Mariupol va camino de convertirse en una de las ciudades borradas casi hasta los cimientos: Gernika, Coventry, Alepo, Grozni. Este domingo, después de semanas de un estrechísimo y virulento cerco a la ciudad portuaria, de intensos bombardeos y de un asedio feroz, Rusia ha dado un ultimátum a las fuerzas ucranias: que entreguen lo que queda de Mariupol, se rindan y abandonen la localidad antes de las cinco de la mañana (hora de Moscú, cuatro de la mañana hora de Ucrania y tres de la mañana hora peninsular española). El Ministerio de Defensa ruso remarca que en en la ciudad se está produciendo una “catástrofe humana” y culpa de ello a las “fuerzas nacionalistas”. Moscú ha acusado a Kiev de utilizar “nazis”, “mercenarios extranjeros” y “bandidos” para mantener como rehenes a centenares de civiles en la ciudad. “Bajen las armas. Todos los que lo hagan tienen garantizado un paso seguro fuera de Mariupol”, ha exigido el director del Centro Nacional Ruso para la Gestión de la Defensa, Mijail Mizintsev en una sesión informativa este domingo. “Las autoridades de Mariupol ahora tienen la oportunidad de tomar una decisión y pasarse al lado del pueblo, de lo contrario, el tribunal militar que les espera es solo un poco de lo que merecen por sus terribles crímenes, que la parte rusa está documentando cuidadosamente”, ha añadido.
El ultimátum llega tras días de un asalto cada vez más brutal a la ciudad y que se ha agudizado en las últimas horas. Y cuando el Kremlin, en otra exhibición de músculo militar utilizó por primera vez sus nuevos misiles hipersónicos. Lo ha hecho contra áreas civiles en el oeste de Ucrania, no demasiado lejos de territorio de la OTAN. Mientras, los combates en Mariupol son durísimos. A horas de expirar el plazo límite dado por el Kremlin, las tropas de Vladímir Putin, que invadieron Ucrania el 24 de febrero, ya controlan tres barrios y están luchando en el centro de la localidad, una zona en llamas y con edificios arrasados hasta los cimientos. Además, se han hecho con el control del puerto. Mientras, la ciudadanía de la que fue una vez una próspera urbe industrial, trata de salir como puede de la ratonera de Mariupol a través de los corredores humanitarios, bajo el fuego de artillería y dejando toda su vida atrás; en muchas ocasiones también dejando atrás a familiares y seres queridos de los que tras 25 días de guerra ya nada saben. Mariupol se ha convertido también en la ciudad de los desparecidos.
Muchos de los que pudieron escapar antes de lo que puede ser la ofensiva final vagan por el circo estatal de Zaporiyia, en el centro-sur del país, convertido en un lugar de primera acogida para desplazados por la invasión. Un circo que ya no es un circo. Ya no están los “payasos divertidos”, que anuncia el colorido cartel de la función que debía representarse estos días: “Expresión”. Tampoco “bola de coraje, una atracción única e inimitable donde motociclistas realizan trucos locos y encantadores dentro de una bola de metal”. Ahora, el circo de Zaporiyia es un núcleo de vidas rotas por la guerra de Putin contra Ucrania. De personas evacuadas que tratan de escapar de las bombas que fulminan ciudades como Mariupol y que temen qué más puede padecer la ciudad cuando expire el ultimátum del Kremlin. De personas que buscan, que revisan las decenas de carteles caseros pegados a la entrada rastreando pistas a sus seres queridos: una madre que quedó atrás en la huida, un hermano con quien se perdió el contacto hace semanas en medio de los ataques, un esposo que se cree capturado por las fuerzas de ocupación rusas, un padre que puede ser uno de esos cadáveres que yacen sin recoger y sin enterrar en las calles de lo que queda de la ciudad del mar de Azov, asediada por las tropas del Kremlin.
