“El lunes 16 de febrero de 1981, fui contratada temporalmente como camarera de pisos durante tres semanas en un hotel veneciano. Me fueron asignadas doce habitaciones de la cuarta planta. Durante el curso de mis tareas de limpieza, examinaba las pertenencias de los huéspedes del hotel y observaba, con detalle, vidas que me eran ajenas. El viernes 6 de marzo, finalizó mi contrato”. Así comienza el relato de L’Hotel, una de las obras más provocadoras de la artista conceptual Sophie Calle (París, 1953). Un diario visual y escrito, creado a través del rastro de los otros.
Durante tres semanas, con su cámara y su grabadora camufladas entre trapos dentro de un cubo, la autora analizó meticulosamente objetos que no la pertenecían. Leyó sin pudor postales a medio escribir, notas redactadas con apremio, diarios ilustrados con imágenes. Con el ansia de un detective, Calle escudriñó las papeleras, analizó la forma en la que queda la almohada tras una noche, tal vez de insomnio, quizá de placer. Revisó el vestuario ordenado en las perchas, también aquel que aún guardan las maletas. Se perfumó y se maquilló con los productos que una desconocida posó ordenadamente en la repisa del lavabo. Comió los alimentos que otros dejaron atrás. A lo largo de las distintas jornadas observó el progreso de un crucigrama a medio hacer y averiguó la fecha de nacimiento e incluso el grupo sanguíneo de alguien a quien nunca había visto. Aquellas habitaciones vacías se convirtieron en protagonistas de una serie de retratos; perfiles trazados a través de las pertenencias de unos sujetos ausentes. A veces la artista consiguió escuchar discusiones que provenían del otro lado de la pared. Una pareja haciendo el amor. Todo sonido quedó registrado en su grabadora.
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L’Hotel fue inicialmente concebido como un libro donde las imágenes van acompañadas de un escrito que detalla los hallazgos de su autora, salpicados por reflexiones personales. En él, la fotógrafa hizo uso por primera vez del color. Página a página, consigue atrapar al lector con sus obsesiones, convirtiéndole en cómplice de sus fantasías y transgresiones; en el voyeur que todos llevamos dentro. La obra invita a reflexionar tanto acerca de las asunciones de nuestra propia privacidad como acerca de las suposiciones y juicios vertidos sobre otras personas con relación a los objetos que los rodean. Y lo hace estableciendo un juego entre polaridades; subvirtiendo la frontera entre lo conocido y lo desconocido; entre lo público y lo privado; entre lo que es arte y no lo es.
Publicado por primera vez en 1984, L’Hotel pasó a ser uno de los libros más emblemáticos de esta autora, experta en extraer revelaciones íntimas de los demás, con o sin su consentimiento. La editorial Siglio es la responsable de una nueva edición en inglés que incluye imágenes inéditas así como un nuevo diseño, resultado de la colaboración con la artista francesa. Su publicación coincide con la retrospectiva que la dedica el Centro Pompidou de Málaga, Sophie Calle. Una exposición que aborda algunas de sus obras más emblemáticas y renovadoras y presenta por primera vez Souris Calle, uno de sus proyectos más recientes. Este incluye un álbum musical creado en honor a su gato muerto en el que intervienen 37 músicos, entre ellos Bono, Laurie Anderson y Benjamin Biolay. Una nueva incursión por parte de la artista en la experiencia del duelo, en la relación que los seres humanos establecen con la desaparición de los seres que les rodean.
La artista atrapa al lector con sus obsesiones, convirtiéndole en cómplice de sus fantasías y transgresiones
“A primera vista, sus obras recuerdan a las fotonovelas”, destaca Christine Macel, comisaria de la muestra, aludiendo a la relación entre texto e imagen fotográfica que la artista ha convertido en seña de identidad, desde sus primeros trabajos realizados en 1970. La comisaria usa esta característica para vincular el trabajo de Calle con Nadja, obra clave y autobiográfica del padre del surrealismo, André Breton, con la que revolucionó el formato del libro. Publicada en 1928, representa el inicio de la relación entre la palabra escrita y la fotografía y surge de una relación de amor iniciada por el azar en una calle de París entre el autor y una joven. “El tema de la relación amorosa [que aborda Nadja] encaja de entrada con el de la posesión imposible del objeto amado, que, como veremos, es un elemento fundamental en varias obras de Sophie Calle”, escribe Macel en el catálogo que acompaña a la muestra.
