Hace justo un año que la covid-19 se interpuso entre Shahrbanoo Sadat (Teherán, 1990) y el viaje que la habría traído hasta Madrid para recoger el premio a la Mejor Película en la tercera edición del Festival de Cine por Mujeres, por The Orphanage; la historia de un adolescente afgano sin hogar, que sobrevive trapicheando con la reventa de entradas para un cine de barrio donde casi como norma, se proyectan coloridas producciones de Bollywood.
Entonces, la cineasta excusaba su ausencia con un cariñoso vídeo grabado en la terraza del recién estrenado apartamento del centro de Kabul, que el pasado mes de agosto tuvo que abandonar precipitadamente, llamada por la vida, su amado trabajo. Sadat, con un sutil velo blanco en la cabeza, miraba a cámara con el fondo mate de un cielo grisáceo, mitad culpa de las nubes, mitad de la contaminación también acústica de un tráfico infernal. “Lo creáis o no”, decía, “esta es la toma número 100 y no entiendo por qué está resultando tan complicado para mí grabar este vídeo de dos minutos”, contaba feliz Shahrbanoo Sadat, que tras los agradecimientos se despedía con un, “quizás la próxima vez. Muchas gracias, os quiero”.
El pasado 27 octubre, Sadat saludaba desde la apertura del citado Festival ―que concluyó el 7 de noviembre― como miembro del jurado, que finalmente escogió como mejor película extranjera Un Monde, (Playground), de la directora belga Laura Wandel, y Once Upon a Place, de Cèlia Novis como mejor cinta española. ¿Podemos dar gracias a la guerra por haber permitido a Sadat viajar hasta Madrid?
Al menos, uno de sus sueños se ha cumplido. “Recuerdo perfectamente aquel vídeo y lo que dije desde la terraza porque acababa de estrenar ese apartamento. Formulé el deseo de viajar a Madrid. Lo que no esperaba es que lo hiciera en estas circunstancias. Mi salida de Kabul no ha sido para nada un momento épico. Apenas tuve tiempo de pensarlo. Cerré la puerta, guardé la llave en mi bolsillo y me dirigí al aeropuerto con parte de los míos. Aliviada por alejarme de la terrible situación provocada por la llegada del gobierno talibán, pero angustiada por los familiares que todavía no han podido salir de allí”.
Shahrbanoo Sadat atiende la entrevista, antes de partir a Alemania, en la Residencia de Estudiantes de Madrid, un lugar cuyas inevitables referencias le eran familiares. Cuenta Carlota Álvarez-Basso, codirectora junto a Diego Más, del Festival de Cine por Mujeres, que Sadat sabía perfectamente quiénes eran Lorca o Buñuel. Aun así, no renunció a seguir investigando la historia del lugar, fascinada por las palabras que lee en una placa. ¡Europa comienza aquí! Está en la galería que precede al Pabellón Principal. “En seguida supe que no iba a vivir en un hotel. El sitio es especial, con un indudable ambiente académico”. Las previsiones apuestan por un Madrid lluvioso, sin embargo, esa mañana la humedad solo se intuye en el color del cielo, a la vez nublado y luminoso. Otras directoras también se hospedan allí. El intercambio está servido. Desayunos de cine y mucha historia.
―¿Qué ha hecho estos días en Madrid, además de ver películas?
―Pasear muchísimo. Visitar jardines y parques es mi afición favorita, y siempre caminando. Sé que Madrid tiene maravillosos museos, pero he preferido descubrir jardines botánicos, tan preciosos en otoño. Mi padre era agricultor y mi relación con la naturaleza es muy estrecha. ¿La lluvia? Vivo actualmente en Hamburgo donde cae muchísima más agua que en Madrid.
La primera vez que Sadat ocupó una butaca en una sala de cine estaba en París y tenía 20 años. Se proyectaba Días de cielo, de Terrence Malick. Los últimos títulos que ha visto pertenecen a la programación del Festival de Cine por Mujeres y disfrutó con La place d´une Autre, de la francesa Aurélia Georges, y Clara Sola, de la costarricense Nathalie Álvarez Mesén, de cuya proyección salió con las manos en el corazón, fascinada por las interpretaciones de un elenco de actores y actrices no profesionales.
―Su nombre ya es un referente no solo del cine afgano, sino del cine afgano femenino. ¿Demasiada responsabilidad?
