A finales de marzo, Shanghái, la capital financiera de China, anunció un confinamiento estricto que afectaría a sus 26 millones de habitantes. La medida, que se aplicó en dos fases, prohibía a la población salir del domicilio para hacer un rastreo masivo de test con el objetivo de cortar su mayor ola de coronavirus desde el inicio de la pandemia. Las restricciones se iban a levantar el 5 de abril, pero el aumento de la incidencia las ha prolongado con un futuro incierto y una aplicación desigual por zonas según el número de casos. Desde entonces, las imágenes compartidas en las redes sociales parecen llegadas de un relato de ciencia ficción: robots que piden a la población permanecer en casa, gritos de hartazgo procedentes de edificios residenciales en plena noche o incluso niños que son separados de sus padres para cumplir la cuarentena, una medida muy polémica que tras las quejas y una protesta formal de los consulados extranjeros se ha levantado para menores que sufran “necesidades especiales”.
De fondo, la política de covid cero aplicada sin contemplaciones por el país asiático, que hasta la llegada de la variante ómicron había logrado mantener a raya el virus, algo que para el Gobierno chino se ha convertido en una cuestión de “legitimidad política”, según afirma en este vídeo Macarena Vidal, corresponsal de este diario en Pekín. Esto ha provocado ya tensiones entre la policía y una población que empieza a dar síntomas de cansancio.
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