Seísmo de muerte, amor y mentiras en un Tokio extremo


Bien es sabido que la chispa originaria de una ficción puede estar en cualquier parte, a veces en el lugar menos pensado. Existen en Japón unos pequeños espacios entre los edificios con una función antisísmica. Su observación poco después de aterrizar en Tokio en octubre de 2018 para vivir tres semanas que cambiaron su vida puso en la mente de Marina Sanmartín el germen de Las manos tan pequeñas (Harper Collins). “Empecé a pensar cómo usar esto en una novela policiaca. El peso de Olivia Galván y todo su conflicto personal vino después”, aseguraba la autora el pasado jueves durante una conversación con este diario en la librería Cervantes y Compañía, de la que es copropietaria.

En ese espacio antisísmico, tantas veces convertido en pequeño vertedero, situó unas manos de mujer, pequeñas y delicadas, amputadas y metidas en una bolsa. Llevaban un anillo de diamantes. ¿Cómo han llegado esas manos hasta ahí? ¿De quién son y cómo ocurrió todo? Sanmartín (Valencia, 44 años) pone al lector en manos de Olivia Galván, autora de éxito de novelas de misterio, casada con César Andrade, un prestigioso catedrático de Literatura Comparada con quien ha acudido a Japón. Ella y su verdad, contada a un diplomático español del que se hace amiga, son la guía del lector por esta novela intensa y contada sin trucos. “Hay una relación compleja con la verdad que parte de la premisa de que la narradora es no confiable. Tenía muy claro que quería que la novela terminara con cada personaje teniendo una versión muy distinta de los hechos. Y ninguna de ellas tiene por qué ser cierta. Podría ser todo mentira. Es una novela en la que se supone que ella cuenta la verdad y la verdad no existe, salvo que la cuentes desde el yo”, asegura para poner algunas cosas en su sitio.

Tokio vista de noche desde el observatorio de las colinas de Roppongi en noviembre de 2021.PHILIP FONG (AFP via Getty Images)

Responsable de la sección de novela negra Tinta Roja en ABC Cultural, su aproximación al género está condicionada y enriquecida por su visión desde el otro lado. “En literatura estamos generando clichés mucho más rápido que antes. La moda es tan tirana que un personaje tan necesario como una detective mujer se convierte en un cliché porque mucha gente lo está utilizando sin que muchas veces sea estrictamente necesario. Por eso me parecía mucho más interesante hablar sobre la escritora que tiene que escribir de una detective mujer”, explica. Esa visión se cuela también en el discurso de Sanmartín —aquí, un homenaje a Patricia Highsmith; un poco más allá, un comentario sobre lo último de Nesbo— y en Las manos tan pequeñas, su quinta novela, donde el cuento El ladrón de Junichiro Tanizaki juega un papel relevante.

La historia ahonda en ese lado oscuro que descansa en algún lugar de todos nosotros y se cuestiona por qué llegamos a hacer o podemos llegar a hacer cosas que ni imaginábamos poco tiempo antes, por qué nuestros temores se centran en ser la víctima y no en la posibilidad de convertirnos en verdugos. “Hay mil cosas por las que puedes llegar a hacer daño a un tercero. Ese lado de sombra está más cerca de lo que parece”, avisa.

Había dos grandes barreras que franquear a la hora de huir de los tópicos más recurrentes del género. Por un lado, esta es una historia de amor, un amor pervertido, tóxico, tenebroso entre César y Olivia; pero también hay una relación entre César y la víctima, que será el desencadenante de todo. “El concepto de amor también tiene una parte de sombra, que se lo pregunten a Shakespeare”, comenta Sanmartín, que confiesa haber puesto en la protagonista mucho de sí, “más de lo que se puede contar”. Será el lector, aquí también, el que tendrá que cerrar el caso.

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Incluir Tokio dentro de la novela sin grandes explicaciones, sin mucha documentación intercambiable de “guía de viajes”, sin convertir la ciudad en “la protagonista”, era el otro gran reto. “Tuve claro desde el principio que no podía hablar si no era desde los ojos de una turista, que es lo que fui yo. Más que la descripción quería transmitir la emoción del país y en concreto de Tokio, porque es impactante, el sitio que más me ha desconcertado. Me produjo congoja. Ser japonés tiene que ser muy duro. La gente vivía para la ciudad y no la ciudad para la gente”, cuenta sobre aquel viaje germinal.

Después de aquellas tres semanas vino una primera versión llena de notas, luego otra y una más, pero sin parar. Sorprende la gran cantidad de detalles que se revelan ya al principio de una novela que empieza por el final, el último día, en una taberna de hotel, donde Olivia comienza el relato de su verdad. No hay aquí sorpresas de última hora o trucos. La idea es otra: “Me parece muy importante que nada salga de la chistera. Es lo peor. Una ficción criminal tiene que ser como una trenza. Todas las cosas están desde el principio y tú vas jugando con ellas hasta que consigues la historia completa”.

La escritora pasa muchas mañanas entre las estanterías repletas de la librería de la que es copropietaria. KIKE PARA

Es media mañana de un día laborable, pero la librería empieza a estar concurrida (hay lectores, talleres y reuniones) y Sanmartín tiene que cambiar de función. Antes, una reflexión sobre la utilidad de la literatura: “Las mentiras nos sirven para relajar el dolor que producen las cosas de verdad. Contar las cosas las vuelve inocuas. El que las recibe como relato las experimenta de una manera que les sirve para trabajar con ella. En la novela y en la no ficción también. Es como si desactivaras una bomba, deja de ser elemento sensible”. Visto el ajetreo, ¿Desearía dedicarse a tiempo completo a la escritura? “Es una suerte no dedicarte solo a esto. Si no, estás atrapado”, asegura. Ahora, entre una cosa y otra, queda encontrar, sin prisas, la semilla para la siguiente historia.

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