―Es algo inesperado para mí. Me considero una mujer de cine, pero soy una directora que tiene su propio mundo. Soy consciente de que la representación que ejerzo, se debe en parte a que tengo acceso a los festivales y hablo con la prensa. No voy a ocultar que en ocasiones me siento un poco mareada en mi papel de altavoz. (Risas)
A pesar de los 40 años en conflicto, Afganistán es mucho más. La gente incluso contempla la guerra como algo cotidiano por una cuestión de supervivencia. Pero la vida allí también tiene su lado cómico
Shahrbanoo Sadat, directora de cine
―¿Cómo afronta el futuro alguien que vive con una mochila tan cargada a pesar de su juventud?
―¿El futuro? En este momento el presente es tan tremendo que prefiero dedicarme a él. Mi familia vivió cuatro décadas en Irán, donde yo nací. Cuando mis padres decidieron volver yo tenía 11 años. No podía entender por qué me sacaban del lugar donde estaba creciendo para llevarme a otro en el que no tenía la menor referencia. Pero ahora comprendo perfectamente a mis padres. Si pienso en el futuro, lo primero que me planteo es volver a casa. A Kabul.
Mientras tanto sigue trabajando en su próxima película que (¡sorpresa!) será una comedia romántica. Lleva dos años preparando el guion y curiosamente ya tiene diseñada la escena final: un beso. “Voy a rodar el primer beso de la historia del cine afgano”.
―Imagino que la cultura popular de su país va más allá que lo que cuentan las historias de la guerra.
―Por supuesto. A pesar de los 40 años en conflicto, Afganistán es mucho más. La gente incluso contempla la guerra como algo cotidiano por una cuestión de supervivencia. Pero la vida allí también tiene su lado cómico, y esas dos caras de la realidad conviven porque no pueden existir la una sin la otra.
Cuenta Sharbanoo Sadat, cuyo nombre se traduce como the best lady in town (la mejor chica de la ciudad) que ese beso será la escena final del largometraje, intencionadamente estereotipado y parecido al cierre de las comedias románticas donde un corazón de color rosa envuelve el momento dando paso a los títulos de crédito. Y ¿quién será el protagonista de ese gesto de amor? Su novio. Anwar Hashimi, que aunque no es actor, lleva escritas 800 páginas sobre su vida. Unos diarios inéditos que Sadat quiere convertir en cinco películas. Las dos primeras ―Woolf and Step y The Orphanat― también están basadas en esas memorias.
―¿Cómo se conocieron?
―Trabajábamos en el mismo canal de televisión. Yo era productora en un programa de cocina. Él, en los servicios informativos, algo que me fascinaba porque las noticias nos parecían la sección más importante. Ahora, el reto es encontrar a la actriz que quiera cerrar la pareja para el beso. Mi productora me propuso hacerlo a mí, pero no acepté. Así que sigo buscando una chica para mi novio y no pararé hasta encontrarla. (Risas)
―La de cosas que nos habríamos perdido si hubiese estudiado la carrera de Ciencias Físicas como era su intención…
―Para volver a la física todavía estoy a tiempo… Mi familia es muy religiosa y me atrajo la ciencia como alternativa a todo eso que ellos resolvían acudiendo a la fe. Soy la más pequeña de mis hermanos y siempre mantuve ese pulso con mi padre. Tenía 16 años cuando llegué a Kabul con la intención de matricularme en Físicas y era tarde para la prueba de acceso, así que me inscribí en Arte para evitar que mi padre me obligara a regresar a casa.
Sharbanoo Sadat habla inglés, francés, los dialectos afgano y persa, pastún y dari, entiende un poco de ruso y árabe, y en breve comenzará sus clases diarias de alemán. Obligación que le exigirá viajar con menos frecuencia. Desde que llegó a Europa ha visitado Roma, Suiza, Francia y España. “No he conseguido todavía sentar el alma en Hamburgo. Muchos viajes y aunque todos son por trabajo, sigo descubriendo jardines allá donde voy… También me interesa la arquitectura y el diseño de escenografías. Estoy estudiando como recrear Afganistán en España, donde me haría muy feliz poder rodar. Ya sabemos que casi todo es cuestión de dinero. Mis películas están hechas en Kazajistán, así, que… ¡Cojamos el dinero y recreemos Afganistán!”
Como ganadora de la edición anterior del Festival de Cine por Mujeres, agradece el galardón: tres semanas de trabajo en la sala Místika de cine digital de Free Your Mind, valorado en 30.000 euros, para su próximo largo y ese primer beso en la historia del cine de Afganistán.
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