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Superman ya era minoría


DC ha anunciado que en el próximo ejemplar sobre Superman, su hijo Jonathan Clark, Jon, será bisexual. Lo ha hecho difundiendo una imagen del chico besándose con un compañero del periódico en el que trabajan. Ha habido desconcierto porque al hijo nacido de la unión de un extraterrestre con superpoderes y una mujer le gusten los chicos. Ahora no solo puede levantar aviones y dar la vuelta al mundo en segundos, sino que tendrá también el superpoder de acostarse con hombres y mujeres. Es esto último lo que ha intranquilizado a mucha gente, como es natural. Al fin y al cabo todos podemos salvar el mundo, pero a proclamar tu bisexualidad se le llama “adoctrinamiento”. Consejo para padres desquiciados por la corrupción de la familia de Clark Kent: si tu hijo quiere parecerse a Superman, mejor que se tire a su compañero de clase a que se tire por la ventana.

La cuestión es que Superman no se hizo famoso por ser heterosexual. Superman fue heterosexual, entre otras razones, porque en 1933, y hasta hace muy poco, no serlo era un exceso creativo que hubiera desbaratado incluso la verosimilitud de un tipo llegado de un planeta imaginario. ¿Pero ahora? Ni siquiera se distorsiona la figura del Superman original, sino que se describe a su descendencia. No estamos ante la disolución de Bond, James Bond, según las críticas más furibundas (no he visto aún la película) porque no estamos ante un personaje de ficción de rasgos muy marcados y muy antiguos, que tienen su gracia precisamente como símbolo de un tipo de masculinidad que ya sobrevive mejor, o con más dignidad, en la ficción que en la vida real. Es decir, estamos ante los hijos. El hombre del mañana es otro de los sobrenombres que se utilizan para denominar a Superman. ¿No es, pues, el hombre del mañana su hijo? ¿No lo serán los nuestros?

La única y exacta corrupción que puede padecer Superman es que deje de tener superpoderes, su descendencia también, y sus historias nos reproduzcan una vida lenta e insípida que es la de los humanos; sus follones con el SEPE, su partido de los domingos, las notas del crío, ansiolíticos, un mes en un matrimonio sin sexo, la hipoteca. Esas nubes negras que se ciernen sobre cualquier hogar y que no exigen una capa para evitar la destrucción del planeta sino una impresionante y humanísima fuerza de voluntad para levantarse cada día sin querer convertirse en Lex Luthor.

El hijo de Superman, de esta manera, no pertenecerá a una minoría, sino a dos. La fama de Superman empezó en el colegio por pertenecer a una de ellas, la de los supermanes, y creció cuando pasó de minoría oprimida a potencialmente opresora. Hay muchas discusiones sobre él, tantas como lecturas pueden hacerse de sus cómics o de sus películas; la mía, poco aficionado, es que jamás entendí cómo un hombre con semejantes capacidades sobrehumanas y un impresionante horizonte profesional decidió meterse dentro de la redacción de un periódico. Y ese apartado de la vida profesional de Superman me interesa mucho más que su vida sexual: si era buen reportero, si contrastaba la información de sus fuentes. Y sobre todo: ¿era sensacionalista?, ¿publicaría de forma sensacionalista la salida del armario de una de esas figuras públicas a las que se le presume, al extremo de la invocación, su heterosexualidad?

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