Santiago Posteguillo persigue la sombra de Julio César en casa de Alejandro Magno



Santiago Posteguillo, autor de ‘Roma soy yo’, en las ruinas de Pella, antigua capital del reino de Macedonia en la época de Alejandro Magno.Asís G. AYERBÉ

No es desacostumbrado encontrarse con la sombra de Julio César en Macedonia. Bruto —su asesino— la vio horrorizado en su tienda en Filipos la víspera de la batalla que perdió y al final de la cual se arrojó sobre su espada: lo cuenta Shakespeare. El encuentro de Santiago Posteguillo es bastante más amable y no ha incluido, afortunadamente, el fantasma ni el gladio. El escritor valenciano de 55 años ha viajado a esta región en el norte de Grecia para presentar su nueva novela, la polisémica Roma soy yo (Ediciones B, 2022) —Roma es César, pero sin duda ya también es para cuatro millones de lectores el propio Posteguillo—, con la que ha iniciado el insólito y ambicioso proyecto de narrar la vida del gran Julio a lo largo de seis novelas, algo que le va a ocupar, calcula, ¡hasta 2032!, a razón de un título cada dos años, “si todo va bien y Putin no invade Polonia”. Y ha elegido Macedonia para el lanzamiento porque este territorio juega un papel esencial en la primera entrega, centrada especialmente en recrear el juicio histórico en el que un joven e inexperto Julio César actuó como fiscal contra el corrupto gobernador romano de la provincia, Cneo Cornelio Dolabela.

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Para Posteguillo, que presenta a Dolabela, aliado del todopoderoso dictador Sila, como un depravado (son los dos grandes malos del primer libro), ese juicio, en el 77 antes de Cristo, marcó el destino de César. En la novela, con una parte de thriller judicial, César viaja a Macedonia para entrevistar a testigos contra el procónsul y tiene la oportunidad de pasar por Pella, la vieja capital del reino macedónico donde nació y creció otro conquistador a cuya sombra —precisamente— vivió Julio, subraya el escritor: Alejandro Magno. Así que aquí estamos, con Posteguillo, recorriendo las ruinas de Pella cubiertas de un manto primaveral en el que asoman las flores silvestres y en el que es fácil imaginar paciendo a Bucéfalo, el caballo de Alejandro. Todo es inspirador en este viaje, empezando por que el conductor del autocar que nos ha traído desde Tesalónica, a 50 kilómetros, se llame Aquiles (cuya sombra fascinaba a Alejandro, que fascinaba a César, que fascina a Santiago…).

El escritor ha tomado hace un rato el mando de la expedición para explicar que podemos compartir las sensaciones que César debió tener aquí y que recrea en su novela (de la que aprovecha para leer in situ el pasaje de la visita del protagonista al lugar). Indica que César se detuvo en Pella en el curso de su viaje a Tesalónica por la estratégica vía Egnatia (1.120 kilómetros, desde el Adriático hasta Bizancio) “y vio algo parecido a lo que estamos viendo nosotros”. Pella había sido destruida por un terremoto y por las tropas romanas tras la batalla de Pydna en el 168 antes de Cristo —la victoria de la legión sobre la falange— que selló el final de Macedonia como reino independiente. “Pernoctó dos noches, era una ciudad fantasma, pero él sin duda se emocionó recordando a Alejandro. César lo admiraba y envidiaba. Se irá viendo en las novelas. Hay ese significativo momento que menciona Plutarco, que compara a los dos en una de sus Vidas paralelas, en el que, al contemplar una estatua de Alejandro en el santuario de Hércules en Gades, Cádiz, César lloró al darse cuenta de que ya tenía la edad del macedonio al morir, 32 años, y que mientras este ya había conquistado el mundo él no había hecho aún nada para ser recordado”. Su planeada campaña contra los partos, frustrada por su asesinato, puede que fuera un intento de emular a Alejandro y seguir luego hacia la India. Hay diferencias sin duda: Alejandro muestra una vehemencia irracional, un anhelo, que no se encuentra en César. Diferencias de edad, tal vez: Julio César murió a los 56 años y el despliegue completo de su talento militar y político fue mucho más tardío.

Ruinas de Pella, la capital de la antigua Macedonia en tiempos de Alejandro Magno, en Grecia.

Posteguillo, al que se ve rejuvenecido, entusiasta y terso tras su primer encuentro, muy satisfactorio, con Julio César (ya está inmerso en el segundo), hace una emocionada pausa entre las ruinas mientras en el horizonte, tras la colina del palacio de Pella, se recortan unas torres de alta tensión émulas del gigante de bronce Talos y un cernícalo se suspende unos instantes en el cielo plomizo antes de caer sobre su presa.

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Luego, en el interior del nuevo museo de Pella, ante un busto del gran macedonio —cara a cara Alejandro y el novelista de César—, seguirá desgranando la conexión. César será el amante —y padre de un hijo— de una mujer de orígenes macedónicos, Cleopatra, descendiente de Ptolomeo, general de Alejandro que creó su propia dinastía en Egipto. “La relación debió significar para él algo muy especial; le ponía estar con Cleopatra, seguro”, reflexiona. La reina tendrá un papel importante en la serie de novelas y ya en la próxima se relatará su nacimiento. En Roma soy yo, hay un guiño cuando la joven esposa de César le pregunta la noche de bodas —tras rechazar Julio una felación (“las matronas romanas no deben hacer eso”)— si ha estado con alguna egipcia, tenidas por más liberales, y él contesta que no y que no cree que lo esté nunca. “Son pequeñas complicidades con los lectores, como el interés por la Galia del joven César, o su preocupación por el cabello”, ríe.

