Ser madre es hacer todo lo que nunca pensaste que harías


La maternidad es un interrogante vivo. Lo dijo Adrienne Rich en Nacemos de mujer: “Sabemos mucho más acerca del aire que respiramos o de los mares que atravesamos, que acerca de la naturaleza y del significado de la maternidad”. Esto se sabe después, cuando te ponen a la criatura en tu pecho y, desde ese mismo momento, empiezan a caer los lugares comunes y las expectativas. Entonces te das cuenta de que no sabes nada. Todo son suposiciones. Hasta entonces, has estado construyendo la que crees que será tu experiencia. Lo haces con los retales que vas encontrando: tu propia experiencia como hija, lo que el cine te mostró, el relato edulcorado que leíste, las medias verdades que te contó tu amiga, tu vecina, tu hermana. “Yo le daré biberón, así descansaré mejor por las noches”; “A mí no me hablará mal, no se lo permitiré”; “Dormirán en su cuna”; “Yo nunca gritaré”; “Nunca le daré de comer lo que sé que no le conviene”; “Nunca diré sí después de haber dicho no”; “Nosotros no discutiremos delante de él o ella”; “Yo no pasaré el día hablando de mis hijos”; “Jamás seré intolerante en sus demandas”; “No les pondré la tele hasta que sean bien mayores”; “Sabré contener mi rabia, mis enfados más amargos”; “Yo seré la madre que quiero ser”. Yo era una madre distinta antes de ser madre.

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La maternidad a veces es como visitar un país lejano y no encontrar allí nada de lo que esperabas. Yo quería ser una madre presente y amorosa, con eso me parecía suficiente. En mi ingenuidad pensaba que bastaba con recorrer la geografía de la maternidad con un mapa actualizado. La última versión en el navegador. Luego me di cuenta de que a veces te pierdes, que no siempre es fácil llegar al destino. Que puede que tengas que vagar también por otros lugares. Un despiste, un bache, no tener el vehículo adecuado, otros viajeros, pasarte una salida. Hay muchas cosas que condicionan el viaje. “Mi primer parto será un parto natural”; “Montaré la habitación de la niña, la usaremos”; “Tendré tres hijos”; “Seguiremos viajando”; “Me pondré siempre en su lugar”; “Se implicará en las tareas de la casa desde muy pronto”; “No le diré cosas que a mí me han dicho mis padres”; “Entenderé sus lloros y sus demandas”; “Acompañaré sus desbordamientos”; “Seré paciente”. Yo tenía otro mapa.

La maternidad es una búsqueda constante. Es en los relatos, las vivencias sinceras a viva voz, las piezas de arte que reflejan la riqueza de las maternidades donde a veces te encuentras. Recuerdo el alivio que sentí cinco años después de convertirme en madre al toparme con la experiencia de maternidad que describe Jane Lazarre en El nudo materno, un maravilloso relato autobiográfico repleto de reflexiones honestas. En nuestra casa se ha convertido en una biblia. Un día leí: “Una mañana, después de cumplir con mis tareas domésticas, jugué con Benjamin a hacer construcciones, a la pelota y a los médicos. Luego, sin éxito, intenté que jugara solo para volver a mi lectura. Pero Benjamin solo se distraía si me veía limpiar. Él consideraba que ese era mi trabajo y, al verme en constante movimiento, de alguna manera aceptaba que no le prestara atención”. ¿Cómo era posible que Lazarre hubiese descrito lo que me pasa cada vez que me siento a trabajar? Intentar trabajar y cuidar al mismo tiempo, los primeros años de mis hijos, ha sido el “sufrimiento más exquisito que haya experimentado alguna vez”, volviendo a Adrienne Rich. “Yo nunca me quedaré en casa”; “Volveré al trabajo después del permiso de maternidad”; “Yo jamás perderé los nervios”; “Jugaré con mis hijos siempre que me lo pidan”; “Yo no voy a convertirme en mi madre”; “Siempre tendremos tiempo en pareja”; “Tener tiempo para todo no es tan complicado, basta con querer”; “Si trabajo en casa podré conciliar”; “Trabajaré en casa y seré esa madre presente”. Yo no soy la madre que esperaba ser, pero siento alivio cuando me identifico en los desastres de otras.

La maternidad es vivir a la expectativa. Tomar conciencia de forma brutal de que todo puede cambiar de un momento a otro. Que no hay certezas. Escribe Maggie O’Farrell en Sigo aquí, uno de mis libros favoritos, que cuando engendramos en la vida nos abrimos al peligro, al miedo. “Al coger a mi hijo en brazos me daba cuenta de lo vulnerable que era yo a la muerte: fue la primera vez que eso me asustó. Sabía demasiado bien lo fina que es la membrana que nos separa de ese lugar y la facilidad con la que puede perforarse”. Ser madre es también vivir con el terror más grande del mundo. Es sentir un miedo que nunca antes has sentido. “Yo nunca seré una madre sufridora”; “Yo no les meteré el miedo en el cuerpo”; “Mi hija será valiente”; “No sufriré al ver a mi hijo caerse”; “Yo jamás seré una madre exagerada como lo fue la mía”. Yo no sabía lo que era el miedo hasta que me convertí en madre.

La maternidad es un inventario de cambios. “Ser madre te cambiará la vida. Eso me decían cuando me quedé por primera vez embarazada. Así que yo intentaba imaginar qué clase de futuro me esperaba después de parir. Pero estaba equivocada. La maternidad cambió mi pasado, fue una nueva manera de sentir todo lo anterior. ¿De qué otra forma podrían las cosas ser diferentes a partir de un instante si no es modificado todo lo que pasó primero? En realidad, nada ni nadie te cambiará la vida si no es capaz de cambiar tu memoria”, escribe Nuria Labari en La mejor madre del mundo. A veces eres el doctor Jekyll, otras eres Mr. Hyde. Intentas bailar con los cambios, hacerlos tuyos, quieres vivir como piensas, ajustándote a esa proyección de quien quieres ser, pero a cada rato te conviertes en un ser incoherente. Porque en la madre que eres están tus circunstancias, tus elecciones, tu recorrido vital, tú como hija, tu infancia. “A mí la maternidad no me cambiará”; “No entiendo cómo puede cambiar tanto a alguien ser madre”; “Un hijo no puede cambiar tu esencia”; “Mantendré mi infancia al margen de la de mis hijos”; “Mi pasado no influirá en mi crianza”. Yo pensaba que ser madre no era tan complicado.

La maternidad es todo lo que nunca pensaste que harías.

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