El presidente Donald Trump estaba furioso.
El director del FBI, James Comey, le había prometido en privado que él no estaba personalmente bajo investigación.
Pero el 3 de mayo del 2017, cuando Comey fue interpelado en el Congreso sobre la investigación de los correos electrónicos de Hillary Clinton, no le dio al presidente la vindicación pública que tanto ansiaba.
Ante serenos legisladores y las cámaras de televisión, Comey enfáticamente se negó a revelar si miembro alguno de la campaña de Trump estaba o no estaba bajo investigación penal, ni siquiera el presidente mismo.
“El Departamento de Justicia me ha autorizado a confirmar” la existencia de una investigación amplia sobre la posibilidad de que la campaña de Trump y el gobierno ruso conspiraron para ganar las elecciones. “No diremos una palabra sobre el tema hasta que concluya la investigación”.
Y así fue. Como director del FBI, Comey no lo volvió a mencionar.
Esa misma tarde en la Casa Blanca, Trump se enojaba más y más mientras un asesor le contaba sobre las declaraciones de Comey.
Despotricó contra su secretario de justicia Jeff Sessions, quien se había recusado de la investigación rusa debido a que había trabajado para la campaña de Trump.
Los apuntes tomados por el asistente de Sessions revelan a un presidente en medio de un ataque de rabia: El secretario de justicia, exclamaba Trump, supuestamente era la designación más importante de un presidente.
Recordó que John Kennedy tenía a su hermano Robert, y que Barack Obama tenía a su amigo Eric Holder.
“Me dejaste solo”, le dijo Trump a Sessions. “No puedo hacer nada”.
Trump pasó los próximos días furioso por el tema de Comey. La relación entre los dos ya era tensa.
En una cena meses antes, Trump le había exigido a Comey que le declarara su lealtad, pero Comey se negó. Luego Comey ignoró el pedido del presidente de poner fin a la investigación sobre su antiguo asesor de seguridad nacional.
Trump se quejó con su asesor Steve Bannon, acusando a Comey de ser un fanfarrón. En tres ocasiones, lamentó Trump, Comey le había prometido que él no estaba personalmente bajo investigación. Pero ahora en público dice algo distinto.
Ese fin de semana, Trump estaba en su club de golf en Bedminster, Nueva Jersey, armando un plan para destituir a Comey y dictándole a su asesor Stephen Miller una carta de despido.
En el texto, Trump dice que si bien apreciaba que se le dijo que no estaba personalmente bajo investigación “en cuanto a las acusaciones falsas y políticamente motivadas de una relación Trump-Rusia”, Comey ya no tenía el apoyo del presidente ni del pueblo estadounidense.
Ese lunes en Washington, las cosas se complicaron.
Trump leyó en voz alta los primeros párrafos de la carta, diciéndoles a sus asesores que la decisión estaba tomada y que no había nada que debatir.
Su asesor legal Don McGahn, quien con frecuencia frenaba los impulsos del gobernante, sugirió que mejor sería consultar primero con el Departamento de Justicia.
Cuando ni Sessions ni el subsecretario Rod Rosenstein expresaron reservas sobre la destitución de Comey, Trump le pidió a Rosenstein redactar un memo recomendando la destitución “y pon allí el tema de Rusia”, según apuntes tomados por un funcionario del departamento de justicia.
Rosenstein accedió a redactar el memo pero se resistió a mencionar a Rusia. Ese día al salir de la Casa Blanca, sabía que Comey sería destituido, pero no por las razones que pondría en su documento.
El memo de Rosenstein se centró exclusivamente en el manejo de la investigación sobre Hillary Clinton, incluyendo la decisión de Comey de anunciar en público que Clinton no debería enfrentar cargos.
No hubo mención de Rusia a excepción de una carta de un página enviada a Comey en que Trump le recuerda que se le había prometido tres veces que él no estaba personalmente bajo investigación.
La Casa Blanca difundió el memo la noche del 9 de mayo al anunciar la destitución de Comey diciendo que fue en base a una recomendación del Departamento de Justicia.
Comey se enteró de que había sido destituido al verlo en las noticias en Los Ángeles, a donde había ido para dar un discurso ante empleados del FBI.
Al principio pensó que se trataba de una broma, pero no lo era, y pronto los helicópteros de los noticieros sobrevolaban su limosina.
Trump pensó que los demócratas se contentarían, debido al disgusto que sufrieron ante las acciones de Comey en el caso Clinton. En lugar de ello, había descontento y confusión.
¿Por qué habría Trump de enojarse por el manejo de Comey en el caso Clinton, si fue él el beneficiado? Y si era esa la verdadera razón, ¿por qué esperó cuatro meses para despedirlo?
El gobierno se vio sumido en el caos. Trump, descontento por la cobertura que los medios le estaban dando al asunto, le pidió consejo al ex gobernador de Nueva Jersey Chris Christie, quien le dijo que debería ser Rosenstein quien defienda la destitución en público.
Pero cuando Trump le pidió a Rosenstein convocar a una rueda de prensa, Rosenstein dijo que ello no era prudente, pues tendría que decir la verdad, que destituir a Comey no fue idea suya.
Sessions y Rosenstein le dijeron a McGahn que temían que la Casa Blanca estaba ofreciendo un relato engañoso al insinuar que la decisión inicial fue de Rosenstein.
Trump reveló la verdad del asunto en una entrevista el 11 de mayo con Lester Holt del canal NBC, a quien le admitió que iba a despedir a Comey no importa cuál haya sido la recomendación del departamento.
“De hecho, cuando decidí simplemente hacerlo, me dije ‘sabes, este asunto de Rusia es puro invento’”, dijo Trump. “Es una excusa que inventaron los demócratas para justificar que perdieron unas elecciones que deberían haber ganado”.
Seguidamente dijo algo que resultaría portentoso. En lugar de poner fin a la investigación sobre Rusia, admitió el presidente, “posiblemente la estaré alargando”.