Las riquezas que exhibe el museo de Pella, belleza y oro, recuerdan a Posteguillo la rapacidad de Dolabela en la provincia. “El juicio contra él cambió la vida de César, y por eso también es importante Macedonia en su trayectoria. En el 77 a. C., César era un apellido como Pérez, pero al final del juicio el nombre empieza a significar otra cosa. Mi novela explora el momento en que César empieza la carrera que lo hará inmortal, y eso porque los macedonios pusieron en marcha un proceso contra un gobernador despótico y le pidieron representarlos. Yo soy Roma es la novela del emerger de César. A los macedonios les debemos Alejandro, pero también ese juicio que hizo a César”.

Posteguillo dice que tras 17 años (2003-2020) inmerso en el mundo romano, desde sus novelas sobre Escipión, se ha visto capaz por fin de acometer su proyecto sobre César “el número uno”, por el que, recalca, siempre se sintió atraído. Ha tardado dos años, como suele, en la primera novela de la serie. “Fue fundamental encontrar un arranque potente y original para empezar a contar la vida de César y fue lo de que César fuera fiscal en el juicio de Dolabela”. Otros ejes son la influencia de su madre Aurelia, el amor por su primera esposa Cornelia, la relación con Mario, la amistad con Labieno o el clima de violencia política que marca el contexto de la época. Para Posteguillo, el reto principal de su serie es “no decepcionar a la gente en los grandes momentos que conoce y espera de la vida de Julio César”, todos aún por delante: la conquista de la Galia, la relación con Cleopatra, la guerra civil, el cruce del Rubicón, el asesinato (aún no sabe si habrá “et tu Brute”)… “Ese es mi vértigo”. Asegura que le preocupa más “estar a la altura de las expectativas”, que encontrar cosas que sorprendan. En ese sentido, la primera novela, sobre la juventud de César, de la que se sabe mucho menos que de su etapa adulta, ha sido más fácil. Es consciente de que el reparto de su serie es “abrumador”: Pompeyo (otro emulador de Alejandro desde su apodo de Magno), Marco Antonio, Cleopatra, Augusto, Vercingétorix… “En Roma soy yo he tenido especial cuidado de que un Mario en su apogeo no se comiera a un joven César”.

¿Tiene sentido abordar a César desde la ficción? “Sí, se pueden explicar cosas de la historia de manera más atractiva y te permite rellenar vacíos”. Posteguillo asegura que nos va a arrastrar en su descripción, por ejemplo, del sitio y la batalla de Alesia, que llegará en la tercera novela. No es difícil creerle tras leer en la primera su musculada versión de la batalla de Aquae Sextiae, en la que Mario vence a teutones y ambrones, y la cinematográfica (y sangrienta, un guerrero queda atrapado entre las hojas de las grandes puertas de la ciudad y su cuerpo literalmente revienta al cerrarse estas) toma de Mitilene, en la que César entra en combate por primera vez y gana una corona cívica por su valor y devotio.

Un vaso rhyton en forma de falo invita a recordar el pasaje de la novela en que Posteguillo describe la atroz violación de una joven noble macedonia por Dolabela. Y la famosa tablilla de maldición que se expone en el museo recuerda la leyenda que aparece en Roma soy yo de la sirena que preguntaba si estaba vivo Alejandro y que lanzaba un hechizo mortal si le decías que no. La leyenda sostenía que esa sirena no era otra que Tesalónica, la hermana de Alejandro por la que recibió el nombre la actual capital de Macedonia.

Santiago Postegillo frente al arco de Galerio en Tesalónica.ASÍS G. AYERBÉ

En la ciudad, que parece girar en torno a la gran estatua ecuestre del conquistador rodeado de escudos y sarisas y que se espejea en las aguas del golfo Termaico donde se mece una birreme de mentirijillas para turistas, Posteguillo guía por el extraordinario Museo Arqueológico y señala nuevas conexiones macedónicas. Ahí están elementos del templo de Afrodita, muy venerada en Macedonia, la Venus romana de la que la familia de César se decía descendiente por parte de Eneas. El propio Julio fue adorado en Tesalónica -una ciudad con monumentos romanos tan impresionantes como el arco y la rotonda de Galerio- tras su divinización por Augusto. Nos detenemos también ante la famosa crátera Dervini, con sus imágenes de ménades en éxtasis erótico, ¿no recuerdan a la orgía de la novela en la que Sila se entrega a prácticas sadomasoquistas en su villa de Puetoli? Hay bastante sexo en Roma soy yo. Curiosamente, Posteguillo no se recrea en el episodio de la relación del joven César con el rey Nicomedes de Bitinia, que desató tantos rumores malintencionados y molestó toda su vida a Julio (era de las pocas cosas que le sacaban de sus casillas). “No tengo ningún problema con la identidad sexual de mis personajes, sean fluidos como Heliogábalo u homosexuales como Trajano. Pero lo de la relación pasiva de César con Nicomedes —que era humillante para un ciudadano romano— me parece un bulo de sus detractores. César tiene esposas, amantes, hijos; es heterosexual y ya está”.

¿Qué hubiera sido de César de haber sobrevivido? “Estaba condenado, lo hubieran matado otro día. Pero si hubiera ido de campaña hacia el Este, quién sabe, quizá hubiera muerto en el Indo”.

¿Nos sería simpático César si pudiéramos conocerlo? “Nos resultaría carismático, sabía ser muy buen comunicador. Hoy usaría las redes sociales de maravilla. Pero también tenía dobleces. Era un hombre de un gran atractivo personal, pero de decisiones discutibles. Lo que es seguro es que no nos dejaría indiferentes”. En cuanto a su visión personal, Posteguillo reconoce que, a diferencia de otros novelistas que han tratado de narrar su vida desde un punto de vista muy crítico, siente admiración por el personaje. Y confiesa con una gran sonrisa: “Julio César me puede”.


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