El pasado racista de Richmond espera hecho pedazos su futuro en un descampado junto al río que atraviesa la capital de Virginia. accedió recientemente a ese lugar secreto con la condición de no revelar o dar pistas sobre su ubicación por motivos de seguridad. Allí, en una zona fabril al aire libre, han ido a parar los restos de las estatuas confederadas retiradas de las calles por el Ayuntamiento, desde que las protestas por el asesinato en mayo de 2020 del afroamericano George Floyd en Minneapolis convocaran una oleada iconoclasta que dio la vuelta al mundo y un examen sorpresa a la memoria histórica de Estados Unidos.
Una imagen de George Floyd, proyectada sobre el monumento a Robert E. Lee en Richmond, en junio de 2020.JAY PAUL (Reuters)
Las erigieron como parte de la nostálgica reescritura del pasado que se conoce como la Causa Perdida, promovida por los descendientes de los vencidos tras la Guerra de Secesión, durante la que Richmond fue la capital del Sur rebelde y esclavista. La ciudad, de 230.000 habitantes, transfirió la propiedad de esos monumentos caídos de generales y políticos al Museo de Historia Negra de Virginia. A sus responsables corresponde ahora la decisión de qué hacer con ellos.
¿Deberían devolverlos a las calles o destruirlos? ¿Exponerlos contextualizados? ¿O fundir el bronce y destinar los centenares de toneladas de mármol y granito a más altos fines?
Mary C. Lauderdale, directora de atención al visitante de la institución, tiene claras dos cosas: que la decisión se tomará “de acuerdo con la comunidad” (“ya estamos haciendo sondeos entre los vecinos”, advierte) y que no las quiere en la sede del museo, un antiguo cuartel que albergó el primer destacamento de soldados negros de Virginia. “Son demasiado grandes para nuestros espacios y eso nos exigiría reforzar la seguridad ante posibles ataques de grupos supremacistas blancos”, añade.
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Suscríbete Estatua de A. P. Hill, el último confederado en caer de su pedestal en Richmond el pasado mes de diciembre.Lenin Nolly
Otra certeza es que la prisa que hubo por derribarlas no marcará los siguientes pasos. “Nos llevará mucho tiempo; calculo que al menos unos cinco años, tal vez 10″, explica Lauderdale mientras pasea entre los bloques de piedra que formaban los pedestales de los monumentos.
Se conservan tal y como quedaron tras los ataques del verano del descontento de 2020: hay pintadas de Black Lives Matter por todas partes, llamamientos a desfinanciar la policía (Defund the Police) y nombres de víctimas tristemente célebres de los agentes, así que el lugar también es un testimonio de aquellos meses convulsos. El sitio desprende un aire solemne; no por casualidad, los operarios que custodian el almacén lo llaman “el cementerio”.
Mary Lauderdale, del Museo de Historia Negra de Virginia, el 24 de enero en Richmond.LENIN NOLLY
Se trata de un camposanto del pasado racista de Estados Unidos cuidadosamente organizado. Los restos del general Robert E. Lee, glorificado por una estatua que alcanzaba los 18 metros y era la más grande de Monument Avenue, ocupan más o menos la mitad del espacio. Al fondo, está la parcela dedicada a Stonewall Jackson, que se ganó el mote de “muro de piedra” en la batalla de Manassas, librada unos 150 kilómetros al norte al principio de la Guerra Civil (1861-1865). Cada pieza incorpora un código, que serviría para volver a montar el monumental puzle llegado el caso.
Las figuras de bronce están en el otro extremo, envueltas en un material plástico blanco que recuerda a un sudario. Las taparon para evitar dar pistas a los conductores de los coches que cada día usan la autopista vecina, una de las arterias de acceso a la ciudad. Les preocupan, aclara Lauderdale, los vándalos, los grupos extremistas y los coleccionistas de recuerdos históricos.
Las estatuas fueron pintadas durante las protestas por la muerte de George Floyd a manos de un policía de Minneapolis en 2020. Lenin Nolly
El desmontaje y almacenamiento corrió a cargo de Devon Henry, un joven contratista negro. Recibió en 2020 una llamada del entonces gobernador demócrata, Ralph Northam, para ofrecerle un encargo que ningún empresario blanco se había atrevido a aceptar. “Me lo tuve que pensar mucho, sobre todo, por mi familia, por la violencia y el odio que desató la polémica con las estatuas”, explica en un centro social a las afueras de la ciudad. “Al final, me decidí; si no lo hacíamos ahora, si no lo hacía yo, tal vez nunca llegaría lo que los descendientes de esclavizados habíamos perseguido durante décadas”. Más tarde, supo que “dos docenas de compañías” rechazaron la oferta antes que él.
