La Paz, Bolivia – Una rutina llena de fiestas, viajes y éxitos en los negocios quedó atrás para dedicarse al cuidado diario sin descanso de más de un millar de perros callejeros en La Paz, cuando el boliviano Fernando ‘Ferchy’ Kushner decidió retribuir con este amor por los animales lo que la vida le ha dado.
“Dejé las fiestas, los viajes, el ganar plata, por recibir lamidas y batidas de cola, pero eso es lo que me hace feliz”, confesó Kushner a Efe.
Conseguir alimento para estos canes, distribuirlo en persona todos los días, promover esterilizaciones, vacunaciones y adopciones de los animalitos y dar talleres en colegios y universidades se acumulan ahora en su lista de tareas.
Ingeniero comercial de profesión, trabajó con marcas de lujo como Chanel y Bvlgari, para las que desarrolló mercadotecnia de distribución, “relaciones públicas, redes, puntos de venta y servicio al cliente”, entre otras responsabilidades.
El trabajo lo tuvo viajando constantemente y huyendo a la vez del clima mayormente frío de La Paz, a donde llegaba de visita “unas cinco a seis veces al año”.
Hasta que un día decidió darse un descanso y se afincó en la ciudad andina, donde pudo desarrollar una idea que venía gestando desde hace unos años: tener una fundación para ayudar a niños, ancianos y animales.
Él lo atribuye a la sangre solidaria que corre por sus venas, pues sus abuelos Grisha y Emma Kushner educaron a su familia “con muchos valores” y siempre hacían obras sociales, sobre todo en favor de personas ciegas, niños y animales.
“Comencé con los animales por la reproducción que existe”, apuntó ‘Ferchy’ Kushner, quien llamó la atención sobre la enorme cantidad de canes callejeros que hay en Bolivia.
Un problema que a su juicio ha sido desatendido por las autoridades.
Uno de los protagonistas en esta historia es Choco, un perro mestizo de color blanco y café, habitual del barrio paceño de San Miguel, en el sur de la ciudad.
Kushner lo conoció en 2015, en una fría noche de mayo, cuando al salir de sus clases de yoga se sentó en las gradas del templo de San Miguel y el animalito se le acercó.
“Él vino a lamerme las manos y batirme la cola. Lo único que hice fue darle comida y, antes de comer, me volvió a lamer las manos como agradecimiento. Y desde ese día hasta hoy son más de cuatro años que vengo alimentándolo a él y a muchos otros animalitos”, contó.
La historia que comenzó con Choco en San Miguel hoy se extiende a más de 1.500 perros callejeros en barrios paceños como Llojeta, Miraflores, Cota Cota y Río Abajo.
Antes de lanzarse a esta aventura, decidió capacitarse y buscar apoyo “para aprender más”. “No soy ni etólogo ni veterinario, me dedico a dar comida”, agregó.
La labor es intensa, pues supone pasar a recoger a diario restos de comida de restaurantes aliados para luego recorrer las calles repartiendo esos alimentos, combinados con croquetas, entre los callejeritos, como se suele llamar cariñosamente a estos canes.
Las manos para ayudarle escasean, pues cuenta con cuatro voluntarios firmes, incluidos Jorge Amusquivar y Yamel Ramírez, quienes lo acompañaron en la entrevista con Efe.
Es una misión diaria y sagrada, pues no conoce “domingos, ni días festivos”, e incluso ha pasado festividades como la Navidad o el Año Nuevo con sus amigos caninos.
“Ya he disfrutado de mi familia, así que no va a pasar nada si paso las fiestas en las calles”, reconoció.
En las últimas semanas se ha abocado a una campaña para conseguir “chamarras” o chaquetas y abrigar a perros callejeros con miras al próximo invierno en el hemisferio sur.
Hasta el momento ha obtenido 1,800 chaquetas impermeables con frisa interior, que en el lomo llevan la leyenda “No me quites la chamarrita. ¡Me hace frío!”, dirigida a quien tenga la intención de robarla al perrito.
Ahora está en busca de obtener más para llevarlas a otras ciudades bolivianas como El Alto, Oruro, Potosí y Sucre.
Otro sueño por el que viene trabajando desde diciembre pasado es construir un “santuario” donde acoger perros, sobre todo los viejos, y hacer esterilizaciones para evitar la sobrepoblación.
Siguiendo los pasos de sus abuelos, Kushner creó la Fundación Abril y Ariel, que lleva los nombres de sus sobrinos, con la idea de que ellos continúen eventualmente su labor.
“No hay nada más placentero que hacer algo que te guste y te llene, así no ganes un peso”, convencido de que uno recibe lo que da.
“Después de tener más de diez pasaportes llenos por haber viajado tanto, pienso que es época de devolver, porque ya he recibido mucho”, zanjó.
Gina Baldivieso
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