Series pequeñas, pisos grandes

Una de las paradojas del diseño de producción televisivo es que rodar lo barato puede ser más caro que rodar lo caro. Las casas pequeñas dan poco margen a la variedad de tiros de cámara y los decorados que las reproducen complican los rodajes. Este es uno de los argumentos que se utiliza para disculpar que algunas series no sean fieles inmobiliariamente a la realidad que pretenden contar. “Era una de las cosas que más miedo me daba”, ha comentado Abril Zamora en un making of de su serie Todo lo otro, estrenada la semana pasada en HBO Max. “Son gente que tiene unos trabajos un poco basura y de pronto tienen una casa enorme… pero para poder grabar siempre es guay tener un espacio grandecito. Lo justificamos diciendo que es un piso de renta antigua”.

Otras series ni se molestan en excusarse porque les da igual o porque no creen que a sus espectadores les vaya a incordiar. Total, la suspensión de la incredulidad también vale para esto, y si alguien dejó de ver Sexo en Nueva York, Seinfeld o —yo qué sé— Al salir de clase porque sus protagonistas viven en casas que no podrían pagar, él se lo perdió. A este carro se suben casi todas nuestras series de plataformas que pretenden contar vidas de menores de 40 en ciudades grandes. Tiene gracia que la más realista haya sido la única de ciencia ficción, El vecino, en la que los superpoderes de su protagonista no le dan para dejar de vivir lejos del centro en un piso pequeño decorado como si lo acabase de heredar de sus abuelos. La verosimilitud de la ficción es un pacto entre dos, así que si vas a deformar una realidad que tu público conoce, tienes que entretenerlo lo suficiente como para que no le importe.

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