Tanxugueiras: ¿un símbolo (post)nacional?

Desde un punto de vista artístico, poca duda cabe de que Eurovisión es una astracanada comercial. Si en sus orígenes de posguerra cumplía una función, la de contribuir a crear una suerte de esfera pública europea, a cargo de Eurovisión, desde principios del siglo XXI, si no antes, se ha convertido en un espectáculo mediático y monetary, que diría Chanel. Se intentó revitalizar mediante la apertura de las votaciones al público, y no dejarlo todo al albur de los jurados de cada país participante. Sigue siendo, con todo, considerado por muchos un escaparate del honor de cada país. Un escenario más o menos igualitario en el que Malta puede vencer a Alemania, y los pequeños ganar mientras los grandes se preguntan año tras año cómo evitar hacer el ridículo. Una competición de orgullo nacional y europeo que, al tiempo, se ha desnacionalizado de modo galopante: no son muchos los países que envían canciones en sus propias lenguas, con lo que el morbo que tenía, pongamos por caso, escuchar a un grupo israelí cantar en hebreo, se ha desvanecido.

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Quedan, sin embargo, aldeas que resisten al invasor anglófono en la música. España, se supone, es una de ellas. O no. No cantar en inglés resta votos, opinan muchos. Pero es casi un axioma para muchos patriotas televisivos que hay que mantener la participación cantando en castellano, aunque se introdujesen ripios como Europe is living a celebration y otros barbarismos, bárbaramente pronunciados. ¿Y por qué no cantar en otras lenguas de España?

Serrat lo intentó. Pero eran tiempos de dictadura. El grupo Tanxugueiras lo ha intentado de nuevo, en buena lid y con un inusitado apoyo del público. Un producto musical con raíces populares, un alalá, debidamente modernizado, feminizado y con una puesta potente en escena. Pero, gran error, se trata de un tecno-folk inaceptable para muchos (la rumba de Peret sí lo era, por cierto), con sus aturuxos guturales, nada moderno, como lo que le gusta a la juventud de hoy. Y en gallego, que no lo van a entender, que seguro que el telespectador georgiano y la internauta lituana se van a dar cuenta de que no es castellano. Como, además, en Eurovisión lo que más importa es la profundidad e inteligibilidad de las letras, seguro que sería una mala representación de España.

Lo fascinante para un observador poco interesado en Eurovisión y sus alharacas es la celeridad con la que Tanxugueiras se ha convertido en un símbolo nacional

No entramos en si, desde un punto de vista musical, Tanxugueiras era mejor que Rigoberta Bandini o la canción ganadora. Cinco expertos tiene la Iglesia. Las preferencias del público quedaron claras, en todo caso. Lo fascinante para un observador poco interesado en Eurovisión y sus alharacas es la celeridad con la que Tanxugueiras se ha convertido en un símbolo nacional. De una nación sin Estado, la gallega, para muchos galleguistas, sin duda. Pero también de una nación plural o multicultural, la española, para buena parte de la ciudadanía española. El sábado 29 de enero por la noche eran muchas las personas de mi entorno que incitaban a votar por las Tanxugueiras; gente que nunca se había interesado por Eurovisión, y también poco sospechosa de simpatías galleguistas.

En las redes sociales se sucedían comentarios jugosos. Algunos de ellos evidenciaban que, para una parte del nacionalismo español tradicional(ista), Tanxugueiras no podía representar a España en una tribuna internacional por el mero hecho de no cantar en castellano. A eso se añadían prejuicios: que si se expresaban en un idioma inventado, como medio sugirió una presentadora autocorrigiéndose; que si eran caballos de Troya del separatismo galaico. Que si eran unas paletas progres que no merecían representar la españolía en el mundo… y algún prejuicio antigallego que aún sale a relucir en ocasiones puntuales. Que a España la vaya a representar en Eurovisión una canción de cualidades líricas discutibles, con un sonsonete machista y en un spanglish de pacotilla tecnopija, no parece causar tanta reacción, aunque se espera la opinión de los defensores del castellano al respecto.

Que a España la vaya a representar en Eurovisión una canción de cualidades líricas discutibles, con un sonsonete machista y en un ‘spanglish’ de pacotilla tecnopija, no parece causar tanta reacción

El debate en Galicia no es menos fascinante. De repente, las Tanxugueiras son un hito más del síndrome da aldraxe, del ultraje, tan propio de la esfera pública galaica desde la Edad Moderna. España nos desprecia o nos tiene manía. En poco tiempo se ha unido a otras polémicas de menor eco, como que en el Estatuto de Asturias el gallego hablado en su parte oriental pase a ser “eonaviego”, por decisión de no se sabe qué instancias pseudocompetentes. Y por mucho que nos esforcemos y montemos Xacobeos, no nos quieren. Voilà, opinan otros, ¿qué más pruebas queremos? Que nos dejen irnos y quizá hablamos de un Estado asociado con Portugal, más aún si el país vecino estuviese dispuesto a que el trío gallego lo representase en Eurovisión.

Personas que no moverían un dedo en movilizarse por que se incrementase el número de horas docentes en gallego en la enseñanza primaria y secundaria, que no hablan en gallego a sus hijos, o que en el fondo opinan que con la lengua propia no se va a ninguna parte, de repente están indignadas (al menos telemáticamente) por la discriminación hacia la lengua gallega a nivel simbólico. Una lengua que a fin de cuentas es cooficial. Hay quien estima que, ya que la ciudadanía galaica ha experimentado este subidón reivindicativo y ha encontrado un símbolo inesperado en un genial trío de artistas, hay que aprovecharlo y canalizar esa frustración por otras vías más trascendentes. Un procés tanxugueiro.

Quizá sea todo flor de un día. O no. A veces la historia se escribe con renglones inesperados. Más allá de su componente reivindicativa, feminista y en clave empoderada, y de la protesta por que la decisión de cinco personas tuerza el voto popular, dicen que para evitar Chikilicuatres (el pueblo, ya sabemos, se equivoca), dos lecciones rápidas se pueden extraer de la polémica.

Fueron muchos los no gallegos y gallegas que votaron por ellas, o por Rigoberta, como muestra de que España podía verse representada por la ‘periferia’

Primero, las Tanxugueiras son una buena muestra, por un lado, de la trivialización de las identidades, nacionales o regionales, y su conversión en objetos de consumo masivo y rápido. Imitar el peinado de las cantantes, o cantar sus “alalás” (lo del aturuxo es más difícil), puede convertirse en una profesión de fe que sustituya a la bandera albiceleste con o sin estrella roja. O quizás de una bandera republicana. Pues, por otro lado, el trío galaico también es una muestra de la ambigüedad de los símbolos. La galleguidad en masa, diáspora incluida, se movilizó el sábado 29 para votar por las que veía como sus representantes.

Segundo, fueron muchos los no gallegos y gallegas que votaron por ellas, o por Rigoberta, como muestra de que España podía verse representada por la periferia, en otras culturas e idiomas, exhibiendo un producto original con raíces autóctonas y variadas (exóticas, dirían algunos: a fin de cuentas, quizá los “alalás” vengan de África). Exhibiendo, en definitiva, su pluralidad por el mundo.

Más allá de los criterios musicales y de las apuestas por productos de consumo masivo que puedan ganar, o de tongos y otros debates, las Tanxugueiras parecen ser un símbolo emergente de algunas paradojas nacionales de la España de hoy. Un símbolo que expresa ambigüedad y encabalgamientos, contradicciones e identidades múltiples. Identidades posnacionales. Pero parece que, parafraseando la excelsa letra ganadora de Benidorm, una parte de España no está ready. Ella se lo pierde.

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