Estamos en la República Democrática del Congo. Rodeados de toda clase de plantas, un grupo de cinco hombres uniformados avanza con el paso seguro de los soldados. Sus botas se hunden en el barro oscuro. En algunos rincones los árboles son tan frondosos que conforman una especie de bóveda vegetal, una barrera impenetrable para el sol tropical. Es un mundo de sombras, columnas de luz que se filtran a través de las hojas, sonidos extraños que provienen de la espesura, silencios inquietantes y señales que solamente las personas que han pasado muchos años en esta selva pueden descifrar. Huellas. Olores. Ramas dobladas. Hierbas pisadas. Los hombres caminan en silencio, despacio, leyendo con atención esas marcas. Están armados. Fusiles de asalto: AK-47. Se escucha el tintineo metálico de los cargadores y los silbidos de algunas aves. Eso es todo. El resto es silencio. Según el recuento de un grupo de expertos de la Universidad de Nueva York, en el este del Congo luchan más de 130 grupos rebeldes, pero estos hombres no son militares ni combatientes; son los guardabosques del parque nacional de Kahuzi-Biéga, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
La población de gorilas orientales de planicie ha disminuido un 77% en los últimos 20 años: quedan 3.800 ejemplares
Encontrar un modelo de conservación que beneficie a la fauna salvaje y a los humanos y que ahora deberá acometerse sin los ingresos del turismo
La amenaza principal de los gorilas orientales de llanura es la pérdida o el deterioro de su hábitat. Las entrañas del parque nacional de Kahuzi-Biéga son el origen de una parte del oro de contrabando que termina en los mercados internacionales, y de una rara combinación de metales con la que se fabrican los condensadores los aparatos electrónicos: el coltán. Los árboles se talan para extraer esos minerales de las entrañas del espacio protegido o para producir carbón vegetal, un negocio que en el cercano parque nacional de Virunga origina unos 35 millones de dólares al año. Su demanda es inagotable: el 98% de los hogares de la provincia del Kivu Sur usa este combustible para cocinar.
El Instituto Congoleño para la Conservación de la Naturaleza (ICCN) —una agencia gubernamental que gestiona los parques nacionales— dialoga con las comunidades locales para terminar con esas actividades. Pero los funcionarios, incapaces de ofrecer alternativas, en ocasiones usan la fuerza o reciben ataques. El año pasado murieron dos guardabosques y al menos un civil. El parque nacional de Kahuzi-Biéga ha dado un paso adelante al contratar como guardabosques a decenas de cazadores furtivos que ahora usan sus conocimientos del bosque para proteger a los animales. Sin embargo, encontrar un modelo de conservación que beneficie tanto a la fauna salvaje como a los humanos aún es un desafío que, al menos de momento, deberá acometerse sin los ingresos procedentes del turismo. “Los gorilas son uno de nuestros parientes más cercanos”, dice Mongane. “Ellos son nuestros hermanos. Por eso no podemos permitir su extinción. La decisión de protegerlos o exterminarlos está en nuestras manos”.
Un oficio peligroso
Antes del amanecer, una columna de guardabosques uniformados asciende por la carretera de tierra que une el pueblo de Miti con el parque nacional de Kahuzi-Biéga. Rodeados de huertos y plantaciones de eucaliptos, usan las linternas de sus teléfonos móviles o, simplemente, caminan a oscuras. De acuerdo con una encuesta de la ONG Coopera, más de la mitad de los guardabosques de este espacio natural proceden de hogares pobres. Casi todos decidieron trabajar en el parque porque buscaban sueldos con los que alimentar a sus familiares o ahorros para tener hijos, y nunca pensaron que era un oficio peligroso.
En el espacio natural encontraron con escenarios distintos de los que esperaban. El 72% de los guardabosques del parque cree que sus salarios son demasiado bajos, y el 53% no está satisfecho con su trabajo, de acuerdo con una encuesta de la Universidad de Cambridge.
Según Lorena Aguirre, una psicóloga española que trabaja en el Congo desde hace 13 años, además de las condiciones de trabajo difíciles, los agentes forestales se enfrentan a situaciones estresantes, muchas de ellas violentas y traumáticas, incluyendo secuestros, enfrentamientos con armas de fuego y luchas cuerpo a cuerpo que pueden causar secuelas físicas y psicológicas para toda la vida.
Aguirre, la directora de la ONG Coopera en el Congo, piensa que es necesario actuar de inmediato. Por eso, ha diseñado un programa de apoyo psicosocial para los trabajadores del parque nacional de Kahuzi-Biéga. “En el este del Congo existe un trauma colectivo del que se habla muy poco”, dice Aguirre. “El año pasado, después de evaluar psicológicamente a 216 mujeres que vivían cerca del parque nacional de Kahuzi-Biéga, encontramos resultados alarmantes: todas tenían trastornos claros. Los psiquiatras congoleños insisten en el alto número de intentos de suicidio y diagnósticos de depresión de la región. Pero la provincia del Kivu Sur solamente dispone de tres especialistas”.
Para Aguirre, la evaluación psicológica de los guardabosques y un entrenamiento que les permita comprender las bases del trauma y detectar las patologías, aumentarán su eficacia y capacidades. “Si eso no ocurre, no podremos garantizar la seguridad de los espacios protegidos y las especies que los habitan “, dice Aguirre. “Además, los agentes forestales afectados sufrirán un deterioro progresivo en todas las áreas de sus vidas”. En el Congo, un sistema de salud mental adecuado sería favorable para la vida salvaje y las personas. Aguirre aboga por modelos como este, que eviten la militarización de la conservación de la naturaleza, y que beneficien a todos.
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