Henry cuenta que cada vez que le pedían retirar una estatua, las autoridades le ponían “seguridad durante 24 horas”, y que él tenía que acudir al trabajo “con chaleco antibalas”. Además, se sacó una licencia de armas para sentirse “protegido”. “Cada vez que quitábamos una, llovían las llamadas y los mensajes en el contestador con amenazas como: ‘Hola, somos del Ku Klux Klan; tú derribaste nuestras recuerdos, ahora nos toca a nosotros ir a por ti y los tuyos’. Cuando se publique este artículo, seguro que recibiremos unas cuantas más”.
Devon Henry posa en el centro cívico Sarah Garland Jones, en Richmond. Henry es el único contratista que se atrevió a aceptar el encargo de retirar las estatuas racistas. A cada uno de los trabajos tenía que acudir con chaleco antibalas. Lenin Nolly
Ahora está dispuesto a “pasar página” y dedicarse a labores “más constructivas”, como volver a poner en pie la casa del primer propietario negro de Richmond. Su trabajo de demolición terminó el pasado diciembre, cuando extirpó del ajetreado cruce en el que llevaba 130 años –”dificultando el tráfico”, puntualiza Carl Virgin, vecino de la zona– la estatua del general confederado A. P. Hill, que desde entonces yace con el resto en el almacén secreto, con la cabeza deshonrosamente metida en un neumático, a la espera de ser envuelta en el plástico blanco.
Hill era un segundón en la causa sudista, pero si tardaron tanto en ocuparse de él fue porque sus restos estaban enterrados bajo el pedestal, y eso retrasó la operación. Sus descendientes indirectos, que han demandado a la ciudad por la propiedad de la estatua, los enterraron un sábado reciente en el cementerio de Culpeper, localidad de Virginia al norte de Richmond. A la ceremonia acudieron centenares de simpatizantes de la Confederación, muchos de ellos disfrazados a la manera de la Guerra Civil.
Inhumación de los restos del general A.P. Hill en el cementerio Fairview, en Culpeper, el 21 de enero de 2023.Peter Cihelka (AP)
A la “pregunta del millón de dólares” de qué haría con los monumentos si de él dependiera la decisión, Henry, que calcula que ha desmontado 24 estructuras entre Richmond y Charlottesville, ciudad de Virginia que para desconfederarse ha optado por fundir y reutilizar los materiales, contesta: “No creo que deban estar en la calle a la vista de mis hijos. No pueden enseñarse sin un contexto que explique el racismo que subyace tras esa glorificación”.
La única del lote que está ahora mismo a la vista en la ciudad aguarda en The Valentine, un museo de historia local del centro que alberga la colección de Mann Valentine, que se hizo rico en el siglo XIX con un tónico de jugo de carne de supuestas propiedades curativas, así como el estudio de su hermano Edward, escultor asociado a la iconografía de la Causa Perdida y autor de la estatua que se expone en la institución. Representa al presidente de la Confederación, Jefferson Davis, y los manifestantes la derribaron durante las protestas de 2020. (También tumbaron una efigie de Colón, que acabó en un estanque; la ciudad acaba de donarla a la Asociación Cultural Italoamericana de Virginia).
Los vecinos de Richmond tienen ahora una nueva perspectiva de Davis, al que solían mirar desde abajo. En The Valentine se muestra tumbado, lleno de pintadas, con el brazo extendido en un gesto súbitamente implorante, la frente abollada por los golpes y un trozo de kleenex pegado al cuello de la camisa. Bill Martin, que lleva al frente de la institución 28 años, recuerda que cuando decidieron exponerlo así, “sin limpiar”, provocó una ruidosa reacción de gente que expresaba su disgusto “por la falta de respeto” en las redes sociales o llamando por teléfono al museo que dirige.
Estatua de Jefferson Davis en el museo The Valentine, en Richmond. Es la única que está expuesta al público en estos momentos. La decisión de hacerlo sin limpiarla previamente provocó las críticas de los nostálgicos de la Confederación.
La exposición la completan unos paneles en los que se cuenta la historia de “cómo el monumento terminó por los suelos”, así como un eficaz resumen de lo que pretendía la Causa Perdida: “Tras la guerra, sus simpatizantes forjaron esa mitología para justificar el fracaso. Lanzaron una campaña de desinformación en los medios, las escuelas, y a base de construir monumentos”.
