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“Solo puedo lavar a mi bebé cuando me ducho, cada cinco días”



“Nunca antes en mi vida he sido testigo, he oído o he olido semejante degradación y trato inhumano de niños bajo custodia del Gobierno federal”. Las palabras pertenecen a la declaración jurada de la abogada neoyorquina Elora Mukherjee ante un juez. Está especializada en representar a demandantes de asilo desde hace 16 años. Las condiciones a las que se refiere son las que vio en un centro de detención de Clint, un pueblo a las afueras de El Paso, Texas, entre el lunes 17 y el miércoles 19 de junio.
El fin de semana, Mukherjee y otros abogados del grupo que ha estado inspeccionando centros de detención de inmigrantes contaron los detalles de lo que habían visto a los medios estadounidenses. Su relato ha conmocionado al país y ha cambiado el debate político en torno a la inmigración hasta el punto de que en 24 horas se aprobaron dos leyes distintas para destinar 4.500 millones de dólares a mejorar los recursos en la frontera. El miércoles por la noche, el testimonio de estos abogados dejó de ser material periodístico y se convirtió en una declaración jurada presentada ante un tribunal de California. Son casi 300 páginas de testimonios recogidos en tres centros de detención en Clint, Ursula y Weslaco, en Texas.

Primero, los abogados denuncian condiciones insalubres a través de los testimonios. “Solo nos hemos bañado una vez desde que llegamos (hace ocho días)”, dice un menor detenido en Ursula, Texas. “Cuando llegué estaba mojado y me metieron en una jaula sin darme ropa seca”, dice otro. “Los baños no tienen agua para lavarse las manos. La poco agua que nos dan la usamos para lavarnos las manos”. “No tengo jabón, toalla o cepillo de dientes”, dice una madre inmigrante. “Me ducho cada cinco días. Ese día me dan un cepillo de dientes, pero solo puedo usarlo en ese momento. Solo puedo bañar al niño cuando me baño yo”.
Otra madre cuenta que “los baños están muy sucios”. “Los váteres están taponados y no se pueden usar. El olor llega a todas partes, incluso donde dormimos”. En el centro de Weslaco un inmigrante dice que los agentes “se enfadan” si les piden cosas y una vez contestaron ‘no estás en tu país’ y ‘aquí estás siendo castigado’. Los niños llevan ropa manchada. “Hace tres días mi niño se manchó la ropa. No tenía donde lavarla y no se la podía poner. Cuando fue al baño la caca se le salió del pañal y manchó toda la ropa. Desde entonces, mi bebé de tres meses solo lleva una chaqueta hecha de tela de camiseta. No tengo nada más que ponerle”.
Varios denuncian que cruzaron preparados con bolsas de ropa, medicinas, pañales y leche en polvo para los niños, pero los agentes de fronteras les obligaron a tirar todo a la basura. “Mi bebé tenía fiebre y yo había traído una medicina, pero el agente me hizo tirarla. Le expliqué que el bebé está enfermo, pero me hizo tirarla de todos modos. También me hizo tirar la ropa de mi bebé, el biberón, la leche en polvo, la comida de bebé y los pañales”.
“Nos separaron de nuestra abuela y ahora estamos solas”, dice M. Z. L., una inmigrante de Honduras de ocho años que está detenida con su hermana de seis. Cruzaron con su abuela, a la que no han vuelto a ver. Llevan apuntados todos los datos de su madre, que las está esperando en Houston, pero llevan tres semanas esperando. Solo han hablado con ella por teléfono una vez en tres semanas. Ella se ha podido bañar dos veces en tres semanas, su hermana pequeña solo una. “Hemos llevado la misma ropa todo el tiempo que hemos estado aquí”. Cuando van al baño, se tapan la una a la otra con una manta para tener algo de privacidad.
E. J. A. S. tiene 17 años y llegó desde Guatemala en una lancha con su sobrino de 8 años. Están juntos en el centro de Úrsula, cerca de McAllen, Texas. “Estamos en una jaula. Está abarrotada, con unos 50 hombres y jóvenes entre los 5 y los 20 años. No hay sitio para moverse sin pisarnos unos a otros. No nos han dado una colchoneta para dormir, así que tenemos que dormir sobre el suelo frío y duro. Las luces están encendidas todo el tiempo. Anoche teníamos mucho frío”.
“No nos hemos podido duchar. El retrete está a la vista en la jaula, no hay puerta para tener privacidad. Hay agua , pero no hay jabón para lavarse las manos. No hay toallas de papel para secarse. No nos han dado cepillo ni pasta de dientes para lavarnos los dientes”. En la celda “siempre hace frío”. “A mi sobrino le quitaron la ropa cuando llegamos porque estaba mojada y le dieron una camiseta, que no es suficiente para mantenerse caliente”.
Otros testimonios denuncian la falta de agua limpia para beber. Los inmigrantes solo usan el agua embotellada que les dan en la comida. “No hay agua que podamos beber mi bebé y yo”, dice W. A C. L. “El agua de las jarras sabe fatal y es de un pozo sucio. El agua que hay para lavar al bebé huele a orín y no la voy a usar para lavar a mi bebé. Tengo que esperar hasta que me dan agua con la comida y utilizo un poco para lavarlo. No tengo donde lavar el biberón de mi bebé. Cada dos o tres días suplico a los agentes que me den otro porque me da miedo las condiciones del biberón”. A algunas madres que dan el pecho les falta leche porque no beben lo suficiente, declara un médico.
Los inmigrantes se quejan del frío, de la falta de sitio para dormir y del trato de los agentes. Hay varios testimonios de cómo entran en mitad de la madrugada para despertarlos a gritos. También describen castigos aparentemente arbitrarios: “Hoy una enfermera se enfadó con nosotros porque se había perdido un peine. Vinieron y se llevaron todas las camas y las mantas para castigarnos. Ahora tenemos que dormir en el suelo”.
Una pediatra, la doctora Dolly Lucio Sevier, escribe un informe en que dice que “las condiciones en las que están los niños se pueden comparar con centros de tortura. Esto es, temperaturas extremadamente bajas, las luces encendidas 24 horas al día, sin acceso adecuado a cuidados médicos, salubridad básica, agua o comida adecuada”.
Una de las declaraciones es de una niña de 15 años de El Salvador que llegó con sus hermanos de 11 y 19. Sus iniciales son A.M.O.R. Cuenta que los niños que están solos se hacen cargo unos de otros. “Un agente entró en nuestra habitación con un niño de dos años y dijo: ‘¿quién quiere hacerse cargo de este pequeño?”. Otra chica dijo que ella lo cuidaría, pero perdió el interés al cabo de unas horas así que empecé a cuidarle yo ayer. Su brazalete dice que tiene dos años. Le doy de comer, le cambio el pañal y juego con él. Está enfermo. Tiene tos, mocos en la nariz y costras en los labios (…) El pequeño nunca habla. Quiere que le abrace todo el tiempo posible”.


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