difícil que es que un político dimita o simplemente pida disculpas. Que pida disculpas sin medias tintas, que reconozca su error sin tratar de justificarse. Luego hay varios temas donde España tiene interés, por ejemplo, en la forma de abordar la inmigración, cómo salir de un bipartidismo e incluir a la extrema izquierda y la extrema derecha, cómo modernizar (o no) una monarquía. También aquellas tendencias mundiales que afectan más aquí, como la crisis financiera de 2008 o la primera ola de la Covid19. Esos son puntos de interés internacional.

Después de estos 10 años en España, ¿cuál es su próximo destino? Tampoco tengo la bola de cristal para predecir esto. Por el momento creo que he pasado una buena época en España. A nivel personal pero también periodístico: ha sido una década donde han pasado muchísimas cosas, es como una serie de la tele en la que cada nueva temporada es más compleja e interesante que la anterior, y guarda relaciones más o menos sutiles con lo pasado: de una crisis económica surge un malestar político, de ahí surge el 15M y el cambio en los sistema de partidos, también aparece lo identitario, etc, Y todo ello está conectado.

¿Qué tiene de especial la mirada del corresponsal? No tiene vínculos emocionales con la materia prima. Tienes perspectiva. Abordar un tema como Garzón o Cataluña sin esa mochila donde viaja lo que han opinado en tu familia, por la ideología de tus padres, por lo que llevas escuchando toda la vida… A veces vas a una fiesta, hablas con alguien, y luego te dicen: “¿Sabes con quién has hablado? Es la exnovia del torero más importante de España, o el ganador de tal concurso”. Para mí son solo personas. Un buen ejemplo es este: cuando voy a ver el Clásico, el Real Madrid-F.C. Barcelona, mi esperanza es que sea un gran partido y se vea buen fútbol y muchos goles. Más allá de eso no me importa quien gane, o si empatan. Es un equilibrio complicado entre la ventaja de no saber nada y la posible desventaja de saber demasiado.

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