El 9 de agosto de 1942, la Séptima sinfonía, de Dmitri Shostakóvich (San Petersburgo, 1906-Moscú, 1975), se convirtió en un icono de la lucha contra la barbarie nazi. Ese día, Hitler había previsto celebrar la caída de Leningrado (actual San Petersburgo). Pero la ciudad seguía invicta. Había pasado casi un año desde el inicio del asedio y los muertos se contaban por cientos de miles, la mayoría de hambre y de frío. Sin embargo, aquella tarde se congregó una multitud de famélicos ciudadanos en la Gran Sala del Conservatorio para escuchar la descomunal sinfonía de Shostakóvich dedicada a Leningrado. La orquesta reunió a los supervivientes del conjunto radiofónico de la ciudad y añadió instrumentistas de varios destacamentos militares. Había sido necesario sortear las líneas enemigas para introducir la partitura en la ciudad. Y el ejército rojo diseñó un plan de fuego de contrabatería para neutralizar las bombas alemanas durante el evento. Fue casi una hora y media de magia, belleza e intensidad sonora, que culminó entre besos y abrazos, tras una ovación atronadora.
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En Cómo Shostakóvich me salvó la vida, de Stephen Johnson, uno de los pocos músicos supervivientes de aquel concierto, el clarinetista Viktor Kozloz, rememora su experiencia: “Todo el mundo sintió que compartía y entendía esa música”. Pero, cuando el periodista le pregunta por lo que sintió él, Kozloz le agarra del antebrazo y se derrumba entre sollozos: “No es posible expresarlo. No es posible expresarlo”. Ese emotivo testimonio puede escucharse casi al final de Shostakovich: A Journey into Light, el documental radiofónico de la BBC del que partió este brillante y sincero ensayo, redactado en 2017, y centrado en la capacidad sanadora de la música de Shostakóvich.
Johnson encontró en sus sinfonías, cuartetos, conciertos y canciones una medicación ideal para superar tres diagnósticos de trastorno bipolar que le acercaron al suicidio. Se trata de obras que, según sus palabras, “contienen parte de la música más oscura, triste, violenta, amarga y desgarradora escrita durante el siglo XX”. Esta paradoja constituye la columna vertebral de su ensayo. El periodista inglés ha tratado el tema con neurólogos, psicólogos y filósofos, e incluso ahonda en varias referencias divulgativas. Pero su trabajo se apoya en una lectura intensa y viva de las partituras de Shostakóvich.
Su relato no utiliza ejemplos musicales y evita perderse en comentarios técnicos. Eso no le impide mostrarnos la maraña de significados que se esconden tras sus obras y que conecta con la biografía del compositor. Leemos brillantes comentarios de la referida Séptima sinfonía, la Quinta, la Octava, la Décima y, especialmente, de la Cuarta junto al Cuarteto nº 8. Todos ellos se combinan con la narración de la vida personal de Johnson y su catártica relación con la música de Shostakóvich.
El periodista tampoco entra en las llamadas “Guerras de Shostakóvich”. Me refiero al conflicto que se desató, a partir de 1979, con la publicación de Testimony, de Solomon Volkov, unas memorias fraudulentas que convertían al compositor en un taimado disidente del estalinismo, coincidiendo oportunamente con el final de la Guerra Fría. Johnson desmonta algunas incongruencias de Volkov en sus comentarios, pero evita cuestionar el libro. No cita los estudios fundamentales de Laurel E. Fay, la musicóloga que desenmascaró las falsedades de Volkov. Y se agarra al libro de recuerdos más fiable del compositor, que publicó su amigo Isaak Glikman, en 1993, y que le permiten interpretar el referido Cuarteto nº 8 como una supuesta nota de suicidio, donde su omnipresente acrónimo musical D-S-C-H (re-mi bemol-do-si conforme a la notación musical alemana) se convierte en un cicerone de los rincones más sombríos de su alma.
