No deja de ser curioso el que un país como Islandia lleve varios años liderando el ranking de igualdad de género del Foro Económico Mundial o de que la revista Newsweek lo haya proclamado el “mejor país del mundo para ser mujer”, mientras que sus estupendas series de ficción describen unos personajes torturados por sus pasados o por sus presentes, perversos, insatisfechos e incluso crueles. Es el caso de la excelente Los asesinatos del Valhalla que se puede ver en Netflix, ocho capítulos en los que se narra la investigación policial para atrapar a un asesino en serie. Es la primera coproducción de la plataforma con Islandia y el resultado no puede ser más satisfactorio: se estrenó a finales del año pasado y consiguió congregar a un 40% de la audiencia islandesa. Por su parte la BBC la incluyó en diciembre de 2019 entre sus diez mejores series. El llamado nordic noir mantiene su pujanza.
Aparece un cadáver en un puerto deportivo de Reikiavik. El asesinado es un camello de medio pelo. La inspectora Kata Eligsson se encargará del caso y ante la aparición de un segundo cadáver se decide que Arnar, un inspector que trabaja en Oslo, vuelva a su ciudad natal para ayudar a la inspectora. Aumenta la serie de asesinatos y los medios de comunicación convierten el caso en una prioridad informativa aunque sin llegar al delirio de los informativos españoles sobre el coronavirus.
Los inspectores descubren que hay un nexo: todos habían trabajado en un orfanato, Valhalla, al que algunos de sus antiguos residentes describen como una institución que bordeaba el feudalismo, con derecho de pernada incluido, algo que ya sabían Dickens o el dibujante español Carlos Giménez y su Paracuellos.
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