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‘Stranger things’ | Segundo curso escolar pandémico superado con nota

Os aseguro que disfruto cada columna que escribo, pero algunas me hacen especial ilusión. Cómo esta. Porque, pese a todo, hemos acabado otro curso pandémico con mejores resultados de lo esperado. Que los contagios en colegios hayan sido esporádicos y más aparatosos para la conciliación que dañinos para la salud ha sido una sorpresa para muchos, sobre todo, con el inicio de curso que vivieron algunas clases. (La de mi hija, por ejemplo, tuvo dos confinamientos seguidos ya desde la primera semana, pero lo de que no hay dos sin tres por suerte aquí no se ha cumplido).

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La rutina matutina del termómetro pistola y el gel al entrar, igual que los distintos horarios y accesos al colegio, se interiorizó rápido. Y mientras medio Twitter se ponía apocalíptico, diciendo que los colegios serían los nuevos Chernóbil, profes y alumnos han ido haciendo su labor de hormiguita para ir salvando la temporada hora a hora y patio a patio.

Y mientras muchos adultos han tardado más de un año en saber taparse la nariz o entender que en el codo la mascarilla no servía de nada, todos los peques han mantenido una constancia sanitaria impresionante.

Medio vacunados nosotros (con la correspondiente foto y el “gracias, Sanidad Pública”, que si no, hace menos efecto), ya sin mascarilla por la calle, con variantes y rebrotes en las noticias, pero con un horizonte más plácido que en el curso anterior, celebremos una muesca más en el cinturón pedagógico. Porque al final lo hemos conseguido, con estrés y dudas, pero aquí estamos.

Y de rebote, nos hemos librado de los cumpleaños multitudinarios en chikiparks asfixiantes, de las charlas intrascendentes con otros padres en entradas y salidas y de muchas actividades grupales por el barrio que, reconozcámoslo, siempre nos daban mucha pereza. Hasta hemos tenido excursiones de final de curso, con las clásicas angustias mínimas: para los niños, “a ver con quien nos sentamos en el autocar”, y para los mayores, “a ver a qué hora llega el autocar, que no me quiero esperar media hora en la calle y que los otros padres me suelten el rollo acumulado de todo el curso”.

Ha habido despedidas con lágrimas contenidas y abrazos que no se podían contener. Siempre es el último curso de alguien, un cambio de etapa, la previa a la mezcla o separación de los que han ido juntos durante años, y merece celebrarse con la emoción debida.

Por fin este verano, los helados, las bicicletas y las piscinas tendrán sabor a libertad. Y aunque el Demogorgon coronavírico siga acechando en las sombras y siga abierto el portal al Mundo del Revés (o UpsideDown si eres más de versión original) lleno de variedades infecciosas y contagiadores imprudentes, nuestros niños y sus profes han sido unos auténticos héroes a la altura de unas Stranger things imposibles. Y se merecen unas vacaciones llenas de alegría, de aire libre y de pocas restricciones.

Felices meses sin cole, feliz conciliación imposible.

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