La pandemia ha asestado una severa dentellada en la cuenta de resultados de la mayor petrolera del mundo, Aramco. La firma estatal saudí obtuvo un beneficio de 49.000 millones de dólares en 2020 (41.000 millones de euros), un 44% menos que un año antes, según las cifras publicadas este domingo. Pese al desplome del beneficio —que habría sido mucho mayor si los precios no se hubiesen recuperado con fuerza en la segunda mitad del año— la compañía ha optado por mantener el dividendo en niveles altos a costa de aumentar su ya de por sí cuantiosa deuda. Las acciones de la compañía con sede en Dhahran cerraron la sesión de este domingo, día laborable en el Reino del Desierto, con una leve subida del 0,6% pese a que el mercado esperaba unos resultados algo mejores.
En solo dos años, el beneficio de Saudi Aramco ha pasado de más de 111.000 millones de dólares a menos de 50.000. Aunque tiene la ventaja de contar con uno de los costes de extracción más bajos del mundo, una extensa red de refinerías y una de las cuentas de pérdidas y ganancias más prolíficas por décadas, su posición de futuro es complicada por dos motivos. Primero, porque un país entero, Arabia Saudí, depende casi íntegramente de la buena marcha de su joya de la corona para financiar un gasto público que lejos de menguar no deja de crecer. Segundo, porque sus planes de diversificación hacia un mundo en el que las renovables dominarán la matriz energética marchan varios cuerpos por detrás de sus principales competidores estadounidenses y, sobre todo, europeos.
La fuerte recuperación del precio del petróleo en los últimos meses, en los que el petróleo ha pasado del entorno de los cero dólares hasta algo más de 60, ha dado alas a la cotización de las principales firmas del sector, unas de las más castigadas en Bolsa durante la pandemia. Aramco no es excepción: desde los mínimos de marzo del año pasado, sus acciones recuperan algo más del 20% de su valor. Sin embargo, conviene poner esta subida en perspectiva: gran parte de la estabilización de los precios es achacable a la estrategia del cartel de exportadores de la OPEP, liderado por la propia Arabia Saudí, de cerrar el grifo de la oferta para reequilibrar el mercado.
La Agencia Internacional de la Energía prevé que la demanda petrolera promedie este año 96,5 millones de barriles diarios, cerca de tres millones menos que en 2019, cuando la crisis sanitaria no estaba en ninguna hoja de ruta. En ese contexto hay que enmarcar las cifras publicadas este domingo por Aramco, una empresa que a finales de 2019, cuando sacó al parqué el 2% de su capital, superó a Apple para convertirse —durante semanas— en la mayor cotizada del mundo. Los bombeos de la petrolera saudí —un gigante que aporta por sí mismo cerca de la décima parte de la oferta global— cayeron el año pasado hasta los 9,2 millones de barriles diarios, su nivel más bajo desde 2011. Entonces, Occidente aún trataba de sanar las heridas abiertas por la Gran Recesión, los productores fracking estadounidenses operaban a pleno pulmón y la eficiencia energética era menor a la actual.
Más deuda para mantener el dividendo
En un entorno marcado de principio a fin por la incertidumbre —¿cuánto tiempo más serán necesarias restricciones a la movilidad para contener el avance del virus?; ¿hasta qué punto las nuevas variantes puentearán a las vacunas?—, Aramco invertirá en 2021 cerca 35.000 millones de dólares, 10.000 millones menos de lo previsto, pero también 8.000 millones más que en el turbulento 2020, en el que el precio del crudo llegó a adentrarse en terreno negativo por primera vez en la historia.
El declive del beneficio, una tendencia que prácticamente ningún analista piensa que vaya a revertirse en los próximos tiempos, ha dejado a Aramco con una única fórmula —nada ortodoxa— para mantener su dividendo: aumentar la deuda. ¿Por qué? En buena medida esa estrategia tiene que ver con las necesidades de ingresos del Estado saudí, de largo su mayor accionista y muy dependiente de los réditos del crudo.
Un dato lo dice todo sobre esa anomalía: mientras el flujo de caja libre de la empresa ascendió a 49.000 millones de dólares (casi un 40% menos que en 2019), la cantidad repartida entre los accionistas se mantuvo por encima de los 75.000 millones. El desplome del 44,4% en el beneficio de la petrolera contrasta, además, con la caída solo ligeramente superior al 30% de los ingresos petroleros del Gobierno saudí.
Asia, motivo de optimismo
Aramco lleva años depositando parte de su futuro en la buena marcha del mercado asiático, de largo la región de más rápido crecimiento —económico y demográfico— del planeta. Y, con Europa aún paralizada por los confinamientos y Estados Unidos a la espera de que la lluvia de millones de dinero público reviva la economía, ese es uno de los escasos brotes verdes.
“Somos muy optimistas de cara 2021, especialmente en la segunda mitad del año”, ha dicho este domingo su primer ejecutivo, Amin Nasser, en la presentación de resultados. “Observamos señales de recuperación. [La demanda] china ya está muy cerca de los niveles prepandemia y, particularmente en Asia oriental, se está produciendo una fuerte recuperación de la demanda”. La firma saudí es el mayor proveedor de crudo de China, una posición que anhela mantener durante las cinco próximas décadas. Su futuro está hoy, más que nunca, ligado al de la segunda potencia mundial.
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