Susana Rodríguez, un oro en triatlón y en vida

La triatleta gallega Susana Rodríguez, de 33 años, y su guía Sara Loehr se han coronado campeonas paralímpicas de triatlón, en la clase PTVI de discapacitados visuales, en la prueba disputada en la bahía de Odaiba de Tokio. Rodríguez nació con una discapacidad visual provocada por el albinismo. Con esta medalla culmina el sueño que empezó hace cinco años en Río, donde acabó quinta. Desde ahí se propuso llegar a estos Juegos Paralímpicos en su mejor forma física y conseguir lo que ahora ha llegado, el oro soñado.

Ambas dominaron la carrera (750 metros de nado, 20 km de ciclismo y 5 km de carrera) de principio a fin, a pesar del intenso calor que reinaba en la bahía de Odaiba, con una sensación térmica de 34 grados centígrados y una humedad del 86%. Del agua salieron primeras, en la bicicleta impusieron un ritmo frenético que las afianzó en cabeza y en la carrera a pie siguieron ampliando su diferencia para parar el cronómetro en 1h 07m 15s. La plata fue para las italianas Anna Barbaro y su guía Charlotte Bonin mientras que el bronce se lo llevaron la francesa Annouck Curzillat y la guía Celine Bousrez.

“Es una pasada, no se puede explicar con palabras lo que sientes en el podio. Es increíble, tienes el corazón en un puño. Es el momento en el que te lo empiezas a creer”, ha confesado la triatleta gallega que admite lo estresante que ha sido la preparación. “Ahora intentaré relajarme y tratar de recuperar las piernas. Necesito mantener la calma, porque esta situación (ganar el oro) me dio mucha adrenalina”. Con este triunfo, Rodríguez amplia un palmarés que incluye un campeonato de Europa (2019) y tres del mundo (2012, 2018 y 2019), así como un diploma paralímpico en los Juegos de Río de Janeiro 2016 con un quinto puesto junto a su guía en aquel momento, Mabel Gallardo.

Rodríguez no entiende su vida sin sus dos grandes pasiones: el deporte y la medicina. Se diplomó en fisioterapia en Vigo y posteriormente decidió profundizar en el cuidado y preparar el MIR (médico interno residente) para trabajar como médica interna residente de medicina física y rehabilitación. Esto lo compaginaba con el sueño de poder representar a España en unos Juegos Paralímpicos.

Sin embargo, sufrió un duro revés en Pekín 2008, cuando el equipo de atletismo decidió prescindir de ella a pesar de tener marca. “Al principio me pareció muy mal. Pero pensé que debía buscarme una vida alternativa y empecé a estudiar Medicina. No creo que hubiera dado el paso tampoco a pasarme a triatlón”, dijo Rodríguez en una entrevista reciente en este periódico. Esas ganas e insistencia le permitieron hacer realidad esa fantasía en Río 2016: “Desde que tengo memoria sé que el esfuerzo me acerca a lo que quiero. Puedes no conseguirlo todo, pero yo supe a la vez que no veía y que con trabajo conseguía hacer las mismas cosas que los demás”.

Nació con albinismo óculo-cutáneo, una enfermedad que limita su visión a menos del 5% en un ojo y del 8% en el otro, lo que es considerado una ceguera legal. Esto hizo que su infancia no fuera nada fácil. De niña competía con su hermana y con sus compañeros de clase porque quería ser como los demás. Sin embargo, en el colegio ella era de las mejores estudiantes, lo que le colocaba en la diana de muchos de sus compañeros que ya la hacían bullying por ser diferente: “Había un profe que me ponía de ejemplo: ‘No ve y lo hace mejor que los demás’. No tenía maldad, pero eso no jugó a mi favor”.

Reconoce que durante la pandemia lo pasó mal porque tuvo que interrumpir toda su vida deportista: “En deporte no puedes teletrabajar y si dejas de entrenarte pierdes todo lo entrenado, que es todo”. Ella tuvo alguna ayuda y pudo hacerse un pequeño lugar de entrenamiento en casa gracias a la cinta de correr que le prestó el comité paralímpico y una máquina de remo que le prestó un gimnasio de Vigo.

Está convencida de que la mejor manera de ayudar a personas con discapacidad es dando libertad. Por eso tenía tan buena relación con sus padres, un médico anestesista y una maestra. “Tienden a sobreproteger, y más a personas con discapacidad, pero el carácter puede. Fueron muy valientes”, confiesa Rodríguez al poner como ejemplo el fútbol: “Con 11 años quería jugar y necesitaba una autorización. Me dijeron que no creían que fuera apropiado, pero la firmaron”. Pronto comprendió que era una locura, aunque eso no ha hecho que disminuya su afición por el balompié, en concreto por el Real Madrid. Una pasión que le ha transmitido su padre.

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