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Su nombre es Alcaraz, Carlos Alcaraz

Por si había algún aficionado despistado, o sencillamente para aquellos que no le conocieran, Carlos Alcaraz se encargó de enviar un mensaje claro y diáfano: abróchense los cinturones, porque vienen curvas, vienen emociones fuertes. El español, de solo 18 años, puso patas arriba la pista de tenis más grande del planeta con una extraordinaria victoria contra Stefanos Tsitsipas, al que desbordó con toda su impronta en dirección a los octavos del US Open: 6-3, 4-6, 7-6(2), 0-6 y 7-6(5), tras 4h 07m. Tras haber dejado pistas en los otros tres grandes escenarios de la raqueta, este viernes definitivamente se presentó de manera global, con una victoria colosal. En busca de futuros referentes, su deporte encuentra un serio candidato que levanta la mano y se postula: es de Murcia, el acné salpica su cara y juega como los ángeles.

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Juega Alcaraz con la misma naturalidad que transcurre su carrera, como si todo fuera una sucesión de acontecimientos que deben pasar sí o sí, necesariamente, como si algo o alguien le hubiera concedido un reservado. En España hay señales de él desde hace tiempo, en cuanto empezó a lucir en las categorías juveniles y fue adueñándose de un trofeo tras otro, enviando mensajes sin parar. Va quemando etapas con prisa y sin pausa, porque así se lo exigen él y su equipo. Saben lo que hay. Sabía perfectamente Juan Carlos Ferrero qué tenía entre manos cuando aceptó sentarse en el banquillo y moldear.

Si falla, Alcaraz peca por exceso, nunca por defecto. Así entiende él el tenis y así se presentó en la Arthur Ashe, la pista que este viernes descubrió un diamante y se divirtió de lo lindo porque el chico, 18 años de puro desparpajo, todo osadía, cero temores, abordó el partido a campo abierto. No es nuevo. Dice que cuando compite, siente que es capaz de batir a cualquiera, y en esta ocasión tenía enfrente al tercer mejor tenista del mundo, ni más ni menos. Fiel a sí mismo, a ese estilo seductor que atrapa, lo enfiló con todo y no ahorró una sola bala. Desde la primera bola, al abordaje: Nueva York, o sea, mundo, aquí estoy yo.

Deslumbró en la salida, con algo más de media hora ofensivamente deliciosa. Arrollador. Por mucho que el griego supiera de sus intenciones, de todo su potencial, la propuesta le desbordó. Alcaraz revoloteaba por toda la central neoyorquina desprendiendo una sensación de ingravidez, con el paso de Fred Astaire, como un bailarín perfecto. Retó desde el principio y de buenas a primeras ya le tiró un willy por debajo de las piernas y le endosó un doble break, le enseñó el puño, vociferó. Y la grada norteamericana, a la que le hace falta muy poco para revolverse porque entiende el tenis como otro espectáculo, se entregó. Vientos huracanados para Tsitsipas.

El ateniense, vigilado con lupa por sus escapadas al vestuario durante los partidos, se quedó blanco en ese primer tramo, cedido el primer set y con un 3-0 adverso en el segundo. Sin embargo, a sus 23 años ya acumula un buen kilometraje y un valioso bagaje, así que poco a poco condujo el duelo hacia donde le interesaba. Ralentizó, trató de rebajar el ímpetu del español y contrarrestó. Aplicó un punto de pausa y así redujo las revoluciones, inteligente y estratega. Superado el revolcón, equilibró y también enseñó sus cartas, porque las tiene y más que de sobra. Finalista esta temporada en Roland Garros, en su hoja de servicios relucen tres muescas de oro: Nadal, Federer y Djokovic, a todos los ha derribado.

Gestionó bien el zarandeo, pero cuando parecía que el pulso podía romperse a su favor, se le empezaron a acumular los contratiempos. De entrada, el warning que le pitó el juez de silla por ir a cambiar de raqueta y retrasarse al servicio, más runrún en la grada, y luego la magnífica reacción de Alcaraz, que no se rinde ni a tiros. Tiene tenis el chico, pero además no le faltan arrestos, recursos para todo: globos, voleas, derecha, revés, movilidad, imaginación. Todo el repertorio. Valiente, contragolpeó a pecho descubierto (del 2-5 en contra al 6-5 por delante) y consiguió destemplar al heleno en el tie-break. Tenso y caliente, ni un solo instante de relax para él, Tsitsipas perdió el color y por si fuera poco recibió una segunda sanción por comunicarse con su padre, encogido en el box.

A remolque y empapado en sudor, con un volcán de juventud enfrente, se retiró para cambiarse —invirtió poco más de cinco minutos en esta ocasión— y volvió a tirar de oficio para enmendar una situación más que peliaguda. Se sostuvo con el servicio (15 aces al final) y mordió conforme el de Alcaraz empezó a perder potencia. El murciano, dolorido del cuádriceps derecho, acusando ya el peaje de la larga distancia, perdió un punto de filo, que no vigor, y a pesar de llegar tocado a la resolución se reenganchó y embistió con poso y determinación. Una apuesta radical. Cualquiera, seguramente, hubiera vuelto la cara. Él, citado con el alemán Peter Gojowczyk (141º) en los octavos, no. Brazos arriba y mano a la oreja, arengando a la masa y vitoreado, dominando la escena, confirmó lo que se sospechaba.

“Este chico tiene algo, este chico es especial”, advertían resabiadas voces del circuito desde hace varios años. Y no les faltaba la razón. Carlitos se abre paso. Alcaraz, Carlos Alcaraz se llama este fenómeno.

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