Una de las genialidades más recomendables que nos podemos echar a los ojos estos días es la segunda temporada de The Boys (Amazon Prime Video), una actualización del Quijote con su mismo espíritu. Si Cervantes parodió la novela de caballerías, The Boys hace lo mismo con los superhéroes y cuenta un mundo donde estos existen, pero como empleados (cínicos, serviles y maléficos) de una corporación multimillonaria que aspira a dominar el mundo o, en su defecto, Wall Street. La serie adapta un cómic de Garth Ennis que empezó publicándose en una editorial de DC, pero tuvo que mudarse a otro sello porque DC suspendió la publicación tras seis capítulos, cabreada por una sátira que, en cada viñeta, atizaba donde más les dolía.Uno de los personajes nuevos de esta segunda temporada es Stormfront, una superheroína atípica y descarada que dice lo que piensa, fumándose el guion que la jefa de marketing le escribe. Su modelo no es Superwoman ni ningún arquetipo de látex, sino Pippi Calzaslargas. Si la fama y los superpoderes no sirven para decir lo que te dé la gana cuando te dé la gana, ¿para qué los quieres?“Ser amable no es lo mismo que ser bueno”, le dice a Starlight, la superheroína mojigata. Como tantas otras veces, The Boys golpea con esa frase en una de las claves de bóveda de la sociedad contemporánea. Tras el golpe resuenan aquellos “saldremos mejores” y “todo va a salir bien” que hace no mucho atronaban en las calles vacías y ahora amarillean como las noticias de una guerra olvidada. Aquellos aplausos y aquella euforia infantil eran la hipérbole de una sociedad que confundía lo amable con lo bueno y creía salvarse con una canción del Dúo Dinámico y unos lemas de autoayuda. Una sociedad que habría jaleado con aleluyas a los superhéroes pérfidos y sonrientes de The Boys.
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