Un cartel con la fotografía de un chico: “Atención, residentes de Mariupol: un equipo de artistas de Ucrania, familiares y amigos buscan al artista gráfico Daniil Sergeevich Nemirovski (1993), que estuvo en el refugio de la Academia Nacional de Bellas Artes hasta el 1 de marzo y salió para buscar a sus abuelos insulinodependientes. Desde entonces no se sabe nada de él”. Vladímir lleva un buen rato de pie, muy quieto, leyendo todos los mensajes. Busca a su esposa, Alexandra, de 32 años. “Estábamos separados desde hace unos meses, pero quiero saber cómo está, dónde, no sé nada de ella”, cuenta. Él escapó de Mariupol el jueves en coche con varios compañeros de trabajo. Se unieron a un convoy humanitario y ahora busca y busca en el circo de Zaporiyia.
Cada nombre, cada letra en esas decenas de mensajes es una historia. Y quizá una decena de personas que la extrañan y buscan. O más. Cuánta gente se daría cuenta si un día faltáramos. El viernes, una mujer con dos chiquillos pequeños pegó un cartel con su nombre, su teléfono y un mensaje en el que pedía pistas de su esposo. Los soldados rusos se lo llevaron seis días antes. No le volvió a ver. Cómo se escapa de un infierno cuando se deja atrás, en el horror, a un ser querido.
Con el avance de las tropas del Kremlin algo estancadas en la ofensiva, las fuerzas de Putin se aplican con ferocidad contra objetivos civiles y refuerzan el asedio a Mariupol, pieza clave para Rusia. Desde que Rusia la cercó, unas 24.000 personas habían logrado hasta el sábado salir de la ratonera en la que se ha convertido la localidad portuaria (con unos 400.000 censados antes de esta guerra), que lleva semanas estrangulada, bombardeada, sin agua, luz, gas o calefacción, donde escasean los alimentos y los fármacos.
Pero se cree que todavía pueden quedar allí, en medio de los fuertes combates, unas 300.000 personas en una situación que las organizaciones sanitarias, como Médicos sin Fronteras o la Cruz Roja, con personal sobre el terreno, describen como “catastrófica”. Uno de los regimientos ucranios que lucha en la ciudad, el batallón Azov (que empezó en 2014 como una milicia voluntaria de corte ultranacionalista hasta que las Fuerzas Armadas la absorbieron como parte de la guardia nacional), afirma que cuatro buques de guerra han bombardeado la ciudad desde el mar, que ya controlan por completo. También, la planta metalúrgica AzovStal, la mayor de Europa.
Mientras se abren camino en la conquista de Mariupol, las tropas de Putin, que como parte de ese ultimátum ofrecen también un alto el fuego hasta las 10 de la mañana de Moscú (las 8.00 hora peninsular española) para organizar evacuaciones de la ciudad, han implantado la estrategia de capturar a población civil y deportarla en contra de su voluntad a Rusia, aseguran las autoridades ucranias. Y de derivar algunos de los corredores humanitarios para escapar del infierno de una ciudad en llamas al país agresor. “Lo que los ocupantes están haciendo hoy es familiar para la generación anterior, que vio los horribles eventos de la Segunda Guerra Mundial, cuando los nazis capturaron a la fuerza a las personas”, ha denunciado el alcalde de Mariupol, Vadym Boychenko, en una publicación en su canal de Telegram. “Es difícil imaginar que en el siglo XXI las personas sean deportadas a la fuerza a otro país”. La política de las detenciones también se repite en las ciudades ocupadas con alcaldes, concejales, periodistas y personas que han organizado marchas contra la invasión y las tropas rusas. Las fuerzas de Putin han conquistado Berdiansk, Jersón, Melitopol y otras. Pero tienen que conservarlas. No solamente frente al Ejército ucranio: allí la ciudadanía no les ha recibido con flores.
Ataque a una escuela de arte
Los ataques son constantes en Mariupol. Este domingo, mientras los servicios de emergencia buscaban supervivientes del ataque el jueves al Teatro Dramático de la ciudad, donde según las autoridades se refugiaban cientos de personas y solo se ha rescatado por ahora a 130, un nuevo bombardeo estalló en una escuela de arte, en el este de la urbe, donde se escondían unas 400 personas, según el Ayuntamiento. Kiev ha acusado a Rusia de ese nuevo ataque indiscriminado contra la población civil en su estrategia de tierra quemada. Moscú asegura que no ataca objetivos civiles y a su vez acusa a las autoridades ucranias y al Ejército de Kiev de montar farsas para culpar al Kremlin y de bombardear a sus propios ciudadanos.
