Sonya Yoncheva, creadora de experiencias

La soprano Sonya Yoncheva y el pianista Antoine Pallou, durante el recital.
La soprano Sonya Yoncheva y el pianista Antoine Pallou, durante el recital.Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera. / EL PAÍS

La filósofa francesa Catherine Clément publicó, en 1979, un influyente libro titulado La ópera, o la destrucción de las mujeres (L’opéra ou la défaite des femmes, en su título original). Una lectura en clave feminista del libreto de las principales óperas del siglo XIX donde denunció muchos aspectos oscuramente misóginos de sus tramas. Pero, en su argumentación, la música se relega a una especie de narcótico que nos atrapa hasta el punto de hacernos olvidar la violencia ejercida contra las mujeres. Precisamente, las estrategias musicales para representar los papeles femeninos en la ópera han terminado ocupando el centro de ese debate feminista, como demostró Susan McClary, en su ya clásico estudio sobre Carmen, de Bizet (Cambridge, 1992). Después se han incorporado sus voces. Y escuchar atentamente lo que cantan las heroínas de una ópera, en lugar de atender tan solo a lo que dicen o padecen, permite restaurar la dimensión corpórea de la música frente a la incorporeidad de la partitura. Un protagonismo que, según la musicóloga Carolyn Abbate, convierte a las divas operísticas en creadoras de experiencias.

Lo comprobamos, este sábado, en el Palacio Euskalduna de Bilbao, durante el recital de la soprano búlgara Sonya Yoncheva (Plovdiv, 39 años). Una brillante actuación enmarcada dentro de ABAO Opera Live, el ciclo de recitales que han permitido a la Asociación Bilbaína de Amigos de la Ópera mantener un mínimo de actividad en directo, este 2021, tras la imposibilidad de levantar el telón desde noviembre, a consecuencia de las estrictas medidas sanitarias contra la pandemia del Gobierno vasco. Entonces se pudo ver en Bilbao la única producción operística de toda la temporada: Il turco in Italia, de Rossini, acortado a 90 minutos, sin descanso y con un aforo muy reducido.

Pero la asociación operística bilbaína se ha reinventado. Ha programado actividades virtuales destinadas a sus abonados, como el programa ABAOenCasa y Opera Skill Experience. Y ha conseguido volver a reunir a su público en el Palacio Euskalduna con la referida serie de recitales donde se han escuchado algunas de las principales divas operísticas del momento, como Lisette Oropesa, Anita Rachvelishvili, Sondra Radvanovsky y Sonya Yoncheva, además de actuaciones de Carlos Álvarez junto a Rocío Ignacio. El ciclo culminará, a finales de este mes, con un programa de arias y dúos con orquesta de Ainhoa Arteta y Teodor Ilincai, en sustitución de la aplazada producción de Tosca, que aspiraba a culminar esta difícil 69ª temporada de ABAO.

Yoncheva representa un modelo poco común de cantante versátil, que combina la música antigua con el gran repertorio operístico. Inició su carrera dentro de la academia vocal de William Christie, y dio el salto a la ópera tras vencer, en 2010, en el concurso Operalia. Su discografía, en Sony Classical, combina ópera francesa con Handel y Verdi, pero también músicas barrocas italianas y españolas con una canción del grupo sueco Abba. Y en su inmenso repertorio coexisten papeles tan diferentes, como Poppea de L’incoronazione di Poppea, de Monteverdi, con la que debutó en Salzburgo, en 2018, la belcantista Imogene de Il pirata, de Bellini, que hizo la pasada temporada en el Teatro Real, y Tosca que volverá a cantar con público a finales de este mes en la reapertura de la Ópera de Viena.

