La tensión que la Real podía esperar en su adversario en un partido a cara de perro, a vida o muerte, tardó en saltar por los aires lo que le costó al equipo txuri urdin organizar una transición competente. Cinco minutos. El inaceptable, por escaso, plazo en el que el Valladolid fue competitivo sólo fue el anticipo de uno de los mayores desmoronamientos que se recuerda en una primera parte en Anoeta. La Real se limitó a aplicar con frialdad matemática la superioridad técnica sobre un Pucela que se cayó como un castillo de naipes en cuanto recibió el primer gol y que terminó encajando una de las mayores goleadas en una primera parte en la historia del estadio donostiarra.
La Real marcó cada vez que lo intentó en sus tres primeras aproximaciones. Sólo habían transcurrido 27 minutos y el nivel de facilidades que halló en el adversario le resultó una agradable pero, a la vez, comprometedora sorpresa. Aceptó de buen grado sumar tres puntos sin apenas esfuerzo en su frenética carrera por un puesto en la Europa
League, pero llegó a ruborizarse por momentos por lo fácil que estaba haciendo sangre. Hasta pareció que Oyarzabal no ejecutaba con la determinación habitual el mano a mano que tuvo casi en el minuto 90. No era cuestión de humillar más.
La Real no tuvo rival y, por tanto, el partido se centró en las noticias que llegaran a través del transistor. Malas. Rápido sentenciaron que habrá que ir a Iruñea a ganar porque Betis y Villarreal también ganaron. Extraídos los puntos, innegociables claro, del simulacro ante el Valladolid, el efecto más práctico de la última tarde de la temporada en Anoeta fue poder afinar las mejores armas del equipo para la jornada final contra Osasuna. Comprobar que los mejores recursos que han llevado a la Real a llegar a este punto peleando por el quinto puesto siguen perfectamente vigentes.
Que Isak, tras cuatro partidos sin marcar, volvió a ser Isak; que Silva se movió de maravilla en esos espacios que sólo él detecta y desde los que transforma el juego de intrascendente en trascendente; que el ardor guerrero de Portu sigue ahí y que a él no le hablen de levantar el pie ante un equipo casi descendido -marcó el quinto pero se lo anularon- o que Januzaj también está por la labor de dar una mano. El domingo espera el partido 50 de la temporada. Ahora sí que sí, es la batalla final.
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