Unos 4.000 civiles han muerto en Mariupol, según las autoridades locales, desde que comenzaron los combates. La ciudad es geoestratégicamente muy importante para Putin porque permitiría crear un corredor terrestre desde Crimea (que Rusia se anexionó ilegalmente en 2014) a los territorios del Donbás, que Moscú controla a través de los separatistas prorrusos. Pero también es muy simbólica porque es sede del batallón Azov.
Esos 4.000 muertos, sin embargo, son solo una estimación. Al principio los funcionarios de Mariupol llevaban un recuento —incluso un pequeño mapa— con la intención de organizar la recogida de los cuerpos. Después se hizo imposible. Hay fosas comunes con personas sin identificar. Quizá uno de esos nombres de los carteles del circo de Zaporiyia. O de los grupos de Telegram en los que los vecinos se intercambian desesperadamente cualquier información útil. Y vídeos de la ciudad. Y fotos en las que se puede ver la destrucción de sus casas.
Viktoria Káshpor ha puesto un cartel en el circo de Zaporiyia para buscar a sus abuelos, a su hermana y a su sobrino. Llegó el viernes a la ciudad con su esposo, sus dos hijos y su yerno. “No sé dónde está el resto de mi familia. Ni lo que necesitan. Sé que mis abuelos se quedaron en su garaje, pero no pudimos llegar allí. Bombardearon mi casa y desde el 4 de marzo nos escondimos en el sótano con otras personas. No salimos durante dos semanas y media. Mi hija vino a buscarme, me agarró de la mano y simplemente corrimos”, relata. Pasaron 19 controles. Varios de ellos de las tropas rusas, que ya se han hecho con el control de una buena franja del sureste del país.
Viktoria se pudo duchar el viernes por primera vez en tres semanas. Y dormir en un apartamento (prestado), en una cama, con cristales en las ventanas. Pero también dice que aunque ahora no esté bajo los bombardeos constantes, tenga calefacción, agua, gas y comida, no puede descansar porque no sabe qué ha sido de sus seres queridos. “Traté de hacerles llegar mensajes de que estamos aquí, se lo digo a todo el mundo, a cada persona que me encuentro, por si alguien les conoce o se los encuentra, o sabe qué ha sido de ellos. Puede que incluso ellos lleguen y ya no tengan teléfono móvil, pero lean estos mensajes”, dice la mujer, de 45 años, que ahora es una de los 10 millones de personas que han tenido que dejar sus casas por la guerra de Putin.
Como un matrimonio mayor, de Enerhodar, donde las tropas rusas ocuparon la central nuclear, que come un plato de sopa en el centro de diversiones de Zaporiyia, donde las taquillas son ahora un punto de registro y el puesto de palomitas —dulces y saladas—, una improvisada farmacia. El circo ha atendido ya a unas 4.500 personas que han huido de distintas ciudades del sudeste del país, explica Vladislav Moroco, concejal de cultura de la ciudad y ahora uno de los responsables del centro. En los percheros del guardarropa cuelgan abrigos y jerséis donados. En el suelo, un rosario de botes de conservas. Un poco más allá, decenas de pares de zapatos que esperan la llegada de los desplazados que aún no han logrado salir tras numerosos corredores humanitarios fallidos.
Un cartel en picuda letra cursiva entre los anuncios del circo, dice: “Atención, pistas de Nosurov Vladímir y Ludmila Nosurova (91 años); Goltvenko Natalia (92 años); Gotvenko Alexander (91 años)”. ¿Los padres de alguien? ¿Tíos? ¿Abuelos? Otro anuncio con una dirección de Mariupol muestra la fotografía de una mujer sonriente, de cabello corto y vestido de verano: “Borisova Natalia Evgenievna (1964). No se sabe nada de ella desde el 2 de marzo”. Otro más, en boli azul y letra apresurada: “Busco a mi madre, Svetlana Baranovich (64). Desaparecida en Mariupol desde el 1 de marzo”.
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