Teletrabajo desigual

Una mujer teletrabaja junto a su hija en Madrid.
Una mujer teletrabaja junto a su hija en Madrid.Andrea Comas

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El teletrabajo ha significado una auténtica revolución doméstica para adaptar el mundo laboral y su enorme diversidad de necesidades a las restricciones de la pandemia. Hemos cambiado numerosos hábitos en múltiples ámbitos, pero lo que la pandemia no ha conseguido cambiar han sido las ratios de desigualdad entre hombres y mujeres.

Ningún avance significativo ha podido detectarse en pandemia en torno a la conciliación. Los datos siguen siendo contumaces: el 94% de trabajadores que solicitaron una reducción de jornada en el último trimestre de 2020 fueron mujeres, la misma proporción que en el primer trimestre de 2019, según los datos del Ministerio de Igualdad. El paralelismo se repite en las excedencias para cuidado de los hijos, que corresponden en un 89% a mujeres. Lejos de favorecer el reparto de tareas, las encuestas realizadas por algunas organizaciones no invitan a la esperanza sino a la persistencia en la denuncia: vuelven a ser amplia mayoría las mujeres que en pandemia han vivido una sobrecarga desproporcionada de trabajo.

El regreso negociado a la presencialidad en las empresas puede ser una oportunidad para que los viejos problemas para las mujeres no se vean reproducidos de forma mecánica o inercial. El fomento de la igualdad de género en el mundo laboral y familiar es consustancial a un Estado de derecho que consagra la igualdad en el artículo 14 de la Constitución, y por tanto fundamental. Sin ese fomento activo será más difícil abordar otro escollo de la sociedad española ante el futuro: el desplome de la natalidad sigue avanzando en España. La pandemia hundió la cifra de nacimientos, que ya partía de un año 2019 con el dato más bajo de toda la serie histórica del INE, que arranca en 1941. Las mujeres españolas se incorporan —cuando lo hacen— cada vez más tarde a la maternidad y con menor número de hijos. Esa reducida cifra de natalidad tiene múltiples causas históricas y culturales, pero una de las principales reside en la dificultad para encontrar los mecanismos que propicien y faciliten la conciliación de forma eficiente. Conviene recordar que es un problema que afecta a numerosos países de nuestro entorno, pero España lo padece de forma más acuciante que la media de Europa. Solo las medidas políticas y la pedagogía militante podrán promover cambios necesarios y corregir injusticias históricas e indefendibles.

Superada la fase más dura de la pandemia y mientras empresas y trabajadores negocian las condiciones del teletrabajo, la conciliación ha de figurar como urgente horizonte de futuro. La aspiración a la igualdad y la ambición de una sociedad más justa es parte del compromiso democrático de Gobierno, empresas e instituciones en el momento en que se arbitren los mecanismos de restitución de la presencialidad combinada con el teletrabajo.


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