Razones

Varios ciudadanos con banderas independentistas en la Diada de 2020.
Varios ciudadanos con banderas independentistas en la Diada de 2020.MASSIMILIANO MINOCRI

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Todos queremos tener razón (posible definición de fascista: el que me lleva la contraria) pero pocos nos molestamos en buscar razones. ¿Para qué? La manía de argumentar debilita la evidencia arrebatadora de nuestra causa: se empieza discutiendo el porqué, el cómo y el cuándo, y se acaba convencido por el otro o sea traidor. Por eso la lectura de Secesionismo y democracia (ed. Página Indómita), el libro cristalino y contundente de Félix Ovejero, es un tónico para nuestro raciocinio pero al final nos deja un punto desolado. En poco más de cien páginas bien documentadas se desmonta la osamenta motivacional del separatismo (cualquiera que sea) y se demuestra que es incompatible con una versión sólida de la democracia. Pero ¿de qué sirve tanta clarividencia? ¿Acaso alguien que ha adoptado un dogma por sus tripas y no por su cerebro renunciará a él cuando se le den razones convincentes? Ni las quiere ni las espera. Y sobre todo no piensa enredarse en un debate fatigoso además de comprometedor. Usted es un fascista y yo un demócrata de bien: punto pelota. Y si no al revés pero, mire, me da lo mismo porque la razón también la tengo yo…

Ovejero, a quien considero el mejor pensador político de nuestro país, no se detiene en las circunstancias particulares del separatismo catalán, vasco o cualquier otro. Tampoco entra en lamentos sobre los perjuicios económicos que produciría la secesión ni lloriquea sobre el desgarro sentimental: “¡con lo que queremos a los catalanes! O ¿qué será de nosotros sin los vascos?”. Trata el caso como si fuese racismo o sexismo, es decir: unos ciudadanos que se atribuyen el poder de limitar los derechos de otros en nombre de características biológicas, culturales o territoriales. Sin subterfugios ni florituras…


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