“Sus sinfonías son parte de la música más triste del siglo XX”, escribe en su ensayo Stephen Johnson
Pero, en Shostakóvich, ese “yo” dialoga siempre con un “nosotros”. Y aquí Johnson se acerca a Richard Taruskin, cuyos ensayos sobre Shostakóvich se cuentan entre los más perspicaces de las últimas décadas. En Defining Russia Musically (1997), que traducirá próximamente Acantilado, el musicólogo estadounidense afirma que el significado de la música de Shostakóvich nunca es completamente inmanente, aunque mantiene una constante interacción con el público. Y en su contribución, de 2001, dentro de A Shostakovich Casebook, incluso lo convierte en el compositor más trascendental del siglo XX, por encima de Schönberg y Stravinski. Taruskin se había formado en el entorno universitario norteamericano de los sesenta, donde ridiculizar a Shostakóvich era un signo de sofisticación musical. Pero durante el curso 1971-72, que pasó en el Conservatorio de Moscú, pudo comprobar el efecto hipnótico de la Séptima sinfonía entre los estudiantes más irreverentes y modernistas de su clase. Lo atribuyó al recuerdo de la guerra, pero poco después experimentó la misma electricidad en el Concierto para violonchelo núm. 2 y en el estreno absoluto de la Sinfonía nº 15, que Taruskin atesora entre las veladas musicales más conmovedoras de toda su vida.
A la traducción de la musicóloga Marina Hervás del libro de Johnson, en Antoni Bosch Editor, se le acaba de unir otra novedad de Shostakóvich en español, publicada en las Prensas de la Universidad de Zaragoza y brillantemente vertida en español por el eslavista Carlos Ginés Orta. Se trata de la primera edición completa de las cartas del compositor a su amigo y confidente Iván Sollertinski, que la musicóloga Liudmila Kovnatskaya publicó, en 2006, en una edición profusamente anotada. 173 documentos, entre cartas, telegramas, postales y tarjetas, redactadas por Shostakóvich, entre 1927 y 1944, que nunca antes se habían publicado en otra lengua diferente del ruso. Atesoran los testimonios más íntimos y cercanos del compositor, con chispazos de humor y una amarga ironía. Y nos permite seguir su evolución como compositor desde su Segunda sinfonía hasta la Octava. Entre medias se comentan decenas de obras, entre ballets, sinfonías, bandas sonoras, sonatas y obras camerísticas, aunque destaca, por encima de todo, el proceso de composición, estreno, éxito y represión de su ópera Lady Macbeth de Mtsensk.
En el prólogo, Kovnatskaya resume los datos biográficos fundamentales de Sollertinski y su amistad con Shostakóvich. Ambos se conocieron como estudiantes, en 1921, y tardaron seis años en iniciar una amistad. Shostakóvich encontró en Sollertinski una especie de hermano mayor, pero también una decisiva influencia intelectual, que le orientó hacia las sinfonías de Mahler y las óperas de Alban Berg. Pero su prematura muerte, el 11 de febrero de 1944, lo dejó desolado: “Iván Ivánovich fue, para mí, el más cercano y más querido amigo. Le debo todos mis progresos. Me va a resultar terriblemente duro vivir sin él”, escribió a su viuda. A continuación, le dedicó su famoso Trío con piano núm. 2. No se ha conservado ninguna de las cartas de Sollertinski a Shostakóvich. El compositor no guardaba las misivas y solía pedir a sus corresponsales que hicieran lo mismo. Pero esta monografía es también un complemento ideal de los diarios de Sollertinski, Pages from the Life of Dmitri Shostakovich, que continuó su hijo Dmitri y editó junto a su nuera Ludmilla, en 1979.
La edición española incluye una extensa introducción relacionada con el título del libro, La música bajo el terror, donde el filósofo Juan Manuel Aragüés esboza el contexto social, intelectual y político de los años duros del estalinismo. Aporta ideas interesantes, pero sus consideraciones sobre el compositor están desactualizadas, al eludir la ingente bibliografía disponible en inglés. Por ejemplo, hoy sabemos que el terrible editorial en Pravda, de enero de 1936, contra su ópera Lady Macbeth de Mtsensk, titulado Galimatías en lugar de música, fue una estrategia de Stalin para que Shostakóvich se orientase más hacia la música de cine, que tanto le gustaba. Lo reveló Leonid Maximenkov en Shostakovich and His World, a partir de las opiniones sobre música del dictador incluidas en las transcripciones de las proyecciones cinematográficas del Kremlin. Incluso, las causas y consecuencias de ese editorial han sido estudiadas en profundidad por Pauline Fairclough en Clásicos para las masas, que acaba de traducir Akal.
La música bajo el Terror. Cartas a Iván Sollertinski (1927-1944)
Autor: Dmitri Shostakóvich
Traducción de Carlos Ginés Orta.
Prensas de la Universidad de Zaragoza, 2021.
Formato: Tapa blanda (330 páginas, 24 euros).
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Cómo Shostakóvich me salvó la vida
Autor: Stephen Johnson
Traducción: Marina Hervás
Editorial: Antoni Bosch Editor, 2021.
Formato: Tapa blanda (140 páginas, 12,5 euros). Libro electrónico (9,49 euros).
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