Tiene que ver también con ese vagar sin rumbo que emprendió la autora a finales de los setenta, que la llevó a seguir a desconocidos por las calles de la capital francesa. Los perseguía por simple placer, no porque le interesaran. “Los fotografiaba sin que lo supieran y anotaba sus movimientos, hasta que los perdía de vista o me olvidaba de ellos”, explica la artista en el monográfico À Suivre (Actes Sud). El inesperado encuentro con uno de estos desconocidos, Henry B., en una recepción, donde él la hace saber su propósito de viajar a Venecia, dio pie a su primer libro de artista; Suite Vénitienne (Suite veneciana). Calle siguió los pasos de su presa durante dos semanas por la ciudad italiana, tiempo durante el cual estableció los fundamentos de su estilo inimitable. Fábulas con tono de tragicomedia, donde sus métodos de investigación —a veces metódicos, otras arbitrarios— se funden con la ficción y sirven a la autora para evaluar sus propias emociones.
Detalle de ‘Habitación 30’, de ‘L’Hotel’, de Sophie Calle.Sophie Calle (Siglio, 2021)
“La ausencia, la pérdida, la desaparición y el dolor son los temas centrales de su obra”, destaca Macel. “Esta artista transforma la desgracia en la materia prima de sus historias, algo que todo buen escritor, según decía André Gide, sabe hacer. Pero también sabe utilizar esos temas para mantener a raya las emociones dolorosas y poner distancia, incluso para anestesiarlas”. Así, la autora dice hablar “de las cosas que no funcionan […] los acontecimientos felices los vivo, los infelices los exploto”. Y también: “Cuando soy feliz, no siento la necesidad de fotografiar mi dicha. La fotografía es una forma de distanciarme del dolor, para no sufrir”.
“Siempre escribo para la pared, no para la página”, asegura la fotógrafa, quien recibió el prestigioso premio Hasselblad en 2010. Hija de un oncólogo, coleccionista de arte Pop y de una madre judía, vivió su infancia en frente del cementerio de Montparnasse, lugar que travesaba varias veces al día. Como adolescente se convirtió en una activista política a través de un grupo maoista. Más tarde se movilizó a favor del aborto dentro del MLAC (Movimiento por la libertad del aborto y la contracepción), donde ayudó a practicar abortos clandestinos mientras estudiaba sociología. En su obra aborda temas cruciales para las mujeres como el matrimonio y la maternidad.
‘No Sex Last Night’,1995 © Sophie Calle, VEGAP, Málaga, 2021.Sophie Calle (VEGAP, Málaga, 2021)
El primero es el objeto de Le Mari, (El marido, 1995), la obra que abre la exposición en Málaga y que forma parte de Les Autobiographies, (Las autobiografías), un proyecto en el que las fotografías abandonan la pared y quedan distribuidas por el suelo. En orden cronológico, la autora va narrando la relación con su exmarido, Greg Shepard, desde su primer encuentro hasta el divorcio, un entramado que cultiva la ambigüedad entre lo real y la ficción. De igual forma, su película No Sex Last Night (1995) incide en esta misma relación. Es un relato de amor y duelo, el tortuoso camino emprendido por la pareja en coche hacia Las Vegas, donde planean casarse, durante el cual grabaron sus experiencias con dos cámaras de vídeo, mostrando sus divergentes puntos de vista. Al comienzo del viaje, la autora conocerá la noticia de la muerte de su amigo, el fotógrafo Hervé Guibert.
“¿Cuál fue el día que más sufrí?”, es la pregunta que la autora plantea a anónimos a modo de investigación, con el fin de propiciar una catarsis que alivie el dolor producido por una ruptura sentimental. La cuestión da forma a Douleur Exquise (Dolor exquisito, 1984-2003), donde la autora —que asegura haber revelado solo una pequeña parte de su intimidad y se declara incapaz de inventar—, va nuevamente apropiándose de la memoria íntima de los otros para dar forma a un universo propio, donde nada es verdad ni mentira, ni es fácil distinguir entre realidad y fantasía. Al fin y al cabo, ¿qué es la memoria sino una construcción?
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