Estos, según escribe la historiadora Karen L. Cox en el ensayo No Common Ground, “dominaron el paisaje sureño durante más de 150 años” Aún lo hacen: según un informe de la organización independiente Southern Poverty Law Center, quedan 2.089 vestigios nostálgicos bajo la línea de Mason-Dixon, que divide geográfica y mentalmente el país. En Richmond cayeron los generales sedentes o a caballo, pero el callejero sigue lejos de su completa desconfederación: aún permanecen, por ejemplo, el puente Robert E. Lee o la Confederate Avenue. También queda una estatua en pie de Stonewall Jackson. Está frente al Capitolio, en suelo propiedad del Estado de Virginia, gobernado por el republicano Glenn Youngkin.
Los promotores de la Causa Perdida, “reflejo de una cultura de violencia y supremacismo blanco”, según Cox, minimizaron los horrores de la esclavitud y trataron de negarla como casus belli. Trataron de hacer pasar a los confederados por héroes y la secesión como un acto legal. “Esas ideas se infiltraron en la vida cotidiana durante los años de la Reconstrucción [que siguieron a la guerra] y del Jim Crow [sistema legal que perpetuó después la discriminación en los Estados del Sur], cambiando, en última instancia, el modo en el que, aún hoy, se recuerda el pasado”, se puede leer en The Valentine. No deja de ser irónico que aquellos vencidos que trataron de reescribir la historia hayan sucumbido al empuje de otra clase, muy distinta, de perdedores: las víctimas del racismo sistémico en Estados Unidos.
En el museo se distribuyen unas hojas que invitan a participar en una encuesta sobre el futuro de las estatuas racistas. Hay seis opciones: almacenarlas, recolocarlas, con o sin contexto, exponerlas en un museo, reutilizar el material para crear nuevas obras de arte o, directamente, destruirlas. Martin comparte su “sorpresa” al comprobar que en los “sondeos de alcance limitado” que han hecho hasta ahora (con una muestra de unas tres mil personas) el porcentaje de afroamericanos que apoyan la retirada de las estatuas y al que el asunto “no les preocupa” es muy similar, en torno al 40%. Es el mismo porcentaje, añade, que se observa en la comunidad blanca. Los responsables de decidir sobre el destino de los monumentos trabajarán con esos datos, y con otras encuestas hechas en la Red.
De momento, el futuro inmediato de la estatua de Davis está claro: en otoño viajará a Los Ángeles, donde dos museos de la ciudad, MOCA y LAXART, preparan una exposición en la que se mostrarán monumentos confederados retirados por todo el país junto a obras de artistas afroamericanos contemporáneos. Una portavoz del LAXART explicó la semana pasada en un correo electrónico que la idea surgió antes de la muerte de George Floyd, “tras las acciones de los supremacistas blancos en Charleston en 2015 y en Charlottesville en 2017″. En esta última localidad, el plan de retirada sus monumentos confederados fue contestada con una marcha racista que dejó tres muertos y marcó el inicio de la presidencia de Donald Trump.
El director de The Valentine estaría dispuesto a albergar de forma permanente la estatua de Davis que ahora enseña en su museo cuando esta vuelva de Los Ángeles. “Es importante para nosotros; tanto para contar de qué modo [el escultor] Edward Valentine contribuyó a la Causa Perdida, como porque es pura historia de lo que pasó en Richmond en 2020. Fue la primera en caer. Es un objeto muy poderoso”.
Dustin Klein y Alex Criqui, de Reclaiming the Monument, proyectaron durante las protestas del movimiento Black Lives Matter de 2020 imágenes de George Floyd y de ilustres personajes de la historia afroamericana sobre el monumento del general Robert E. Lee. En la imagen, posan donde una vez estuvo esa estatua, hoy una rotonda vacía y vallada. Su trabajo dio la vuelta al mundo. Lenin Nolly
Lo es para Dustin Klein y Alex Criqui, que recuerdan aquellos días con intensidad. Participaron en las protestas desde el principio, pero todo, también sus vidas, cambió cuando tuvieron la idea de proyectar sobre el monumento de Lee, ya vandalizado, mensajes de Black Lives Matter, primero, y, después de unas semanas, fotos de víctimas de la violencia policial y de personajes clave de la historia afroamericana, de Harriet Tubman a Frederick Douglass. Las imágenes de ese proyecto, que titularon Reclaiming The Monument (Reclamando el monumento) dieron la vuelta al mundo y convirtieron Richmond en un símbolo global de la cruzada antirracista.
Hoy, la plaza en la que se erigía la gigantesca estatua, que los manifestantes rebautizaron con el nombre de una víctima policial (Marcus-David Peters), está vacía y vallada, esperando a ser convertida en un jardín. Lee fue, en 1890, el primero en colocarse en Monument Avenue, una lucrativa operación inmobiliaria al calor de la Causa Perdida. (Entonces, John Mitchell, un profético periodista local, editor del diario Richmond Planet, escribió: “El Negro ―sic― levantó el monumento de Lee. Y llegará el día en el que estará allí para derribarlo”).