La soprano búlgara llegaba a Bilbao tras protagonizar, el mes pasado, sendos recitales, en Madrid y Valencia, centrados en romanzas de zarzuela y canciones italianas. Y eligió para su debut bilbaíno un programa de arias de ópera al piano perfectamente diseñado en torno a importantes éxitos de su repertorio. Lo abrió y cerró con Massenet, al que añadió la habitual Habanera de Carmen de muchos de sus recitales. En medio, dedicó una sección a ópera eslava (Chaikovski y Dvořák) y otra a Puccini. Abrió el fuego, como en su primer disco, con el aria de Salomé, Il est doux, il est bon, de Hérodiade, de Massenet, que cantó con voz fresca, homogénea y caudalosa. Pero también dando vida a las marcas dinámicas y emocionales de la partitura. En cinco minutos consiguió crear una imagen vocal convincente de esa niña solitaria, que se siente irresistiblemente atraída por Juan el Bautista, y que terminará clavándose una daga al conocer la ejecución del profeta. El nivel de introspección vocal de Massenet continuó con la cortesana Thaïs y su aria del espejo, O mon miroir fidèle, que abre el segundo acto. Y la voz se tornó hosca, taciturna y resentida, para volverse sensual, cuando pide a su espejo que le diga que será eternamente bella, pero también oscura y ansiosa ante el temor a la vejez. Yoncheva se movió con seguridad por toda la tesitura, aunque aquí evitó el re sobreagudo final.

Como intermedio entre cada sección de arias, el pianista francés Antoine Pallou, que acompañó con más solvencia emocional que musical a la cantante búlgara, añadió una pieza en solitario. Fue lo más flojo del recital. Y, aparte de tocar el Nocturno en do sostenido menor B 49, de Chopin (y no el op. 72 como indicaba el programa) o una almibarada Meditación de Thaïs, nos sorprendió con una rareza que no se había anunciado en el programa de mano. Para abrir la sección dedicada a Puccini tocó su Foglio d’album, una de las dos únicas piezas pianísticas del compositor de Lucca, pero que no se publicaron hasta muchos años después de su muerte. Yoncheva había cantado antes el arioso de Iolanta, y también la Canción a la luna, de Rusalka. Lo hizo con comodidad en todos los registros, con un timbre bellísimo, impecable dicción y atención a cada detalle de la partitura, pero su interpretación conectó menos con la princesa ciega de Chaikovski y la ninfa acuática de Dvořák.

Las tres arias de Puccini fueron lo mejor del recital. Yoncheva empezó con una impresionante versión de la cavatina de Anna, de Le Villi. Y, a pesar de su seráfica expresión facial, todos sentimos la ilusión de esa joven que mete un ramo de nomeolvides en la maleta del tarambana de su prometido, mientras repite con brillo inimitable y en todos los planos vocales posibles: “Non ti scordar di me!”. Le siguió el arietta de Mimì, del tercer acto de La bohème. Y escuchamos una versión llena de celestial pasión de Donde lieta uscì, pero también de detalles, como ese matiz vulnerable que añade a su reiteración de “Addio, senza rancor”, y que fue tan celebrado en su debut de ese título, in extremis, en la Metropolitan Opera de Nueva York, en 2014. Lo mismo podría decirse de Un bel dì vedremo, de Madama Butterfly, que tiñe de los más funestos presagios.

Yoncheva volvió a Massenet para terminar. Y, tras despedirse de la sencilla vida doméstica con Des Grieux, en la Adieu notre petite table de Manon, se enfundó el personaje protagonista de Carmen, de Bizet. De hecho, fue casi el único personaje que representó durante el recital. Lo hizo mientras cantaba su popular Habanera detrás del pianista, lo que quizá explique el pequeño despiste que tuvo durante el acompañamiento.

Al final hubo muchos aplausos y algún que otro bravo, entre los 600 espectadores, distanciados y enmascarados. Yoncheva correspondió con una breve alocución en español, donde recordó su reciente recital en el Teatro de la Zarzuela y confesó su pasión por La Marchenera, de Moreno Torroba. Cantó con excelente dicción y garbo, junto a una asombrosa vocalidad, la petenera Tres horas antes del día. Cosechó entonces la mayor ovación de la noche, pero tan solo se animó con otra propina más: la famosa plegaria de Lauretta, O mio babbino caro, de Gianni Schicchi, de Puccini. Una exquisita despedida de esta creadora de experiencias operísticas que no se pueden replicar ni en un disco ni por Internet. Que se lo digan al crítico cultural Wayne Koestenbaum que, en su brillante y locuaz, The Queen’s Throat, confesó haber tenido la fantasía de tragarse a la soprano Leontyne Price durante un recital.


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