La esperanza no espera. Tras 30 años de negociaciones del clima en el seno de las Naciones Unidas, y quedando apenas ocho de acción efectiva (esta década), no podemos jugárnoslo todo a esa misma carta, perdedora hasta la fecha. Sin duda nos enfrentamos a un problema de gobernanza. Probablemente, la soberanía nacional sea incompatible con la adecuada gestión del bien común a escala planetaria. Lo estamos viendo con la pandemia: el sálvese quien pueda, vacunamos a los “nuestros” y cerramos fronteras, no sirve. La globalización las eliminó todas, así que ya no es posible abrirlas para el turismo y cerrarlas para migrantes, virus, emisiones contaminantes o especies invasoras, por mucho que frunzamos el “antropoceño”.
El sentido común nos aboga a la transdisciplina de la salud planetaria, la única que ataja simultáneamente trastornos ecológicos y sociales, tan íntima y económicamente ligados. Las conclusiones del reciente Informe Mundial de Desigualdades 2022 no pueden ser más tajantes, en palabras de Lucas Chancel, co-autor: “La desigualdad económica mundial alimenta la crisis ecológica y hace que sea mucho más complicado abordarla. Es difícil pensar en acelerar los esfuerzos de acción climática sin una mayor redistribución de ingresos y riqueza”. Yendo más allá si cabe, nos coloca en la buena senda: “Si hay una lección que aprender de la investigación global realizada en el marco de este informe, es que la desigualdad es siempre una opción política”. Así es, la vía de escape es política, en particular pasa por una gobernanza verdaderamente ciudadana, llave maestra de la equidad. Pura lógica: el status quo no cambiará el tablero de juego (globalización), ni las reglas (negociaciones entre gobiernos nacionales y lobistas corporativos) si solo juega él. O jugamos todos o no funcionará. Así de sencillo.
La desigualdad es siempre una opción política
Lucas Chancel, co-autor del Informe Mundial de Desigualdades 2022
Y sencillo es, de hecho. Tanto que, por obvio, ni lo considerábamos. Pero al fin hemos topado con la tecla. Como suele suceder, muchas personas en lugares distintos frente al mismo problema convergemos tanto en el diagnóstico como en la solución. Personalmente, lo vi claro el otro día al levantarme por la mañana, tras el magnífico encuentro de la red de Embajadores del Pacto Climático Europeo: no existen las fronteras, ni los sectores, ni los grupos de interés. Especialmente necia es esta última noción de intereses estrechos, egoístas y cortoplacistas, que reduce nuestra condición humana al absurdo de meros empresarios o trabajadores, ricas o pobres, hombres o mujeres. No, error grave. Somos todas personas. En situaciones y con capacidades diversas, pero personas con los mismos derechos y deberes, parte de ecosistemas de los que dependemos. Nos hemos perdido en nuestros propios constructos laberínticos. Volvamos a lo esencial, dejémonos atravesar de nuevo por las ganas de vivir, aupémonos colectivamente para volver a ver el bosque, en su complejo esplendor, y explorar juntos el camino de salida.
Una poeta polaca que cruzaba Andalucía en su furgoneta me dijo una vez: “El lenguaje, Jesús, es prisión o herramienta. Nuestras lenguas y culturas del capitalismo se sustentan en sustantivos, todo son cosas que podemos poseer: el sol, la playa, los animales. Para evolucionar y sobrevivir, debemos cambiar el lenguaje, lo cual transformará nuestros cerebros y visión del mundo en consecuencia. Algunas lenguas de pueblos indígenas más cercanos a la Pachamama se basan en verbos, porque lo importante son las acciones que suceden o hacemos que sucedan dentro del gran organismo de Gaia”. Ahí es nada. Una lección de humildad para volver a tratarnos como iguales e interdependientes, humanos y no humanos, vivos e inertes.
Bajando a lo concreto, un grupo cualquiera de personas, tan conscientes de los retos que afrontan y de sus propias contradicciones e imperfecciones, como motivadas, comprometidas y trabajando en equipo, no tienen límites. Ninguno. Efectivamente, es el caso de la red de embajadoras del Pacto Climático Europeo en España. Una red de agentes de cambio, de changemakers (actores del cambio).
El pasado 3 de diciembre nos encontramos en Madrid, en la sede de la Representación de la Comisión Europea, junto a su directora, María Ángeles Benítez, a Teresa Solana, coordinadora de asuntos internacionales de la Oficina Española de Cambio Climático del Miteco, y a Katarina Fortun de la Dirección General de Clima (DG Clima) de la Comisión. Nos juntamos para hablar con sinceridad y realismo de las Cumbres del Clima, del futuro de Europa y el planeta, del rol de la red y la ciudadanía. Fue en esos momentos que nos dimos cuenta del poderoso poder que compartimos. He estado y estoy en múltiples grupos, ninguna como este.
Por todo lo anterior y porque se erige en puente entre instituciones y personas. Venimos de todas las esferas habidas y por haber: universidades y centros de investigación, gobiernos y administraciones públicas, empresas pequeñas y grandes, medios de comunicación, partidos políticos. Da igual, eso no es lo relevante, el potencial yace en que somos capaces de dejar de lado prejuicios, colores y gorros, y unirnos. Desde ahí, cada una utilizará sus recursos, tirará de sus contactos, movilizará sus redes. Y nos multiplicaremos hasta el cero neto de emisiones y la justicia completa de derechos. Antes de 2050. Mucho antes.
Hemos empezado en Madrid, pero ya tenemos varias etapas más a la vista, de la Vuelta Climática a España ni más ni menos: Quart de Poblet en València bien pronto, Málaga en primavera, las Baleares en verano, y Barcelona en el otoño para otra gran Huelga Climática Mundial con la Juventud por el Futuro. Vamos a revivir el Pacto de Alcaldes/as y traducirlo en medidas concretas en plazos coherentes, desde Asambleas Ciudadanas por el Clima a nivel local y mucha cooperación translocal. Vamos a aprender haciendo, autogobernándonos y co-gestionando el común. Las conclusiones, recomendaciones y experiencias nos las llevaremos a Egipto, a la COP27, la COP de África, de la equidad y la democracia, con una Casa del Pueblo en el Pabellón de la Unión Europea, por ejemplo. Somos personas, somos parte del problema, pero sobre todo y ante todo, juntas, somos parte de la solución. Hagamos que suceda.
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