‘Summer of Soul’: poder negro a todo color

La primera vez que el músico Ahmir Thompson, famoso batería de The Roots conocido como Questlove, se topó con las imágenes del Festival Cultural de Harlem fue en un bar de soul en Tokio. Era un instante de la actuación de Sly and the Family Stone y Thompson se quedó sorprendido al no reconocer el escenario. Pensó que se trataba de un festival en Europa y siguió con lo suyo. Veinte años después, los productores de Summer of Soul se pusieron en contacto con él para hablarle del “Woodstock negro”, como empezó a llamarse al festival ocurrido durante seis semanas del verano de 1969 en el parque de Mount Morris, hoy Marcus Garvey Park, a dos horas del lugar donde ese mismo verano se celebró el macroconcierto que marcó la era de Acuario.

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Rapero y DJ familiarizado con los patchwork musicales, Questlove aceptó el encargo de seleccionar y reducir las 50 horas filmadas por el equipo del director y productor Hal Tulchin, quien guardó hasta su muerte en 2017 un material del que solo se conocían algunos momentos. El conjunto parecía no interesar a nadie. El resultado se aproxima a las dos horas para convertirse en un emocionante e insólito encuentro entre pasado y presente, entre arqueología de imágenes vintage, música y espíritu.

Tanto es así que la película está rodeada por una aura que roza el milagro: los espectaculares colores, la ropa de los artistas y del público, la alegría de las familias y su reivindicación de las raíces africanas, todo responde a una belleza tan abrumadora que choca con la imagen que se guarda de aquellos convulsos meses, marcados por el asesinato de Martin Luther King un año antes. A pesar del manido uso de cabezas parlantes para poner al espectador en contexto, Summer of Soul, premiada en el último festival de Sundance, es un documental tocado por la luz del destino: con él se añade una pieza fundamental al doloroso rompecabezas de la historia de la comunidad afroamericana en EE UU.

Aunque la música es el eje, igual o más relevante es poder observar medio siglo después a las familias que acudieron en masa a aquel evento que celebraba su cultura. De abuelos a nietos, la mística que rodeó los conciertos renace intacta en un filme que trasciende las imágenes. Porque hay algo terapéutico y catártico en una película que en el fondo es un desafío a la historia, ya sea a través de Nina Simone y la expresión de su rabia o de la frase de un personaje que resume de forma nítida la importancia que esconde este rescate: “Antes de aquel festival la vida era en blanco y negro, con él descubrí qué era el color”.


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