El milagro de cada Nochevieja es la resurrección de la tele de toda la vida, no de las pantallas, de las plataformas ni de la programación a la carta. En términos catódicos, Nochevieja es Nocheviejuna. Durante unas horas gloriosas, la tele recupera su poder y se impone ante todo. Sobrevive incluso a los tránsfugas: ya puede Ramón García buscar una segunda juventud junto a Ibai, que no hay forma de destronar a los clásicos. Ni Pedroche, ni Mota, ni Cachitos se inmutan ante las amenazas digitales. La fortaleza aguanta, reforzada este año por todos los cotillones y fiestas suspendidas, porque necesariamente se ha recurrido al televisor como centro de las juergas.
Por eso quizá era innecesario que José Mota se mostrase tan beligerante. Su magnífico especial de Nochevieja estuvo sobrado de parodias interneteras en sus sketches: muertes subidas a Twitter, alarmas mundiales por los likes, atracos por WhatsApp, crisis y guerras de reputación por incendios de redes sociales… Se entiende la burla, pero lo mejor del programa fueron los guiños políticos, como esos PPeatles cantando a la Ayuso Blancanieves. Probablemente sea el mejor comentario que se ha hecho sobre la crisis del Partido Popular en todo el año. Como siempre, Mota escribió en clave de parodia una de las mejores crónicas políticas de 2021. Se echa de menos que profundizase más en esa parte de su cuento dickensiano —este año, el hilo conductor del especial era el Cuento de Navidad de Dickens, parafraseado en Cuento de Vanidad—, pero se entiende la inquina y el desahogo: el señor Scrooge buscaba recuperar sus followers interneteros, lo que convirtió el especial en un alegato analógico un poco extemporáneo. Pero no importa: Mota es el último mohicano de la televisión, y puede tomarse las libertades que le dé la gana.
Es tan Nocheviejuna la Nochevieja que la domina TVE. Al menos, antes de las campanadas. Las dos cadenas públicas marcan la diferencia y parece que las privadas han renunciado a presentar batalla. El Cachitos de Raffaella Carrá en La 2 también fue una contribución notable a la cultura televisiva nocheviejera (o nocheviejunera), que conectó con otra generación distinta a la que aludía Mota, ejecutando a la vez un anacronismo casi paradójico: los modernos mileniales se entregaban al culto raffaelista, mientras los señoros y boomers gozaban de José Mota. Aunque, en términos biológicos, Mota sea hijo o incluso nieto de la italiana. La Nochevieja es así, distorsiona el orden social con más fuerza que cualquier carnaval. Y si no, que se lo digan a nuestro querido comidista, Mikel López Iturriaga, que casi dio el pego de Raffaella con un pelucón.
Pero no quiero que se me escape la tesis, aunque esta crónica también esté escrita en medio del descontrol nocheviejunero y pierda el hilo con facilidad: la cuestión es que Atresmedia y Mediaset han decidido dejar la idiosincrasia de la Nochevieja en manos de la televisión pública, en lo que parece un gesto de generosidad patriótica. Antena 3 emitió su clásico popurrí resumen del año, completamente intrascendente; Cuatro apostó por su especial First Dates, que en nada se distinguió de un First Dates ordinario; Telecinco hizo una cosa inenarrable titulada Viva la fiesta, que incluyó sevillanas (¡sevillanas! ¿Qué Nochevieja estamos celebrando, la de 1992?). Solo se salvó La Sexta, con su reunión de Sé lo que hicisteis. Fue una apuesta para nostálgicos en la que se echó mucho de menos a Ángel Martín, pero sirvió para incluir a Patricia Conde en el club de los inmortales. Al lado de los demás colaboradores, Conde parecía congelada en el tiempo, no ha envejecido ni un solo día. Fue bonito verlo por un rato, pero al final confirmó que la nostalgia es más potente cuanto más lejana es. Paradójicamente, Sé lo que hicisteis sonó más viejuno (no Nocheviejuno, sino viejuno a secas) que José Mota. La Nochevieja trastoca hasta la cronología.
Y llegaron las campanadas. Paz Padilla, libre de coronavirus —quizá por la spider o la nosequé de su vídeo viral antivacunas divulgado estos días—, empezó la noche muy tapada, pero enseguida quiso emular a Cristina Pedroche quitándose capas. Mientras Padilla enseñaba hombro, Pedroche, la reina de la Nochevieja, se mantenía firme en su traje de libélula o no sé qué insecto, promocionando cervezas y todo tipo de productos, sin darse por aludida.
Confieso con tiento —por miedo a ser tachado de señoro—, que me decepcionó un pelo el destape pedrochiano. Nos ha acostumbrado a un grado de desnudez desafiante que este año defraudó. Su traje fue un cruce entre Star Trek y Los Supersónicos. Quizá fue el abotorgamiento (soy humano, escribo esta crónica en una Nochevieja parecida a la de ustedes, han de disculparme), pero no entendí la referencia. No me atrevo a decir que el fenómeno Pedroche se está desinflando, sobre todo, porque soy uno de sus máximos entusiastas, pero necesito una explicación, como la que nos debía el alcalde de Bienvenido, Míster Marshall.
Más allá de todo esto, lo fascinante de la pareja Cristina Pedroche-Alberto Chicote es que, aunque quien casi se desnuda es la parte femenina, es la masculina quien se queda en la raspa aunque no se quita ni la chaqueta. Chicote parece más desnudo que Pedroche (y más pálido, frente al morenazo de su compañera, porque cada año está más flaco. Fue bonito ver a Anne Igartuburu vestida de rojo, su color fetiche, aunque faltaba su compañera Ana Obregón, que no pudo amenizarnos el fin de año por razones que todos comprendemos y probablemente sufrimos.
Dani Mateo salió en La Sexta con el pecho ultradepilado (se había quitado hasta los pezones, que no asomaban en esa chaqueta de fantasía abierta), y Padilla y pareja siguieron a su rollo en Mediaset. Después, como dice el tango, qué importa el después. Cada cadena le dio al play y nos ofreció el tradicional refrito de actuaciones musicales. La 2 explotó su archivo con el Cachitos tradicional y casi todas las cadenas volvieron a su día de la marmota de galas insulsas para poner de fondo en un salón alcoholizado que ya no tiene sentido crítico sobre lo que se emite. Vamos, que pusieron lo de siempre para un año como nunca.
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