El último memorial de la calle se inauguró en 1925. Klein, de Reclaiming the Monument, se sonríe cuando recuerda que hoy en Monument Avenue solo queda un pie un prohombre, una estatua inaugurada en 1995 entre protestas de los supremacistas blancos en honor a la leyenda local del tenis Arthur Ashe (1943-1993), que fue el primer afroamericano en ganar el torneo de Wimbledon.
El general Lee también estaba destinado a ser el primero en caer, pero acabó siendo el último de la avenida en desaparecer, porque la orden dada por el gobernador Northam en junio de 2020 la retrasó un año una demanda de unos vecinos “muy ricos y muy mayores”, que, explica Criqui en el lugar desde donde hacían las proyecciones cada noche, “no querían perder la exención fiscal de distrito histórico”. El caso se resolvió en el Supremo de Virginia.
Para retirar la estatua de Robert E. Lee hubo que separar el torso del caballo, para poder transportarla al almacén donde ahora se guarda en dos piezas separadas. En la imagen, la operación de desmontaje, el 8 de septiembre de 2021. JIM LO SCALZO (EFE)
Criqui es partidario de mostrar las estatuas “con la historia completa”. “Sin limpiarlas, ni arreglarlas. Esos objetos nos hablan de unos supremacistas blancos que perdieron la guerra y trataron de ganar otra: la de la memoria. Nosotros crecimos con esas mentiras, y finalmente la ciudad las acabó rechazando y se sacudió la imagen de Richmond como ese pequeño lugar donde los ideales de la Confederación seguían vivos”, advierte.
Aquella Arcadia racista acabó convertida en una urbe mayoritariamente afroamericana. La demografía de Richmond, cuya población ha crecido un 15% desde 2010, ha dado un vuelco en estos años: debido a un proceso de gentrificación que acentuaron la pandemia y el teletrabajo, la comunidad negra ha pasado de ser mayoría (57% en 2000) a mayoría-minoritaria (45,2%, frente a un 44,8% de blancos en el último censo). También es una población joven, cuya media de edad es de 34 años. “Las nuevas generaciones y los recién llegados nos exigen que revisemos el pasado y lo volvamos a contar”, considera el director de museo Bill Martin.
Pensando en ellos instalaron en la ciudad otra figura ecuestre sobre un pedestal. Representa a un hombre negro con unas Nike. La obra (Rumors of War) la firma el artista afroamericano Kehinde Wiley y da la bienvenida desde poco antes de la pandemia al Museo de Bellas Artes de Virginia, uno de los más interesantes del Sur de Estados Unidos. Wiley, autor del retrato más célebre de Obama, ha construido su exitosa carrera a base de representar a los suyos a la manera que reservaban a los reyes los grandes maestros del arte antiguo.
‘Rumors of War’ (2019), estatua de Kehinde Wiley a las puertas del Museo de Bellas Artes de Virginia (VMFA).LENIN NOLLY
El monumento de bronce y piedra luce un gesto parecido al de otra estatua retirada en Richmond, la del militar J. E. B. Stuart, y mira de reojo al cuartel general de United Daughters of Confederacy (Unión de Hijas de la Confederación). Fundada en 1894, se calcula que la organización de descendientes femeninas financió en las primeras décadas del siglo XX entre 450 y 700 monumentos de la Causa Perdida.
Durante los disturbios de 2020, la sede, con aspecto de fortaleza, fue atacada, y ahora luce carteles de “Prohibido pasar” y “Propiedad privada” y un guardia afroamericano corta el paso a los visitantes. Su directora, Jinny Widowski, no contestó a la petición de comentarios por parte de este diario, pero en su web firma una carta que dice: “Nos entristece que haya personas que encuentren ofensivo lo relacionado con la Confederación. Nuestros antepasados fueron y son estadounidenses. Nosotros, como organización, no los juzgamos, ni imponemos los estándares del siglo XIX a los estadounidenses del siglo XXI. Es nuestro sincero deseo que nuestra gran nación y sus ciudadanos continúen permitiendo que (…) los descendientes de los soldados confederados honren la memoria de sus antepasados. (…) [L]os monumentos conmemorativos confederados son parte de nuestra historia estadounidense compartida y deben permanecer en su lugar”.
Por más que aún no esté claro su destino final, no parece probable que las estatuas de Richmond vayan a volver a “su lugar”, como quiere Widowski. De momento, esperan su suerte en el almacén secreto al otro lado del río donde a ratos llegan los desagradables olores que desprende una fábrica cercana. Podría ser el acto de justicia poética definitiva: el sitio, además, está en una zona en la que, en los años previos a la guerra, reunían a los esclavos llegados de África antes de trasladarlos a la ciudad para su venta.
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