Retorno a Gilead

Una imagen de la segunda temporada de 'El cuento de la criada'.
Una imagen de la segunda temporada de ‘El cuento de la criada’.

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Es pura casualidad que esta columna salga justo cuando se estrena la cuarta temporada de El cuento de la criada. No es casual, sin embargo, que la realidad se acerque paso a paso a la distopía que imaginó Margaret Atwood, a ese Gilead en el que una minoría ultraconservadora esclaviza al resto para hacerse con el control absoluto de las pocas mujeres fértiles que quedan.

Cuenta atrás es el título de un reciente libro de la doctora Shanna Swan, en el que documenta que la cantidad de espermatozoides de los hombres occidentales se ha reducido a la mitad en los últimos 40 años, a un ritmo de un 1% o 2% anual. De seguir así, para 2060 podrían haber perdido su capacidad reproductiva. ¿El motivo? Los cambios hormonales causados por los químicos que comemos, bebemos, tocamos o respiramos, ya sean detergentes, pesticidas, plásticos… Y no solo afecta al ser humano, también a los animales.

¿Podríamos llegar a extinguirnos por ese motivo? Unido a los cambios en los hábitos individuales, podríamos. Ya sabemos que la pandemia ha acelerado la caída de la natalidad. Futura extinción aparte, las implicaciones del declive demográfico son enormes en todos los campos: desde los sistemas de salud, pensiones, educación, innovación o la pura renovación vital hasta los equilibrios geopolíticos y el enorme desafío de la gestión de las migraciones. Justo antes de que la covid-19 entrara en nuestras vidas, era el tema de moda en todos los foros globales. Rusia, la Unión Europea y China se enfrentan ya a poblaciones menguantes y envejecidas, mientras, África seguirá creciendo hasta duplicar su población para 2050 y la India pasará, no tardando mucho, a su vecino como país más poblado del planeta.

A falta de una acción global concertada, la Unión Europea sigue reforzando su liderazgo en materia medioambiental con iniciativas que buscan reducir el impacto de los químicos en la salud. La más reciente es su Estrategia de sostenibilidad para las sustancias químicas, con la que aspira a alcanzar el objetivo de contaminación cero y un ambiente sin tóxicos, tal como ambiciona el Pacto Verde.

En el terreno de la gestión de las migraciones, sin embargo, sus decisiones siguen siendo insuficientes y controvertidas, pues su apuesta se basa, sobre todo, en el control de fronteras. Ahora acaba de adoptar la Estrategia de retorno voluntario y la reintegración, que facilita la salida de los que han logrado entrar en nuestros países. ¿Para cuándo una auténtica visión integral que tenga en cuenta tanto las necesidades futuras de sociedades cada vez más viejas con las necesidades vitales de millones de personas que no tienen lo imprescindible? La gran potencia normativa debería ser capaz de abordar este tema fundamental que sigue resultando tan esquivo y alimentando pulsiones populistas tan despreciables como las que estamos viendo en nuestro entorno más cercano.


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